Uno, como periodista, no debe de escribir enojado. Los hechos de otros, dicen los manuales, tenemos que verlos en frío y así, en frío, contarlos.

Pero esta mañana las tripas me dieron vuelta en el estómago, al leer una pequeña nota en un periódico de Monterrey.

El caso de una dama (como miles o millones en México) violentada hasta el cansancio y de manera impune por el sujeto -porque no se le puede llamar hombre a quien a abusa de una mujer- con el que estuvo casada por 15 años.

La mujer, que en el último ataque del tipo perdió un dedo de una mano al defenderse de una agresión a cuchillo, ha sido violentada en 12 ocasiones.

El tipo, quien está plenamente identificado porque hay un expediente ante la Fiscalía General de Justicia, portó de mayo del año pasado a enero de este año un brazalete de seguridad, tras agredir a la mujer con un exacto, pero ya anda en libertad.

La agredida ha salido con lesiones graves, que incluyen fracturas en la cabeza… Pero el energúmeno sigue libre, y, por lo visto, así seguirá, impune, porque las leyes de protección a las mujeres en Nuevo León no son más que letras muertas de actos de relumbrón.

Porque el abusivo no solamente debería de estar detenido, sino, que me perdonen en Derechos Humanos, amarrado de pies y manos.

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