Apenas entramos a un túnel donde no se ve la luz al final, no sabemos cuándo, cómo y sobre todo a que costo en vidas humanas saldremos de la emergencia del coronavirus, pero la siguiente pregunta está empezando a retumbar entre los gobiernos, y por supuesto los expertos - donde se ventila primero- y subirá de intensidad en las siguientes semanas.

¿Ante los costos impresionantes, descomunales, inesperados, en la economía, - en la forma de quiebras y pérdida de empleos-, secuela de la pandemia de salud, conviene apresurar, pasado un tiempo prudente, el retorno a la actividad productiva?

Trump ya deslizó el dilema hace unos días, impresionado, seguro, por las cifras negras en la economía que le proporcionaron sus asesores.

Esta semana Thomas L. Friedman, acreditado columnista del New York Times, escribió un editorial bajo el título traducido al español, “Un plan para que América (EU) vuelva al trabajo”, con el subtítulo de “Algunos expertos dicen que se puede hacer en semanas, no en meses, y que la economía y la salud están en juego”; comentario que desnuda el predicamento.

Una decisión es resumida en esta desafiante pregunta:

¿Frente a la calamidad que nos azota cuál es el equilibrio que debe guardar una sociedad entre salvar vidas o empleos?

 

Una hipótesis

Friedman, citando a un experto, apunta hacia la hipótesis medular:

“El Dr. John PA Ioannidis, epidemiólogo y codirector del Centro de Innovación de Meta-Investigación de Stanford, señaló en un ensayo del 17 de marzo en statnews.com , que todavía no tenemos una comprensión firme de la tasa de mortalidad por coronavirus en toda la población. Sin embargo, una mirada a algunas de las mejores pruebas disponibles en la actualidad indica que puede ser del 1 por ciento e incluso podría ser inferior.

"Si esa es la verdadera tasa cerrar el mundo con consecuencias sociales y financieras potencialmente tremendas puede ser totalmente irracional. Es como un elefante atacado por un gato doméstico. Frustrado e intentando evitar al gato, el elefante salta accidentalmente de un acantilado y muere ''.

Lo repito porque es importante el razonamiento:

“Si la tasa de mortalidad (es de 1%) cerrar el mundo con consecuencias sociales y financieras potencialmente tremendas puede ser totalmente irracional. Es como un elefante atacado por un gato doméstico. Frustrado e intentando evitar el gato, el elefante salta accidentalmente de un acantilado y muere”.

 

¿Usted qué haría?

¿Usted qué haría si en sus manos estuviera elegir entre estas dos opciones?

(a) Mantener las medidas preventivas, de aislamiento social, hasta despejar el riesgo de muerte, con la certidumbre de haber controlado la temible curva de crecimiento de infecciones, sin importar el costo económico. Sabiendo de antemano que la letalidad será, por lo menos, de 1% de quienes enferman.

(b) O no cerrar completamente las cortinas de la actividad económica, tras observar, con precisión quirúrgica, con el apoyo de los expertos, el momento en que hay que prender nuevamente los motores del empleo y la actividad productiva, con el riesgo, de que la tasa de letalidad se eleve más (¿a 2%?)

Quizá escogería la segunda opción. ¿Así es?

Y, como diría el reportero Friedman, citando al Dr. Jhon PA Iaonnidis, epidemiólogo, evitar que el elefante en busca de un gato, frustrado por atraparlo, salte al acantilado y muera.

La imagen perfecta para ilustrar el riesgo de que, por imponer controles draconianos para contener un microbio, “muera” la economía, reduciendo, de paso el riesgo de conflictos sociales y brotes de inseguridad.

 

Dos consejos expertos

Pero el mundo, amigos, no se nos presenta con soluciones fáciles.

Vivimos tiempos para poner a prueba al líder más enérgico, con oído cuidadoso a los expertos y despojado al máximo de sus demonios internos.

Dirán, “sí claro”, ¡adelante! “no mates el elefante y te lleves a la economía entre las patas”.

Friedman, abierto partidario de esta línea de razonamiento, nos da dos consejos, para la implementación de este plan.

Primero, ¿cuánto tiempo de aislamiento?: Dos semanas, nos dice.

Y, segundo, instrumentar “un enfoque…quirúrgico que se centraría en proteger y secuestrar a aquéllos de nosotros que tienen más probabilidades de morir por sufrir daños a largo plazo por la exposición a la infección por coronavirus, es decir, los ancianos, las personas con enfermedades crónicas y los inmunológicamente comprometidos”

La población vulnerable, repito, sería aislada, literalmente secuestrada.

