El martes 18 de enero, en un acto en Tulancingo, Hidalgo, el presidente López Obrador planteó que hay que unirse para que juntos, pueblo y gobierno, “acabemos con la corrupción y con las prácticas que se hacen al margen de la ley” respetamos, dijo, el papel de los partidos políticos, pero hoy lo que corresponde es  tener uno solo, “el partido del pueblo de México”. Se infiere que este planteamiento lo hizo en su calidad de presidente de la República, no  como líder de la organización política que ahora está en el gobierno. Está en su papel hacerlo, pero creo que no debe entenderse que el partido en su sentido clásico debe desaparecer, por el contrario, hoy la presencia de este se hace más urgente y necesaria, sobre todo si se quiere acabar con el régimen político y con todas las consecuencias que se derivan de él. Como nunca se necesita un instrumento que le dé sustentabilidad política, ideológica, organizativa y programática al proyecto que se impulsa.  

Está claro que Morena y sus aliados deben trabajar en esa dirección para cumplir con las promesas de campaña de AMLO, acabar con las desigualdades sociales y proporcionar ciertos niveles de justicia a los sectores más desprotegidos de la nación. Es en este ámbito que quiero expresar mi opinión sobre el papel del partido al que pertenezco. ¿Puede el presidente sin el partido Morena cumplimentar sus propuestas de campaña, acabar con el régimen político, la corrupción, la impunidad, la injusticia y la violencia, si no cuenta con un partido competente, con arraigo entre el pueblo trabajador y con una amplia autoridad política y moral?

Esta interesante cuestión, Gramsci la plantea señalando que un partido que se propone cambiar las estructuras del poder requiere de un basamento firmemente centralizado y dotado de una dirección capaz, toda vez que el partido “constituye el principal factor de unificación de las masas, que, para triunfar en la lucha de clases, hace falta todo esto, además de la unidad”. Tengo claro que él hablaba de un partido de clase, no de cualquier partido. Sin embargo, acabar con un régimen político, fuertemente anclado en las redes del neoliberalismo, con los apoyos del FMI, del BM y de la oligarquía nacional, requiere igualmente de una fuerza organizada, con una dirección sólida, y, sobre todo, con una fuerte presencia y participación de su militancia. ¿Esto está presente en Morena? ¡NO!

¿Ante esto qué deben hacer los militantes revolucionarios? Creo que hay que participar al lado del pueblo que votó por el cambio porque es allí donde están dadas las condiciones para construir el partido de clase. En el ¿qué hacer?, Lenin señalaba que solo un partido integrado por “revolucionarios profesionales” bien formados, puede llevar a cabo una verdadera lucha de clases, dirigida contra el Estado y la sociedad en su conjunto, y no solo una serie de luchas parciales, limitadas a un proyecto principalmente económico”.

Morena tiene hoy un importante y enorme compromiso. Ser lo que no pudieron o no quisieron ser los otros partidos. Ir por la transformación real del país es una enorme responsabilidad. El sistema burgués ha empobrecido, enajenado, le ha arrebatado su espíritu de combate al pueblo, le ha quitado su dignidad, sus riquezas naturales y ha procreado una casta de gobernantes malvivientes, que son una vergüenza nacional. Esta burguesía ya ha cumplido cien años de estar en el poder.

Para hacer posible el cambio de régimen político hay que empezar por impedir el entrecruzamiento de intereses en Morena, acotar a los personajes que quieren el poder para resolver sus intereses personales y acabar con los híbridos que expresan un terrible amasijo ideológico que solo el oportunismo explica el por qué llegaron al partido. Sostengo que aun siendo correcto lo que dice y hace el presidente, el partido no solo debe jugar el papel de dirección, de organizador de las masas; debe jugar, de manera fundamental, un papel educativo e intelectual. Su labor política debe ser “concomitante a un esfuerzo por elaborar, desarrollar y difundir entre las masas una nueva concepción del mundo”. La construcción de una nueva idea del vivir, de transformarnos y de transformar el ámbito de nuestra existencia. Es decir, requerimos de un partido fuerte, unido, con dirección visionaria, con ideales y con ideas. El Partido, tiene que ser un “intelectual colectivo”.