Sin duda, la segunda mitad del siglo XX tuvo como uno de sus más grandes logros el comienzo de la reivindicación de la mujer en los ámbitos sociales, culturales, económicos y políticos.
El derecho a votar y acceder a cargos de representación popular, así como a puestos directivos y la aceptación de que se dedicaran -a más que sólo tareas del hogar- fueron sólo algunos de los hechos más importantes que en estos poco más de 50 años han sumado a la reconceptualización de la figura femenina.
No obstante los logros obtenidos en materia de perspectiva de género, resulta importante señalar que todavía existe una importante brecha que, desafortunadamente, es de origen social y cultural.
¿A qué me refiero? Hemos sido testigos de cómo a través de diversas acciones positivas en la materia, como las cuotas de género, los gobiernos han intentado impulsar la participación y el acceso de las mujeres al poder público para reforzar su imagen y procurar la tan anhelada equidad.
Pero cuando existen disposiciones que emanadas de las distinciones biológicas enseñan, desde temprana edad, que las diferencias no sólo existen, sino deben acentuarse, el reto es mucho más complicado.
¿Esto qué significa? Estudios publicados recientemente aseguran que existe una diferencia importante en la autoestima entre hombres y mujeres, aspecto que repercute, entre otros terrenos, en el laboral; lo cual se ve reflejado en que algunas de nosotras no se sienten tan preparadas para un ascenso, pues subestiman sus habilidades técnicas y científicas, autoexcluyéndose ante nuevas oportunidades.
Y todo ello porque, desde pequeñas, se nos enseñó a las niñas a ser modestas y tranquilas, mientras que a los niños se les inculcó asumir riesgos, ser fuertes y controlar sus emociones.
Esta situación, por mínima que parezca, ha resultado condicionante a lo largo del tiempo, lo cual se traduce en que el sexismo y la discriminación por género son aspectos socioeconómicos que se han arraigado tanto en nuestra cultura, que ya se asumen como algo, además de cotidiano, casi ineludible.
Por ello, necesitamos cambiar esos paradigmas en México, y con ello pugnar por una nueva perspectiva de género; y aquí permítanme darles un ejemplo. El Instituto de Capacitación y Desarrollo Político del PRI, comprometido con un mejor país, se ha encargado de llevar a cabo un proceso de evaluación de todos aquellos aspirantes a una candidatura de representación popular en los comicios de este año.
Lo interesante del tema, y que tiene que ver con lo expuesto anteriormente, es que de los más de 4 mil exámenes aplicados, sólo el 36% fueron presentados por mujeres, en respuesta quizás a esta falta de certeza en nuestras posibilidades y capacidades. Es decir, no nos sentimos con la suficiente confianza para participar, a pesar de que ahora el 50% de las candidaturas a cargos de elección popular a nivel nacional están garantizados para nosotras.
Esto implica que a pesar del compromiso para fortalecer la equidad y la igualdad a través de la normativa, se debe ir más allá; por lo que considero indispensable la concientización en cuanto a la equidad de género, tanto para hombres como para mujeres, sólo así se podrán erradicar los estereotipos e ideales sexistas.
Para lograrlo, es vital el papel que las intervenciones familiares efectivas juegan en el desarrollo de las personas desde la etapa más temprana; esto es, la construcción de espacios de respeto, reconocimiento e igualdad que se deben generar desde el hogar.
Y es justo esto lo que debe aprovecharse y capitalizarse, pues es ahí donde se origina el elemento más importante para una nación: la ciudadanía.
Como he tenido oportunidad de expresar en otras ocasiones, la formación de ciudadanos que participen y fortalezcan a su comunidad es una actitud que se debe enseñar y valorar, porque además es altamente contagiosa.
Toda acción positiva puede replicarse, pues cuando una persona cambia, es muy posible que provoque que alguien más lo haga y esto se replique. Entonces, si los valores ciudadanos necesarios para una mejor comunidad están sujetos a esto, es posible que las actitudes requeridas para acabar con las distinciones sociales de género también lo hagan.
Nuestras actitudes ciudadanas se están transformando; ahora buscamos participar más y nos interesamos en mayor medida por lo que acontece en nuestras comunidades. Entonces ¿por qué no aprovechar este impulso transformador y participativo para hacer un cambio significativo?
Si la intención existe y los ánimos lo permiten, estoy segura que la ciudadanía estaría dispuesta a asumir el cambio, pues las acciones afirmativas han transformado el panorama político.
Lo que falta ahora es la transformación social y cultural, y ésta depende de todos nosotros. El cambio es un proceso, no un suceso; y hacerlo realidad es posible, sólo falta quererlo.
*Dunia Ludlow se desempeña actualmente como Secretaria General del Instituto de Capacitación y Desarrollo Político, A.C. (ICADEP) Nacional del Partido Revolucionario Institucional. Es Maestra en Gobierno y Administración Pública por la Universidad Complutense de Madrid, España.