Si el clásico de Ciudad Juárez nos iluminó a los mexicanos con su memorable frase de “lo que se ve no se pregunta”, ¿para qué ponernos legaloides con “la causa grave” que hizo renunciar al ministro Eduardo Medina Mora? Esclarecer la “causa grave”, como lo pide la comentocracia (desde Julio Astillero hasta Joaquín López-Dóriga), tal parece que se ha convertido en una “grave causa” de los articulistas de la Ciudad de México.

Medina Mora no podía decir que renunciaba porque la Unidad de Inteligencia Financiera, cuyo titular es Santiago Nieto, lo estaba investigando. Abaratando a Wittgeinstein, de lo que no se puede hablar, es mejor callarse… y eso es lo que hizo el ministro. Es un exceso pedir que se incriminara o, al menos, que alterara su proceso explicando razones.

Federico Arreola ha sido explícito: no se hagan bolas. Yo agrego: no hagan de “causa grave”, grave causa. Y creo más que los que toman la “causa” de la legalidad lo hacen casi por morbo, no por exigir Estado de derecho. Ya se lo dijo Javier Quijano a Federico: “El hecho de que un ministro de la Corte renuncie sin expresar causa alguna, es suficientemente grave como para ya no requerir otra”.

Tampoco hay que exigirle a la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que explique lo que no explicó Medina Mora en su renuncia, no le corresponde; ni al senador Ricardo Monreal que le tuerza la mano para que explique los motivos de la dimisión.

Para Proceso la carrera pública de Medina Mora equivale a un “negro historial”. ¿Acaso la comentocracia deseaba que el ministro asegurara que renunciaba por su “negro historial” de represión, espionaje, videoescándalos, defensa del círculo íntimo del expresidente Enrique Peña Nieto o por el supuesto lavado de dinero?

Lo que se ve no se pregunta, por un lado y, por el otro, ¿para qué la espada de Damócles o la espada del augurio de los ThunderCats? ¿Ver más allá de lo evidente?