No sé si tomar en serio a Francisco Martín Moreno. Es decir, en serio como activista político de la derecha mexicana. Como escritor —ha publicado 27 novelas históricas— es un hombre ciertamente profesional y exitoso, de lo mejor qué hay en la literatura mexicana. El hecho es que dudo de su eficacia como líder de un movimiento. A pesar de ello, el siguiente tuit suyo espanta, ya que quizá lo que anuncia no sea su idea, sino la de otros que ya están pensando en algún tipo de asonada contra el gobierno de izquierda que con sus políticas ha afectado tantos intereses:

El famoso novelista tiene el derecho de organizar o promover todas las marchas que quiera, pero ¿calificar de “dictatoriales” las políticas de Andrés Manuel López Obrador? Terrible lenguaje golpista; en efecto, golpista, ya que va contra lo único que ha hecho el actual presidente de México durante toda su larga trayectoria: participar en procesos electorales democráticos —en el más reciente, el presidencial del año pasado, logró una apoyo popular enorme, nunca visto. Nadie, pues, más demócrata que Andrés Manuel.

Pero, tristemente, Martín Moreno no es el único que se expresa así. Se trata, lo leemos a diario, del tono de decenas de comentaristas, analistas, periodistas, intelectuales en prácticamente todos los medios de comunicación. Gente que no entiende —en el mejor de los casos, por ignorancia, pero la mayoría de ellos simple y sencillamente opinan contra AMLO porque les conviene—, son personas incapaces de ver lo obvio: que la violencia, el baño de sangre, la inseguridad que sufre la sociedad mexicana no nació el pasado primero de diciembre, esto es, cuando Andrés Manuel tomó posesión del cargo de presidente de México. El desastre inició a finales de 2006 cuando Felipe Calderón declaró a tontas y a locas una guerra al crimen organizado que se perdió desde el primer día; conflicto bélico con el que Calderón buscaba no el fin de las operaciones de los grupos mafiosos, sino nada más popularidad para intentar conseguir la legitimidad que no obtuvo en las urnas de votación, ya que él se robó las elecciones de ese año.

El gobierno priista de Enrique Peña Nieto de plano no pudo con la terrible crisis de inseguridad que le heredó Calderón y, desde luego, la situación empeoró. Ante la complejidad del problema que otros crearon y agravaron, AMLO ha decidido diseñar una nueva estrategia, basada en la Guardia Nacional y otras acciones, que necesita tiempo para estructurarse. Así las cosas, tristemente —¡¡inevitablemente!!— la violencia heredada sigue imparable porque no ha empezado a aplicarse el plan con el que se intentará pacificar a México. Ni hablar, los remedios, hasta en la medicina, tardan en surtir efectos positivos.

Algunos hechos muy lamentables, como la matanza de Minatitlán, Veracruz, están siendo usados por grupos políticos para combatir al gobierno de López Obrador. Son los mismos grupos que tuercen prácticamente todo lo que hace el presidente de México para presentarlo como contrario a la democracia. Es el caso, por ejemplo, del memorando sobre la reforma educativa, que contra lo afirmado por tantos “expertos”, solo será inconstitucional cuando alguien con interés jurídico legítimo solicite al poder judicial que así se le declare, lo que hasta el momento nadie ha hecho.

A la derecha mexicana, evidentemente, no le gusta el gobierno de López Obrador. Por razones ideológicas, claro está, pero también porque no hay ya posibilidades de realizar negocios corrompiendo a los funcionarios más importantes. Lo sabemos todos: eso se acabó. Abajo en el gobierno seguirán existiendo los trinquetes, pero arriba no hay nadie que se atreva ni siquiera a pensar en actuar deshonestamente. Andrés Manuel podrá perdonar cualquier cosa a sus colaboradores, excepto las raterías. Es la verdad.

Ante el nuevo panorama, inexistente en sexenios anteriores, los empresarios que se habían enriquecido en complicidad con los gobernantes y que ya no tienen acceso a esa fuente de recursos son los que, muy probablemente, financian a quienes en los medios y en las redes sociales —y pronto en las calles— insisten en atacar al presidente mexicano. Para colaborar en este proyecto perverso de sabotaje de una administración que da sus primeros pasos, sobran personajes importantes con capacidad de expresarse en los medios —y sobran medios dispuestos a sumarse— porque, hablemos con claridad, no ha habido ya dinero para pagar a tantos periodistas, analistas, intelectuales, periódicos, estaciones de radio, etcétera que sin justificación de ningún tipo vivían del gobierno y a quienes, ante la falta de tales recursos públicos, ya no les alcanza con sus ingresos privados para sostener sus ostentosos niveles de gasto.

Independientemente de si tiene éxito o no la marcha del 5 de mayo de la que habla Martín Moreno, lo cierto es que la derecha se organiza para pelear contra Andrés Manuel. Todavía no se llega a intentar algo parecido a un golpe de estado, pero no hay que descartarlo. El lenguaje que utilizan los delata. Así pues, hay que exhibirlos para que se lo piensen dos veces antes de pasar a acciones más agresivas que las simples marchas. Exhibirlos, sí, pacífica y democráticamente desde luego. Que se sepa quiénes son, que comprendan lo elemental: se vale ser oposición. Pero sin expresiones ni actitudes golpistas. Eso no. Si son muchos, son todavía más los que se movilizarían para impedirles atentar contra la democracia. No vale la pena ni siquiera empezar a andar el camino de la confrontación.