El Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) es una creación y extensión de la cultura política del Partido Revolucionario Institucional (PRI). El SNTE ha sido,  gracias a sus dirigencias nacionales, una organización al servicio del régimen autoritario, que se estableció en México desde hace más de 70 años. Sus arquitectos políticos se han prestado al juego del corporativismo, el “charrismo” y el control de los agremiados. Cómplices de diversos actos de corrupción evidentes y simulados, los y las líderes del SNTE han sido corresponsables también del desastre educativo nacional. En la lógica del “mérito” político, representan lo más acabado de la escenografía del poder burocrático. Corporación política alineada al sistema; lealtad de “clase mundial”.

La maestra Elba Esther Gordillo, no es ajena a esa  gramática política, a esa tradición del control político y clientelar del régimen. Ella ha sido, sobre todo, la primera en compartir e impulsar el código de la hegemonía política del entonces poderoso PRI. Así llegó a la cumbre sindical; así creció a la sombra del poder presidencial. Primero, con el apoyo e impulso del entonces presidente Salinas de Gortari, en 1989. Luego, conservó (o la empoderaron) su posición en la cima del poder sindical, con el manto protector e interesado de los diferentes inquilinos de Los Pinos, vía la cooptación. Así sucedió durante los sexenios de Ernesto Zedillo, Vicente Fox y Felipe Calderón. Sin embargo y de forma contradictoria, primero se enfrentó al PRI de Roberto Madrazo, en 2006 y, posteriormente, con el tricolor de Peña Nieto, en 2012; con lo que generó un choque de trenes. Ahí están a la vista las consecuencias jurídico-políticas del desacato. 

¿Y la defensa de los maestros? ¿Y las condiciones de trabajo de las maestras? ¿Y los aprendizajes de los niños, las niñas y los jóvenes en las escuelas? Bien, gracias.

Los líderes del SNTE dominan el código de las  lealtades y sus términos inversos. Saben que hay intereses pero también traiciones. Hay favores y ajustes de cuentas. Hay coincidencias políticas y facturas por cobrar. Hay afinidades pero no disidencias. Es la cultura de la unidad con uniformidad y sin oposiciones; es el uso de los colores del escudo priista convertido en turquesa. Es el disfraz del gremio colaborador del régimen; la metamorfosis del sindicato (sus dirigentes) vuelto partido; el vestido de la reina del Panal.

El SNTE es heredero de una cultura del poder presidencial, de la dinámica antidemocrática nacional, de la centralización de las decisiones, de la tradición autoritaria, cerrada al diálogo. Su intención: lograr el control sindical. Es la cultura de la censura a los contrarios, del hostigamiento a los disidentes, la apuesta para impedir la libre participación de los trabajadores de base. Espacio reservado para las cúpulas políticas y sindicales de sangre priista. Lugar acotado para los profesores libres, porque traicionan, o porque tal vez son líderes en sus comunidades, o porque son luchadores sociales.

El sindicato nacional de maestros ha sido plataforma para colocar en el poder a los políticos del sistema. Nido de creaciones no académicas a cargo del erario. Trampolín para alcanzar diputaciones federales y locales; escaños en el Senado; presidencias municipales; cargos públicos altos, medianos y pequeños. El botín alcanza para todos los y las docentes leales al régimen. Producto de una política colaboracionista, el SNTE es una organización que nace, crece y se reproduce en la lógica autoritaria, que no cabría en un régimen democrático, salvo honradas excepciones de algunos líderes y regiones. Es la tesis política de la cooptación, del corporativismo y del chantaje. La antítesis de un estado de derecho.

En el lenguaje y el pensamiento de sus dirigentes oficiales, están por delante “los dineros”, el valor monetario, la rebanada del presupuesto o el desvío de los recursos públicos. Ajenos a la transparencia y la rendición de cuentas, los líderes de los comités ejecutivos nacionales (y estatales) son expertos en armar planillas planchadas en tiempos electorales. En crear colegiados de conflictos laborales torcidos. Sus hábitos están en la cartera de organización; en la educación política, no pedagógica; en la acción social para comprar voluntades.  La cultura sindical de los dirigentes del SNTE es la del uso, abuso y pago de favores. Es la comisión por sumisión. La licencia con goce de sueldo a cambio de lealtad. Es la razón de la beca comisión y del voto duro. El veto a la disidencia por definición, no por omisión. Es la tradición de los arreglos cupulares con el gobernador, con el presidente, con el señor Secretario.

Es la fiesta del día 15 de mayo. Es el esquema porril que domina en las asambleas. La cultura de los discursos vacíos. Las rifas de autos, el regalo de televisiones o pantallas planas, con mensajes planos. Es la orden de barra libre para los agremiados. De acuerdos en lo oscurito con los delegados. Son las prácticas sindicales del “chaquetazo”, el soborno, la compra de la plaza, el compadre comisionado, el ahijado con licencia, el nombramiento del primo, del hermano o de la tía. Es la microcultura del sindicato más grande del país, por su cantidad, no por su estatura moral. Es la representación de la burocracia más obscena no solo de México, sino de Latinoamérica. Es el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, por dentro y por fuera.

Es el símbolo del principio y fin de la democracia sindical obsoleta, con adjetivos; inicio y término de un régimen caduco en nuestro tiempo y lugar. Si la sociedad mexicana votó por un cambio de régimen este 2018. Si eligió la transformación social en las formas y los contenidos, es decir, que no acepta corporaciones ni prácticas del pasado clientelar; entonces la ciudadanía no podrá admitir a ese liderazgo que, en síntesis, no aprobaría una evaluación sobre cultura democrática, anticorrupción y combate a la impunidad.

jcmqro3@yahoo.com