Muchas vueltas le dan esos que solicitan la muerte civil de los corruptos, y hasta se remontan a la vieja Roma y mencionan  al ínclito Ulpiano para hablar de la cápitis diminutio. Si en México se cumpliera la ley, esos que roban y saquean el erario público irían a la cárcel y su sentencia los privaría de derechos políticos y civiles. No necesitan usar fórmulas y nombrar caras comisiones para que se ocupen del caso. Ya hay muchos muertos en el país.

La propia Constitución y las leyes penales se ocupan de la llamada muerte civil, con el mandato la primera; con la aplicación de la ley a través de la sentencia, la segunda. Esta puede contener la suspensión de los derechos políticos y civiles junto con  la pena por un delito cometido. O  la sentencia en si misma puede ser la pérdida de esos derechos.

El que los derechos humanos de los presos deban ser estrictamente respetados, no significa que el asunto se relaje. Ante la abstención electoral y dado que tenemos cárceles repletas de presos, hubo alguien que en semanas anteriores -debe ser un priista que resintió la pérdida de las cinco gubernaturas-, propuso que se les dé el voto a los presos. Les convendría si metieran a las cárceles a los funcionarios corruptos, porque entonces tendrían muchos votos. En el derecho romano se aplicaba la cápitis diminutio máxima a los delincuentes, lo que los privaba de sus derechos ciudadanos. Pero los excelsos civilistas de la ciudad eterna, machos como eran, extendían la cápitis diminutio -sin la máxima- a las mujeres solteras y a veces a las esposas de los pater familias. O sea esas mujeres carecían de derechos ciudadanos, como suele a veces suceder.

En Grecia eran más prácticos: dictaban  la inexistencia o aplicaban el destierro, cosa esto último que  rechazó Sócrates y prefirió beberse la cicuta. Grandes personajes de la historia murieron desterrados, el gran Dante entre ellos. En México la que lo aplicaba a destajo era la  Inquisición que se daba el  gusto de sacar de nuestras tierras que ellos llamaban de  Indias, a todos los herejes, opositores o que no creyeran en su dios.

Aquí, ahora,  ese destierro es voluntario: los corruptos toman sus millones y se van a disfrutarlos por una temporada. O los pobres, los olvidados de las instituciones, los que de hecho han sido siempre inexistentes, se mudan de sus tierras o se van al extranjero en busca de otra vida.

Ser migrante es ser un desterrado. Vivir en el exilio. Pero la inexistencia o el destierro son  risibles para los políticos. A Felipe Calderón que se robó la presidencia cometiendo así uno de los más graves delitos políticos y que con una decisión mal tomada envió al país a la guerra, lo premian públicamente.

La única respuesta al señor Zoe Robledo, priista convertido en perredista, ante la propuesta que hizo en el senado: que mejor proponga el cese de la impunidad. La