Pero el resto de la nación afrontaría la contingencia, tras el período de aislamiento, señala Friedman, “de la forma en que siempre nos hemos enfrentado a amenazas familiares como la gripe”.

Ergo, la mayoría de la gente, tras el aislamiento monástico para acordonar el coronavirus, ¡a trabajar se ha dicho!

 

¿Y en México, es válido esto?

Dirán ustedes, apuntando el estribillo que se escucha por estos lares, a veces contaminados por la ideología: “Si, pero esto es cierto en Estados Unidos, pero no en México”

¿Es así?

Intentemos, sin ser expertos, poner en lo posible en blanco y negro esta afirmación.

Primero, la letalidad en Estados Unidos, máximo de 1% en México, sería la misma que en México. No lo sabemos. Y me temo que no tenemos datos fiables. Si nos mienten (¿lo están haciendo?) reencender los motores económicos tras el aislamiento nos obliga a tomar una decisión en condiciones de gran incertidumbre.

El segundo punto es aún más serio, de hecho, la principal diferencia entre las dos naciones.

En México, por lo menos el 55% de la población trabajadora, vive el día. Tiene ocupaciones informales. Fácil, entre 40 y 50 millones de miembros de la fuerza laboral.

¿Puedes enclaustrar el elefante en una nación de pobres, donde una de cada dos personas que trabajan que lucha cotidianamente por sobrevivir y llevar sustento a su familia?

De modo que en tierras aztecas no se trataría de la lucha de un elefante contra un gato, sino del mismo paquidermo contra un enjambre de mininos.

Este rasgo - característico de México- pareciera inducirnos a la idea de que no hay que encerrar completamente al elefante, sino dejar las cortinas a medias. El extremo de este razonamiento es la afirmación de AMLO de que hay que salir a fondas y restaurantes, y refugiarse en la familia, un semillero de valores, muro de contención. Muy mala afirmación, pero que transmite el mensaje del que estamos hablando.

¿Y la incidencia de muertes?

Es posible (¿o seguro?) que serán mayores. ¿Cuántas? Por desgracia nadie sabe. La credibilidad en las cifras oficiales de infectados no es muy alta.

Para colmo, antes de la emergencia sanitaria del coronavirus, los hospitales ya enfrentaban una crisis de abasto de insumos.

Empero, la realidad suele ser más cruel que la fantasía.

¿Qué pasa cuándo - siguiendo nuestra historia del elefante y el (los) gatos- antes de enclaustrar al paquidermo ya había vidrios rotos?

Una economía que iba de bajada, una confianza empresarial declinante, además de enormes fondos destinados a proyectos socialmente no muy rentables, o mejor dicho sin evaluación de proyectos.

 

Conclusiones

No es fácil. Pero me quedo con cuatro consejos. No tengo respuestas contundentes. Me puedo equivocar. Como dice Friedman, sólo soy un columnista preocupado por su familia, su entorno, y su futuro económico y el de su país.

1.- No parece haber remedio. En un país donde uno de cada dos trabajadores vive el día no podemos darnos el lujo de encerrar al elefante por completo. Del costo en vidas por la letalidad del mal, doble contra sencillo que será más alto que el que nos dicen. Es prematuro. Entramos como dije al principio, apenas al principio del túnel. Pero, prudentemente, hay que pensar en el momento del retorno a las actividades productivas. De no hacer esto, los riesgos de tensiones sociales y una erupción de un brote preocupante de seguridad son altos.

2.- Algo que sí se está haciendo bien es proteger el menos económicamente a segmentos vulnerables como los adultos mayores, si bien el blindaje en salud a estos segmentos de gran riesgo enfrenta enormes dudas.

3.- Para evitar más destrozos - en esta historia del elefante y los gatos- hoy más que nunca son necesarios dos planes de contingencia, pensando, en serio, en la lógica de una economía de guerra. Uno en salud, distrayendo recursos enormes, con el concurso de la sociedad civil, y con el concurso de los empresarios. Y otro, de la misma envergadura, económico. Un plan de salvamento de la planta productiva. Nos lamentaremos, de verdad, si no hacemos esto.

4- Y, por favor, no hay que seguir rompiendo vidrios en medio de la tempestad.