Cuando a los ciudadanos se les pide que el próximo primero de julio no voten con las vísceras, que evalúen el perfil, honestidad, trayectoria y propuestas de los candidatos, responden: peor no nos puede ir.

Cierto, comparto que el hígado, corazón y estómago son malos consejeros en la toma de decisiones y es muy fácil dejarse llevar por ellos. Es recomendable contar hasta diez, respirar profundo para tomar aviada y que la sangre llegue hasta la cabeza.

Desde hace tiempo, la sociedad está molesta e insatisfecha con el gobierno, clase política y partidos. Hoy ese disgusto es inmenso, sobre todo lo que huela a PRI, ya que en estos momentos es quién ejerce el poder y sus “fechorías” son más recientes.

El enojo social no es un hecho casual, es simplemente producto de los pésimos resultados que, a través del tiempo, la clase política ha dado a la ciudadanía. Esto evidencia, sin duda alguna, que a México le hacen falta políticos con aptitud y actitud: políticos de verdad.

En su texto de La política como vocación, Maximilian Karl Emil Weber, más citado como Max Weber hace una reflexión sobre el político de vocación: el que vive para la política y el que vive de la política, abordando el sentido moral de esa vocación. Preguntándose por las cualidades que debería reunir quien se dedica a la política.

Weber, concluye que la pasión, sentido de responsabilidad y mesura, son las tres más significativas cualidades para un político. Que se requiere primordialmente pasión, es decir, la entrega efectiva a una causa y a los ideales que la inspiran, pero que, la pasión por sí sola no hace político al hombre, si éste no obedece a una causa con fines objetivos y no al dinero.

 El polimático estableció también que cuando el afán de poder del político no está al servicio de una causa, éste se convierte tan solo en un profesional del poder sin convicciones.

 El señor Maximilian, también considera, que la pasión y entrega a una causa tiene que ser responsable, es decir, tener en cuenta las consecuencias previsibles de las propias acciones.

México está dolido; lo han lastimado los políticos; los carentes de convicción, pasión y responsabilidad. Aquellos que ven a los protagonistas de los eventos de independencia, Reforma y Revolución Mexicana, tan solo como referencias históricas y manantiales de inspiración para discursos.

Desde hace muchos años, los políticos que nos representan son los que no tienen ideales: los sin causa, los sin temple; los que consideran la política tan solo como una profesión y que se valen de ella para convertirla en una fuente permanente de ingresos, algunas veces lícitos y otras no tanto. Los que les falta inteligencia para hacer y les sobra talento para hacer daño.

Ya no existen aquellos políticos que hicieron de esa profesión su pasión, que la transformaron en su centro de gravedad; que disfrutaron y gozaron el poner parte de su vida al servicio de los demás; que armonizaron la pasión con el sentido de la responsabilidad.

De los políticos con causa, no recuerdo otro más reciente: el último murió el 19 de octubre de 1970, el General Lázaro Cárdenas del Río. Actualmente, encontrar uno así, tan solo uno, es tan difícil, ni con la ayuda de lámpara de Diógenes.

Hoy, más que nunca, el poder para tener dinero y el dinero para tener poder.

Indiscutiblemente, hay un profundo enojo de los ciudadanos con el gobierno y políticos y estos alimentan el encono con sus yerros; la población no está angustiada, si muy irritada y “encabronada”. Votar bajo ese estado anímico, es actuar por venganza, es “darse un balazo en el pie”. Decir: peor no nos puede ir, es producto del encrispamiento; ¡cuidado! Si nos puede ir peor, mucho peor.

Tomas_djsanchez@yahoo.com.mx