Con los políticos (y generales) que tenemos en México, ser bandido es un honor<br>
Parafraseando al capo Pablo Escobar
El jefe de la mafia colombiana se refería a los políticos —incluidos naturalmente los generales que ocupan altos cargos en la administración pública—, pero desde luego se trata de una expresión que también aplica a los políticos y militares mexicanos del más alto rango.
Dos de los principales estrategas de la guerra contra el narco en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto están ahora detenidos en cárceles de Estados Unidos acusados de haber trabajado para el narcotráfico. Terrible.
No me sorprende en el caso de Genaro García Luna, el colaborador más importante de Calderón, a quien sus amigos consideraban un súper policía. Debo admitir que me siento decepcionado de comprobar que las cosas no cambiaron en el gobierno de Peña Nieto. En su momento pensé que este hombre iba a ser distinto, y es que no era sensato seguir en el lodazal de la estúpida guerra contra el narco que solo era negocio de militares y políticos y ensangrentaba a México. Me equivoqué.
Celebro que el actual presidente, AMLO, haya dado la responsabilidad de diseñar la nueva estrategia de seguridad a un civil para nada ligado a los cuerpos policiacos del pasado y absolutamente alejado del mundo criminal de las grandes mafias mexicanas.
Alfonso Durazo aportó no solo racionalidad administrativa en la construcción y puesta en marcha de la nueva policía de nuestro país, la Guardia Nacional, también lo hizo con criterios de decencia no vistos en los sexenios anteriores. Corrió riesgos Alfonso, muchos. Particularmente la rebelión de hombres muy preparados para el combate, como los integrantes de la Policía Federal de los dos gobiernos previos, quienes se negaron a aceptar la desaparición de ese cuerpo policiaco que en realidad era una cueva de bandidos y, para defender su existencia, lo hicieron inclusive recurriendo a acciones muy cercanas a la violencia.
Creo que ahora se entiende por qué Andrés Manuel está tan cerca de las fuerzas armadas nacionales, encabezadas por un general y un almirante que, se supo desde que fueron nombrados, no eran del agrado del general Salvador Cienfuegos, hoy arrestado en Estados Unidos. Particularmente molestó al general de Peña Nieto el nombramiento de Luis Cresencio Sandoval al frente de la Secretaría de la Defensa Nacional. El presidente López Obrador rompió con la fea tradición de complicidad de que los militares recomendaran a sus sucesores.
Si los militares eran comandados por un capo —eso es seguramente el general Cienfuegos, al margen de la presunción de inocencia: antes de arrestársele se le debió haber investigado con todo detalle—, entonces debió haber tejido con mucho dinero redes de complicidad en el ejército. Había entonces absoluta necesidad que estar muy cerca de los soldados, ocuparlos en lo productivo, demostrarles con hechos que las cosas cambiaron, y al mismo tiempo, con precisión de cirujano o relojero, ir haciendo a un lado a quienes están totalmente echados a perder. Es un trabajo complicado que debemos apoyar todos para que tenga éxito. De ello depende la gobernabilidad de México.
Dice el diario Reforma que en Estados Unidos no han requerido de una consulta popular para arrestar a altos personajes de los gobiernos de Calderón y Peña. Ciertamente no: allá no hace falta la solidaridad y la aprobación de todo un pueblo para ir contra personajes tan peligrosos. En México es distinto. Si la mafia todo lo dominada en el sector público, no se está hablando de simples policías, militares, funcionaros o ex presidentes a combatir. Son más que eso. Son jefes de la mafia a quienes la 4T puede enfrentar, pero contando con la abierta solidaridad de la sociedad. La gente debe sentir es suya que la lucha contra lo que se pudrió en el pasado. Supongo que es la idea de la consulta, y no la vulgaridad de la que tanto se habla de que el presidente López Obrador esté —que no estará en la boleta electoral—.