En las páginas de Facebook me topo con una petición que resume el drama, dolor y desesperación de los artesanos, motivado por la crisis.

Pero también sintetiza con pinzas de neurocirujano el estado de abandono del que son objeto por un estado nacional y unos gobiernos indolentes; de doble cara.

Por un lado se les pondera como la base de ese portento denominado identidad nacional y por otro se les regatea derechos y principios de dignidad humana.

Pero también encuentro otro rasgo revelador, que no está de más citar, porque nos atañe a todos.

Las personas y especialistas (en el caso de serlo) vinculadas con el gremio, carecen de la capacidad intelectual y técnica para generar alternativas más allá de un acto de misericordia.

En el caso de los artesanos, la pandemia ha sacado a flote esa condición soterrada de desigualdad neocolonial, que en nada difiere con el trato que recibieron durante la Colonia.

La petición apela a la misericordia y solicita que, en este momento de emergencia económica, ayudemos a un artesano de la Sierra Norte de Puebla, comprándole sus artesanías.

Se trata de don Alfonso García Téllez, originario de San Pablito, Pahuatlán, quien mantiene la tradición de hacer libros pintados (en su caso, recortados) con base al antiguo formato de los códices mesoamericanos, en forma de biombo.

Es un viejo bonachón; querido por todos. La Sociedad Etnológica de Francia le regaló un libro con un resumen sucinto de su trabajo, con su nombre estampado en portada.

Pocos indios en el mundo son motivo de esos elogios internacionales: pero en este momento, y por paradójico que sea, Alfonso, no tiene para comer.

Los artesanos son familias extensas que sobreviven de su producción manual; la mayoría de ellas no tiene otros ingresos que no sean los provenientes de la habilidad de sus manos.

Pero no es suficiente con la producción; tienen el imperativo echarse a la calle, a los mercados populares, y buscar a sus compradores.

El mercado de las artesanías (en la medida que tiene un sentido suntuario) tiene características particulares.

Aquí entra el factor familiar como parte de la cadena producción-consumo, y pone de manifiesto las capacidades emprendedoras de la familia indígena.

Ya sabemos que ser artesano no es una actividad lucrativa que permite una cuenta de ahorros en el banco para circunstancias de emergencia como la presente.

Tampoco significa derechos sociales, como seguridad social, salud, seguro de desempleo, financiamiento.

La autoridad a lo mucho entregan credenciales que los acredita como lo que son, a cambio de “entregar el INE”; luego vienen elecciones, y sus nombres parecen en listados de partido.

Pedir a la población que compre a los artesanos es una actitud de condescendencia que recuerda las políticas imperiales de la Colonia a través de las sociedades de socorro.

El indio no es objeto de derechos; es de ayudas. No está para exigir, está para agradecer.

La historia registra que las mejores sociedades de socorro fueron las organizadas por Maximiliano y Carlota.

Pero regresemos al punto de ¿qué hacer?

Lo que urge es que el estado mexicano, y sus tres órdenes de gobierno, establezcan un fondo de emergencia de atención a los artesanos. Que les garantice un pago mensual por un periodo determinado.

¿Por qué se les debe pagar, si son flojos y no tienen iniciativa?

En 2014, con información base al 2008, INEGI presentó la “Cuenta Satélite de la cultura de México, 2014”, en la que registra que el sector cultura hizo una contribución al PIB (a la riqueza nacional) de 2.8%.

Una cantidad equivalente a 450 mil 683 millones de pesos. El INEGI aclara que la producción se concentró en la fabricación de bienes culturales, como artesanías.

400% más que el presupuesto del gobierno de Puebla durante el 2020, el cual es de 100 mil millones de pesos.

Visto a nivel local, la relación se repite con mayor intensidad. Pahuatlán, es uno de los municipios con mayor rezago social y pobreza extrema. Una de cada dos personas es indígena.

En la cabecera, como desde hace 500 años, se concentran los mestizos que viven al amparo del trabajo de los indios arrinconados en las faldas de los cerros.

Fueron ellos los que construyeron la iglesia y la primeras casas destinadas a los principales, además de abrir los caminos para placer y seguridad de los colonos.

Durante el siglo XIX, y la mayor parte del XX, los indios produjeron en sus terrenos el mejor café de la región para enriquecimiento de los acaparadores de la cabecera.

Gracias a su trabajo nació y consolidó una de las empresas comercializadoras de café más importantes del país, que llegó a cotizar en la bolsa de Nueva York: Coscafe.

Los indios de nuevo son los que generan la riqueza y la actividad económica del municipio, y en particular de la cabecera. ¿Cómo? A través de las remesas, la industria de la construcción y la producción artesanal.

¿Qué tiene que hacer el municipio frente a la pandemia? Devolverles algo de todo lo aportado para el desarrollo de la cabecera.

¿Cómo?, ¿y en el marco de qué legalidad?

Las leyes federales y estatales en general, y en particular los capítulos V y VI de la Ley de Derechos, Cultura y Desarrollo de los Pueblos y Comunidades indígenas del Estado de Puebla, obliga al ayuntamiento, a) realizar la planeación del gasto (la distribución del presupuesto) con la participación y aprobación de las comunidades indígenas, en base a las necesidades y en base al Plan Municipal de Desarrollo; y no a trasmano y a espaldas de ellas; b) las comunidades tienen el derecho social a conservar, proteger, mantener y desarrollar sus propias identidades, y para eso se precisa de financiamiento.

En una circunstancia como la actual, se debe convocar a una reunión extraordinaria de cabildo y reorientar el gasto. Ya lo han hecho otros municipios, entre ellos la capital.

Por principio de ley, el primer ente responsable de cumplir el ejercicio de derechos de los pueblos indios (tanto en el marco nacional como internacional) es el ayuntamiento; de no hacerlo es tanto como instalarse en la ilegalidad.

CHAYO NEWS. ¡¡Salvemos Pahuatlán!!

El muy querido y apreciado municipio ha entrado en la espiral más violenta de su historia. No es producto de la maldad ni castigo divino.

Tampoco tiene que ver con el temperamento concupiscente de la gente, como dicen para restarle importancia a la muerte de dos personas en pleno medio día, el lunes (entre ellas una mujer, con lo que Pahuatlán entra de lleno en la lista de feminicidios).

Aquí y en China la violencia es producto de políticas de seguridad permisivas y de una clima social que la favorece. Desde hace una década para acá, y como ya lo he dicho, las sucesivas autoridades municipales trabajan para hacer de su pueblo uno de rancheros forajidos. Con gusto por las armas y admiraciones por quienes las llevan. Es el retorno a la barbarie.

Por lo demás, dejar que se pudra Xolotla, una comunidad indígena sometida al olvido, solo para inculpar a su mayor adversario político en la próxima elección, es tan peligroso como la condescendencia con quienes todos los días salen a la calle con armas de uso exclusivo del ejército.

Nadie se lo merece; es hora de rectificar el rumbo.