Hoy Morena, que ya le sirvió al mandatario, debe sobrevivir a su creador para trascender al gobierno de la 4T.

 

Construir la narrativa y el porqué de Morena

La creación de Morena tuvo como fundamento y motivación servir de base amplia para concretar la aspiración de López Obrador de llegar a la presidencia. Tras dos intentos fallidos, como candidato por el PRD, requería una estructura que sólo le apoyase a él y a partir de la cual no fuera necesario estar dependiendo de otros grupos para alcanzar el éxito. De hecho, en el 2018 sería al revés: causas y personajes debían negociar con él para conseguir entrar a Morena y, a través de esta estructura, conseguir competir.

Ahora que AMLO ocupa la presidencia, a Morena le resulta necesario construir una narrativa —con apariencia moral, de preferencia— para que nuevas propuestas logren conquistar el sufragio y la popularidad necesaria.

Hoy Morena, que ya le sirvió al mandatario, debe sobrevivir a su creador para trascender al gobierno de la 4T. La pregunta es si lo logrará.

Si nos basamos en los berrinches de Batres, al salir del Senado antes de entregar la presidencia del mismo, la apuesta no es halagüeña. Lo mismo si nos atenemos a los dimes y diretes Monreal-Yeidckol o los intercambios que se dan entre radicales y más moderados. Ni siquiera López Obrador ha logrado (¿querido?) sosegar a sus huestes, y los pleitos de Regeneración Nacional se han vuelto públicos.

Mientras Morena no cuente con esa visión de instituto político y una narrativa de largo plazo, sus probabilidades de ser un partido de la envergadura de un viejo PRI –por los años— o aspirar a la congruencia del PAN de antaño son nulas. El presidente lo sabe bien, razón por la cual se ha ido por la libre construyendo su propia narrativa en torno a su persona; esto es, lo que él desea dejar como legado unipersonal.

Las formas democráticas internas y externas han demostrado que dicho germen no florece en Morena. Internamente se invalidó la democracia promovida en el Senado para elegir a la presidenta del mismo, mientras que externamente la ilegalidad de la Ley Bonilla en Baja California, defendida por la misma presidenta nacional de Morena, o el agandalle (no hay otra palabra) de la presidencia de la Cámara de Diputados por más tiempo, dibujan de forma íntegra el repele que se le tiene a la democracia liberal. De parte de su líder moral, Andrés Manuel, no se produce ningún intento por llevarlo a mejor y más liberal “puerto”.

 

No hay absoluta razón en la puya de Andrés Manuel al mencionar la oposición “moralmente derrotada”. Claramente no se trata tanto de falta de moral (al menos no en todos los casos), como de motivación. Siguen sin saber cómo lograr un frente —liberal y republicano— que pueda frenar la máquina de Morena; más importante: en torno a qué temas o qué agenda construirlo. Aparentan no tener fuerza ni idea de lo que deben hacer para al menos parecer que se saben oposición. Oposición desangelada, eso es.

Al parecer, tan solo Beatriz Paredes dio una muestra de que se puede ser una oposición congruente (ver mi texto de El Heraldo de hoy) aun con los pocos senadores que tiene su bancada. Ni siquiera el líder de los priistas en el Senado asistió al acto de recepción del Informe escrito. Si Osorio Chong decidió no acudir al Congreso –sin mediar comunicado alguno que diera la idea de que se trataba de un acto de protesta pacífica- ¡¿qué se puede esperar del resto de la “oposición priista”?!

Mientras, el PRD desaparecerá en este sexenio dada la migración de sus miembros a otros partidos o para intentar conformar uno nuevo. No se vislumbra mucho éxito tampoco por ese lado.

El PAN sigue en una guerra interna sorda de quienes suspiran por Calderón y quienes le detestan; eso sí, unos y otros le han “cedido” la vocería de la derecha al expresidente. En ningún momento los panistas actuales se han articulado o logrado establecer un alto a Morena. Lejos quedan los tiempos de aquel PAN combativo, de ser la oposición pensante, alegre y que siempre sabía cómo enfrentar al poder. ¿Culpables? Una larga lista de personajes, quienes olvidaron la mística blanquiazul para relamerse en el poder como lo hacían anteriormente los dinos priistas.

El PRI tiene la oportunidad de vislumbrar ser oposición a partir del cambio de su presidencia. Ojalá lo logre. Mientras que el PAN tiene el reto de su aceptación debe ser interno, en el PRI es externo. Volver a la ciudadanía, encontrarse con ella, saber pedir disculpas por haberla abandonado, fijar agenda, encontrar aliados y tratar de sobrevivir esta “terapia intensiva”.

La oposición — o lo que queda de ella— cargan con el peor lastre posible: ya fueron gobierno a distintos niveles y en diversas ocasiones. Sus logros (si los tuvieron) resultaron eclipsados por su soberbia y corrupción rampante. Son pocos los miembros de la misma que no pueden ser tachados de haber permitido diversos tipos de tropelías.

 

Diputados panistas que aprobaron la Ley Bonilla; diputados federales (priistas y panistas) que abandonaron el pleno y dejaron que ciertas leyes fueran aprobadas; diputados federales de Morena y PT que votaron por la permanencia de Porfirio como presidente de la mesa directiva. Una larga lista que puede continuar tanto en el gobierno federal, como en los estatales y municipales; también en el poder legislativo y judicial.

Hay podredumbre y ausencia de un sentido de construcción democrática tanto dentro, como fuera de la estructuras partidistas que hoy conforman gobierno. La crisis en el sistema de partidos es evidente. La cuestión, independientemente de los resultados electorales del 2021, es ¿qué conformación, y persiguiendo cuáles motivaciones, será lo que le seguirá?