El día miércoles 17 de Febrero el Papa Francisco deja México después de una larga gira entre Chiapas, Michoacán, Ciudad de México y Chihuahua; en todo momento la lectura política y social sobre dicha visita estuvo centrada en el tema religioso, de derechos humanos y de enseñanza tanto a la clase política como empresarial.

Resulta complicado afirmar que a partir de este momento la Iglesia católica y Estado mexicano se transformarán simplemente por una visita pastoral y la enseñanza que se deriva de ella, ya que la evidencia sobre otras visitas papales, combinada con Presidentes abiertamente católicos no modificó en ningún sentido la organización del Gobierno y mucho menos se influyó en decisiones polémicas que los Obispos mexicanos toman día a día desde hace tiempo, así como la relación entre la cúpula empresarial y el mundo del trabajo.

Suponer que el Papa mantuvo una agenda abierta, plural y cercana a una ideología progresista, hubiera implicado una agenda diferente a la que se presentó a los medios por parte del Vaticano, debido a que no existió una reunión con el Padre Alejandro Solalinde o mención a su trabajo, así como tampoco una parada en los refugios donde los migrantes centroamericanos se resguardan de la policía o el crimen organizado, a la par del nulo compromiso por abordar abiertamente temas de pederastia o matrimonio entre personas del mismo sexo.

El Papa no está en México para fomentar la equidad social  a través de un mensaje pastoral, ni para dar señales de transformación de una religión que sigue siendo cerrada y masculina; tampoco está para motivar a la población a unirse a las filas del catolicismo, debido a que la estrategia de que un Papa visite México no surte efecto para tal fin, ya que al revisar las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), desde 1980 (la primer visita de Juan Pablo II ocurrió en 1979) el porcentaje de la población católica respecto al total comienza en 95.1%, para pasar al 89.7% en 1990, al 88% en el 2000, 84% en 2010 y 81.2% para 2015. Las múltiples visitas de los jerarcas del Vaticano no han parado la caída de fieles y en esta ocasión parece que tampoco será la excepción.

Al saber que el Estado Vaticano por medio de su representante no es capaz de frenar la pérdida de fieles y tampoco de renovar a su misma organización religiosa, vale la pena preguntarse sobre el efecto inmediato que tiene una visita papal en cuanto a la popularidad del Presidente mexicano en turno.

En el caso de Carlos Salinas, la llegada de Juan Pablo II en 1990, le significó pasar de una aprobación del 71% al 77% (Consulta Mitofsky, la cual se empleará en todos los casos); para la segunda visita aún en el periodo salinista, la mejora fue del 77% al 81% a pesar de la inestabilidad social y política (ya se había consumado el asesinato del Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo).

Para Ernesto Zedillo, la mejora resultó al pasar del 62 al 64% a pesar de la dura crisis económica que se vivió en el país desde 1994; para el Presidente Vicente Fox y la desilusión que causó no consolidar el bono democrático lo hizo comenzar con 63% de aprobación y pasar inmediatamente a 52%; el año posterior a la última visita de Juan Pablo II, la aprobación de Vicente Fox volvió a recuperarse para llegar al 58%. En el caso de Felipe Calderón, la visita de Benedicto XVI le significó no seguir cayendo en popularidad para mantenerse con 51% de aprobación.

En la actualidad la aprobación con que cuenta Enrique Peña es bastante baja, por lo que sumado a las cifras expuestas hasta el momento, lleva a suponer que la visita del Papa Francisco puede serle más útil al mandatario mexicano, lo cual no se sabrá hasta que se publique la siguiente encuesta que mide la aprobación y sea posible observar si la caída se revierte o por lo menos se frena.