En un apunte inmediato anterior en este diario, titulado “Debate presidencial: ver lo esencial, no solo las palabras”, ( http://sdpnoticias.com/columna/8610/Debate_presidencial_ver_lo_esencial_no_solo_las_palabras), adelantaba que no tenía valor alguno presenciar el debate presidencial apelando solamente a lo explícito en el discurso de cada candidato, a lo que cada uno expresaría. Decía esto porque, en lo explícito, yo esperaba que los pronunciamientos de cada uno de los participantes fueran prácticamente equivalentes.

En general, dije que ninguno de los candidatos se pronunciaría jamás por desalentar el avance del país en cualquiera de los temas del debate. Todos estarán de acuerdo en que la educación debe avanzar, que debemos crecer, que se debe terminar con la delincuencia y la pobreza, y así con todos los temas que serían abordados en el evento. Puse como ejemplo el tema del crecimiento económico. Decía que todos los candidatos estarían de acuerdo en que debemos crecer económicamente, y que solo diferirían en lo que toca a la tasa lograble, que es más bien una situación secundaria.

 Lo anterior es un resultado natural del pobre formato del evento.  Teóricamente se trata de un debate, de una discusión que no tiene posibilidades de exigir a cada candidato la tarea de demostrar y convencer, y cuyos alcances, por ende, están limitados a persuadir al auditorio. Y este pobre formato luego da ocasión a que, en los hechos, los debates se conviertan en foros para el discurso locuaz, la imaginación desbordada, y las cartas de buenas intenciones para Santa Claus. Y en este caso seguimos al nivel de la persuasión, no de los argumentos fundamentados.

Desgraciadamente, este tipo de formato diseñado para el discurso persuasivo siempre ofrece la ocasión perfecta para que las mentiras desbordadas hagan su aparición sin ton ni son, porque ninguno de los participantes se ve constreñido a demostrar nada.

De ahí que, en mi apunte anterior, yo le sugería que atendiera más bien a lo implícito en el discurso de cada uno de los candidatos, a lo oculto, a las ideas y creencias que operan como fundamentos reales y no declarados de los pronunciamientos. Y es que cuando apelamos a los presupuestos implícitos de cada candidato, a los fundamentos que los mueven, es cuando estamos en posibilidad de ver quién miente y quién dice verdad con sus promesas. Simple cuestión de consistencia entre el decir, el obrar y los principios que se sostienen.

Pero déjeme decirle algo: acerté en mis previsiones con Peña Nieto, Josefina y Quadri, pero fallé en el caso de AMLO.

Respecto de los tres primeros, el debate presidencial se trató de lo que ya dijimos: un festival de imaginación desbordada y de mentiras. En suma, vimos a tres “políticos” que siguen viendo a los mexicanos como unos simples payos que son fácilmente manipulados y timados.

De Quadri ya no me ocuparé porque este hombre está completamente supeditado a una señora que representa lo peor de la política oficialista de este país. Y creo que esa sujeción ya lo transfiere en automático al nivel de la minusvalía en lo que toca a credibilidad o veracidad. Ni siquiera quiero imaginar el completo desastre que sobrevendría sobre el país de llegar Quadri al poder. Dios nos ampare con la señora.

Posiblemente dedique algunos artículos posteriores a temas específicos del debate donde trataré de desentrañar los absurdos de los tres “políticos” y sus propuestas: Enrique Peña Nieto, Josefina y Quadri. Tal vez, para entonces, volveremos al tema Quadri.

Bien, creo que podemos concluir que vimos a un Peña Nieto y a una Josefina que básicamente prometen lo que no han hecho y lo que no harán jamás, por el simple hecho de que están impedidos por su apego a la voluntad por la continuidad del modelo neoliberal y del sistema político corrompido que prevalece hasta el momento.

Por principio, es imposible para Enrique y Josefina abatir la pobreza y la marginación mientras opten por la prosecución de un modelo económico – el neoliberal –que está diseñado deliberadamente para generar minorías selectas y opulentas a costa del empobrecimiento creciente de la gran masa del pueblo ordinario.

Por principio, es imposible para Enrique y Josefina abatir la violencia mientras opten por la prosecución de un modelo económico – el neoliberal – que opera con el motor del egoísmo a ultranza y la anulación de los sentimientos de simpatía entre los ciudadanos.

