El Palacio de Bellas Artes cumple, según las miles de publicaciones en redes sociales, 80 años. Una edad madura, especialmente para un edificio de tal envergadura. Para mí es templo y deidad simultáneamente; por sus bellísimas sendas han transitado vivos y muertos, espectadores y creadores de espectáculos. En sus muros se transpira cultura, la plástica más emblemática ha desfilado por el recinto. Ahí se ha brindado en honor a grandes de las letras, del mundo del arte, del espacio inasible de la música; allí también hemos despedido a los amigos de la creación artística.

Considero que el Palacio tiene vida por ofrecer todavía. Cuando nos hayamos marchado de la existencia biológica, seguirá su elefantina y desafiante presencia. En medio de la urbe, de los rascacielos y los rascapisos, de los manifestantes y los desfiles, del tránsito asfixiante y de los peatones conglomerados, emerge una montaña de mármol. Su frontispicio da qué pensar porque parece ajeno a lo mexicano, es cierto en la medida de no tener costumbres arquitectónicas tan exquisitas posteriores a la época colonial, es mentira en tanto es una casa común para la ciudadanía mexicana: ?¿Dónde nos vemos? ¿Te parece en la entrada de Bellas Artes??.

Antes considerado para ser Teatro Nacional, poco a poco fue adquiriendo una notoriedad entre la clase artística, un edificio magno no podía reducirse a ser solamente un teatro, aunque fuera nacional, necesitaba un nombre y apellido. El nombre elegido habla de una ambición, de un sueño por cumplir. Ser nodo de referencia para presentar lo más exquisito de la cultura nacional e internacional. 80 años después parece esbozar una sonrisa bonachona con aires de satisfacción. Su ojo cupular, amarillento, ha visto décadas de esfuerzo de una nación que puede levantar el arma, el puño o la pluma aunque esté en el suelo.

Personalmente es un lugar de muchos recuerdos, de nostalgias que forman la otra contención de la memoria. De niño me sentía diminuto al pasar por sus pilares catedralicios, conforme fui creciendo sentí que la estructura también lo hacía y que jamás habría de alcanzar la estatura idónea para sentirme superior. Siempre hay un descubrimiento, una novedad que permite quedarse boquiabiertos. Ojalá tal sentimiento no genere temor: la boca del Palacio está siempre abierta, dispuesta a engullir visitantes y preparada para dejarlos salir con la menta nutrida de arte.