No sin sorpresa veo la forma lamentable en que se han estado abordando desde la esfera pública los más severos problemas jurídicos y sociológicos que hay en el país: la elección del pasado 1 de julio, la muy aparente fabricación de pruebas por parte de las autoridades federales para inculpar –sin fundamentos evidentes- a oficiales retirados y activos de nuestras fuerzas armadas, la recuperación de parte de nuestro espectro radioeléctrico, el chantaje de empresarios a las autoridades, los berrinches de las autoridades cuando las chantajean o la ligereza con la que la Corte está tratando el tema del fuero militar. A mi asombro por estos asuntos, se suma la impresión causada por la simpleza con que expresaron sus ideas los dirigentes de los partidos nacionales de izquierda al ser recibidos por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para expresar sus alegatos en el juicio de inconformidad por la elección para Presidente de los Estados Unidos Mexicanos

Entre bilis y pataletas, intentaron abordar, tratar y agotar amplios temas políticos, jurídicos y sociales. Jamás un jurista, un sociólogo, un politólogo o un académico han intentado siquiera lo que ellos hicieron. Y todo estaría bien de no ser porque terminaron abordando, tratando y agotando dichos temas con estupidez ejemplar. En manos de dirigentes partidistas como ellos, los asuntos más graves terminan por parecer cómicos.

Los dirigentes izquierdistas expresaron razonamientos pobres y rayanos en la imbecilidad: resulta que para ellos la Constitución fue quebrantada por un lado, pero olvidan, que por el otro, la propia Constitución establece, en su artículo 99, que la última palabra en estos asuntos la tiene el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. No aportaron razones a su dicho: las pruebas no alcanzan, lamentablemente, para sostener una influencia indebida en cinco millones de electores –aunque, desgraciadamente, muchos sabemos que esto puede ser verdad. Se conformaron con ser vulgares buscapleitos sin atreverse a hacer una confrontación seria: por un lado alegan un posible estallido social, y por el otro babean los zapatos del sistema que les da un espacio como aparente segunda fuerza política en el poder legislativo. Acuden al lugar común para evadir su pobreza de ideas. Esto se llama cobardía: salir vapuleado en la elección presidencial y arrojarse sobre los puestos obtenidos. Decir sandeces agresivas no es, de ninguna manera, ser contundente; sólo es ser igualmente idiota, pero con bravatas. ¿Se quiere mejorar el sistema? Que los dirigentes de la izquierda empiecen por ser honestos y no actúen como beneficiarios en lo que les conviene y aguerridos activistas en lo que no; que se enfrenten a quien sea necesario en todas las arenas y que defiendan con inteligencia o con verdadera fuerza física sus ideas. La dirigencia de las izquierdas no debería ser pusilánime. Si se va a poner los guantes, que lo haga bien. ¿Va a haber estallido social? Que asuma la carga de sus palabras y se arriesgue.

De los alegatos presentados ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal sólo me quedaron claras dos cosas: la primera, que la izquierda está temerosa, anda pobre en ideas y se encuentra muy limitada en el lenguaje; la segunda, consecuencia de la anterior, que como primer paso para abandonar la mediocridad, debe, de corazón, empezar por no comportarse mediocremente.