Mucho se ha hablado, desde el pasado domingo, sobre el primer debate de los contendientes para llegar a la Presidencia de la República. Sin embargo, de los miles de mensajes que leí en las redes sociales, no deja de regresar a mi mente uno que decía: “No es que esté lloviendo, es México que está llorando”. Y pues sí, cuán sabias palabras de la extraordinaria Sofía Niño de Rivera, quien plasmó en menos de 280 caracteres, el sentir de los mexicanos después del debate.

Claramente todos candidatos nos regalaron una dosis más de palabrerías vacías, promesas vanas, evasiones, acusaciones, indirectas, etcétera, etcétera, y por supuesto ninguna propuesta seria u oferta realista que pareciera hacer sentido a las necesidades y reclamos de la sociedad.

Probablemente uno de los pocos ganadores del debate del domingo, fue el debate mismo; el cual al cambiar de formato, dejó de ser acartonado y aburrido, y pasó a ser algo más parecido a lo que dice su nombre, un debate. ¿Perfectible?, ¡por supuesto! Pero sin duda fue un pequeño regalo y ejemplo de que, cuando nos lo proponemos, podemos surgir con nuevas e innovadoras ideas que nos ayuden a conseguir los objetivos que nos planteamos.

El debate en su nuevo formato, dejó más claro quién es quién; qué pueden o no aportar los candidatos en cuestiones como transparencia, rendición de cuentas y explicaciones a los mexicanos; quiénes están solo para hacer bulto y ponerle (¿por qué no?) el toque picaresco, divertido y poco serio a algo que de por sí, es terriblemente importante en el futuro de nuestro país, y por supuesto de nuestra vida cotidiana y bienestar familiar. Sin embargo, coincido que después de lo que vimos en el debate y de la calidad de nuestro futuro presidente, al país no le quedó otra más que llorar.