“Los partidos políticos formulan políticas que les permitan ganar elecciones, en lugar de ganar elecciones con el fin de formular políticas” (Downs, 1973:30)

Los mensajes que escuchamos, posturas, fotos y videos… todo está pensado por un equipo de asesores responsables de hacer campaña, y hemos sido testigos que dan al pueblo un producto barato: humor, señalamientos, descalificaciones, uso de las redes sociales de manera intensa y amañada.

Detrás de ello se encuentra la magia del marketing político que tiene la finalidad de convencer al ciudadano de votar por un candidato en específico o posicionar al precandidato a razón del ya culminado periodo de precampañas, pero, ¿cómo se hace?

Desmenucemos dos partes, siempre en relación: primero se define la estrategia, analiza a los electores y su entorno, responde ¿quiénes son? y ¿qué quieren escuchar?  También analiza la ideología y desempeño del partido, conforma la materia prima.

Segundo, organiza con esa información la presentación de los candidatos y pone en práctica estrategias de comunicación para informar a los electores potenciales las características distintivas del partido y el candidato, al final no es magia, es técnica y creatividad.

El que tenga la estrategia adecuada y hay que decirlo, una buena exposición en los medios estará mejor ubicado en la opinión popular, sin embargo, el punto de partida de todos los precandidatos es el mismo suelo: apatía, desconfianza y hartazgo.

En la última Encuesta Nacional de Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (INEGI) revela que el 65% de la ciudadanía declaró tener poco interés en la política, además los Partidos Políticos resultaron con la peor calificación de confianza institucional. El reto del marketing se dará en movilizar precisamente a los mexicanos apáticos que odian por igual a todos los candidatos. Desafortunadamente no han demostrado tener innovación.

AMLO busca quitarse las etiquetas de radical y batear las críticas por alianzas inesperadas, pero aprovecha su ya posicionada “marca personal”, Anaya explota su imagen jovial pero ciertamente la cara de “niño rico” no le favorece, además pesa el maridaje forzoso de ideologías.

Meade no cuenta con físico agraciado y su carta más fuerte, la preparación académica se ve ensombrecida por los escándalos del PRI y la poca identificación de la militancia con él.  Lo anterior sin considerar a los independientes que bajo el discurso “ciudadano” dan batalla y dividen preferencias.

La historia se puede repetir, tener baja participación y que el ganador sea resultado de una elección sombría: en el 2012, Peña Nieto ganó únicamente con el 38.20% de los que votaron, es decir sólo con el 24.19% real de los ciudadanos en posibilidades de votar.

Hoy somos casi 88 millones mexicanos en lista nominal esperando que estrategas y los propios candidatos den una lectura eficaz al pensamiento colectivo y propongan ideas frescas, propuestas reales y no un simple argüende al estilo de JJ Rendón.

Por el momento el ganador es AMLO según todas las encuestas, pero esto apenas comienza. ¿Serán suficientes las estrategias para motivar al electorado a salir a votar?