Durante el sexenio de Vicente Fox, me invitaron a ser Director de Análisis Político de la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era Santiago Creel. Mi cargo dependía de la Subsecretaría de Desarrollo Político. La primera instrucción que recibí fue presentarle personalmente a la entonces Coordinadora de Asesores de Segob, María Amparo Casar cierta propuesta de iniciativa de Ley de Cultura Política Democrática.

Sin dilación, fui ese mismo día a la oficina de la alta funcionaria. No me recibió porque no estaba. Una asistente suya me pidió que le dejara el documento ya que la Coordinadora de Asesores simplemente no iba a trabajar. Si quería acordar con ella tendría que irla a visitar al CIDE.

Obvio, le respondí a la asistente que no era justo que yo saliera de Bucareli a buscar en su cubículo a la señora. “Pues hágale como quiera, ella es una académica muy ocupada”. En efecto, pensé yo, “tan ocupada que le da flojera venir a trabajar a la administración pública”. Me consta (porque yo sí cumplía con mis horarios de trabajo), que María Amparo era una burócrata siempre ausente.

Presionado por los “altos mandos”, busqué durante varios días en el CIDE a María Amparo. Nunca pudo recibirme. No se dignó a hacerlo. Al cabo de varias peticiones de audiencia, una alumna suya me dijo que ella misma se encargaría de revisar mi propuesta de iniciativa de ley. O sea, “me haría el favor, en buena onda”. Por supuesto, me negué. Tras varios intentos infructuosos de ver a María Amparo en Segob, me convencí de que la señora cobraba en esa dependencia pública, sin desquitar su sueldo.

Sólo la vi después en una reunión privada con Creel, en la que se discutía cómo atender una orden directa del presidente Fox para pagar clandestinamente con dinero de Gobernación una campaña en medios para “posicionamiento” de Martha Sahagún. A muchos nos consta que se gastó mucho dinero en ese caprichito. Los dos, Creel y María Amparo, decidieron que el financiamiento de esta ilegalidad sería pagada por el CISEN, como así sucedió finalmente.

Tal parece que ambos, Creel y María Amparo, acabaron sirviendo a fines extraños, cobrando altos sueldos en el gobierno federal en calidad de funcionarios públicos, y como “haciéndole el favor” a la burocracia de sus valiosos servicios que no eran para tanto. Ya caímos en la cuenta del triste desenlace posterior de las aspiraciones presidenciales de Santiago Creel. Y de María Amparo Casar sabemos que ahora es la mayor defensora de la patria, en contra de la corrupción y de los malos manejos públicos. La vida te da sorpresas, como dice Rubén Blades.