Por principio, es imposible para Josefina hacer lo que no ha hecho durante doce años de gobiernos panistas. Y peor todavía, es absurdo que Josefina ahora pretenda abatir o erradicar los problemas en los que ha colaborado consciente y programáticamente durante dos regímenes panistas sucesivos.

Por principio, el nuevo PRI de Peña Nieto es imposible, toda vez que sabemos que los priistas de hoy son los de ayer y siempre. Los priistas de hoy, son los mismos priistas que saquearon al país años atrás y los mismos que saquean las arcas públicas en una buena cantidad de estados de este país. ¿O qué? ¿Acaso los priistas notables han estado enclaustrados en monasterios durante doce años de panismo en el poder a grado tal que ahora son ejemplos de virtud?

Visualice mentalmente al priista más pintado en las triquiñuelas. Hay muchos, no debe tener dificultades en esto. ¿Ya lo tiene? Ahora dígame una cosa: ¿Usted es capaz de creer que ahora, hoy en día, ese priista se ha transformado por arte de magia y es un virtuoso? ¿Verdad que es ridículo?

Y lo que es más, sabemos que, por principio, es imposible para Enrique terminar con los monopolios en medios de comunicación, porque sabemos que los hilos de su candidatura penden por completo de las manos de los accionistas de Televisa.

El que me sorprendió por completo fue AMLO. Y me sorprendió porque rompió completa y audazmente con el estéril formato del debate. Confieso que, por un momento, al principio de su innovadora forma de asumir el evento, presentí que podría salir mal parado. Esto, porque creí que podría salirse de la temática. Pero no tardé en darme cuenta que era el paso correcto, lo que el país que no se engaña con la caja loca espera de un verdadero político.

AMLO no dejó espacio a lo oculto. Convirtió lo implícito en explícito. Habló de nuestras realidades, de nuestros problemas de fondo de manera clara y directa.

AMLO habló del modelo económico que ha demostrado no funcionar. Habló de la necesidad de cambiar ese modelo que nos ha llevado a un mundo dominado por la miseria, por las minorías opulentas y despóticas, por el estancamiento económico, por las injusticias, por una clase política corrompida hasta los huesos, por la violencia y por el atraso en muchos órdenes de la vida nacional.

AMLO no desató la imaginación y las mentiras al estilo de los otros tres. No prometió lo irrealizable o lo absurdo en el contexto de un modelo económico ya inoperante a todas luces. En su lenguaje franco, sencillo y audaz, sincero, no escuchamos jamás los “bonos petroleros” de Josefina que sirven de anzuelos para los ingenuos, ni las evocaciones al mito de Petrobras del febril Quadri, y menos los malabares verbales contradictorios de Enrique Peña Nieto en torno a la privatización de PEMEX que no es privatización.  

AMLO habló de la deshonestidad, de la corrupción y el egoísmo, como los principales obstáculos a vencer en la ruta hacia una sociedad en estabilidad y en paz perpetua. Nada más cierto que esto.

Y AMLO nos advirtió, sobre todo, y haciendo eco de la sabiduría de Ortega y Gasset, sobre los enormes peligros implicados en aquello de cometer la torpeza de vivir sin saber a qué atenernos con respecto a los partidos que demostradamente han hundido al país en el fracaso: PRI y PAN.

“Que al final nadie se llame sorprendido”, dijo AMLO al referirse a los desastrosos resultados que esperan al país de volver a dar acceso a PRI o PAN al poder de la república. Y cuando AMLO dijo esto, no hizo sino traer a cuentas la enorme carga de verdad de las palabras de Santayana:

“Quien olvida su historia está condenado a repetirla”.

En suma, el debate fue eso: las reiteradas y evidentes mentiras del PRI y el PAN; la demostrada inclinación de estos dos partidos a categorizar a los ciudadanos en calidad de idiotas, de esclavos apatronados; y nuestras realidades y nuestros retos como sociedad en el discurso llano y austero de AMLO.

Excelente actuación de AMLO. Por lo menos él, a diferencia de los otros, no me promete baratijas para timarme, no ha pretendido verme la cara de esclavo apatronado, y me invita a actuar en política con sabiduría para dignificar mi personalidad moral y hacer posible mi proyecto de vida. Mi voto está con él.

Buen día.