Examinaron detalladamente la banda de seguridad y sus bajos. El jefe del área me pidió voltear a la cámara central para reconocerme y rastrear lo que había sucedido al cruzar el punto. No pudieron encontrar el android comprado apenas en diciembre pasado en Nueva York. Misterio. Sin abrumarme, pues de entrada todo está perdido, dejé que el escepticismo reconfortado me guiara a abordar el vuelo hacia Frankfurt.

Proveniente del Báltico, de Riga, Kastrup, el aeropuerto de Copenhague, me ha dejado sin comunicación telefónica, sin leer los diarios mexicanos que ya había comenzado durante el agradable café de espera. Entonces recordé que debía retomar para SDP algo trunco desde hace meses. Natural, estando en un país escandinavo, pensé que tenía que concluir el texto sobre la referencia de AMLO a los países del norte de Europa en una de las últimas entrevistas de Jacobo Zabludovsky (monólogos de López Obrador, les llamaba el periodista cada vez que se encontraba con el político).

La referencia nórdica es esta (la copio de mi texto aún trunco): ?Si no hubiese corrupción en México, no habría pobreza, inseguridad ni violencia. Entonces estoy completamente convencido de que si terminamos con la corrupción vamos a lograr el florecimiento, el renacimiento de México. En Suecia, Dinamarca, Noruega, Finlandia, [agreguemos Islandia] no hay corrupción y no hay pobreza. Es más parejo, hay más igualdad, hay una clase media fuerte.? (El Universal; 28-04-15).

Y sobre esta cita hay certezas que detallaré cuando al fin concluya ese trabajo (¡políticos defenestrados por pagar un chocolate con dinero público o por no pagar el servicio de televisión!). Y qué más natural que pensar en terminar ese objetivo estando en Dinamarca y tan cerca de Suecia. Cuando López Obrador recién ha hecho un cuestionado ?escandaloso? viaje europeo y ha ofrecido una conferencia en París (lo del Vaticano y el Papa ha incomodado a más de uno; que ?les ha comido el mandado?, dicen) sobre su deseo de presentar en Europa el carácter de la naturaleza mexicana más allá de la corrupción, la violencia y la impunidad; un México con posibilidades de cambio en el futuro cercano. Es decir, 2018 y sus consecuencias. Y la ?mafia del poder? no haya cómo bajarlo de las encuestas. Consecuente con su referencia, su próximo viaje-conferencia debiera ser en algún país nórdico; simpatizantes los tiene por allá también.

Camino. Abordo. Sonrío y saludo la belleza en figura y ojos de azafata. Tomo mi asiento; viajo solo, afortunadamente. Despegamos. Retomo la lectura que hago por quinta ocasión de El nacimiento de la tragedia, de Nietzsche (sí, tengo ya escrito pero no he querido publicar el texto de porqué mi cuenta de twitter se llama @NietzscheAristo ?Aristo, de Aristófanes), pues sus preceptos estéticos y artísticos son esenciales mas de prolongada maduración, sobre todo cuando la lectura se comienza, como tendría que ser, por el final del libro, los escritos preparatorios: ?El drama musical griego?, ?Sócrates y la tragedia? y ?La visión dionisíaca del mundo?. Disfruto al fin con serena degustación, no obstante la pérdida, un Rheingau seco. ¡Ah!

Vencido, deposito el libro y los anteojos enfundados en uno de los asientos vacíos. Otro Riesling y los ojos se cierran y sueña el cerebro. La breve turbulencia y el anuncio de llegada me despiertan. Con familiaridad me recibe Frankfurt. Tomo el tren hacia Wiesbaden y un autobús antes de un taxi hacia la montaña.

Como todavía una laptop va conmigo, busco los anteojos para trabajar. No están. Los meandros los ubican en el asiento del avión. Me sugieren rastrear teléfono y anteojos en el servicio Lost and Found de Kastrup y Lufthansa. Parece que mucha gente ha recuperado objetos perdidos gracias a la honestidad de quienes al encontrarlos los entregan a las autoridades o al sistema de seguridad aeroportuaria europeo; mas hay quien habla de mafias aeroportuarias? ¿Qué suerte me depara al respecto independientemente de que pronto iré a Wiesbaden por un urgente remplazo para mis ojos y oídos?

Para escribir ahora he ampliado a 170 el zum del Word. A la izquierda una copa, a la derecha la botella de Rheingau que he comprado en Bad Schwalbach antes de tomar el auto para llegar a la montaña que yace en esa región vinícola. Frente a la ventana de mi habitación, en la fresca y húmeda oscuridad del otoño multicolor se intuyen las grises nubes altas, la cordillera de los bosques montañosos en el horizonte y el fructífero río Rhein al fondo de Lorch. Las manadas de venados comienzan su bramido, su profundo canto nocturno (cada macho astado tiene su propio harem de venadas y ciervas para el dichoso acoplamiento, me dice Fred, el simpático viejo con alemana voz estentórea que pasa a saludar todas las mañanas; cuando el corpóreo y espumante café). Renuevo la nítida copa, escancio la seca y dorada sabrosura del Riesling de Rheingau; el superior, el exquisito oro del Rhein.

P.d. Momento. Con el rabillo del ojo izquierdo miro a un casi anciano de baja estatura, ojos agudos y con saco azul que me sigue en la línea de acceso al escaneo de la zona de seguridad. Pocos minutos antes de descargar la mochila a mi espalda, el viejo me empuja levemente. Me mira mirarlo oblicuo, más que desdeñando, como pasando por alto el ?accidente?. Cuando me desprendo de la chaqueta, una intuición desconocida pero insuficiente me hace pulsarla un poco más ligera de lo usual; una casi certeza me dice ahora que segundos antes había sido imperceptiblemente vaciada del android por el casi anciano. En fin, nada que disturbe el cauce y el curso de las cosas graves y de la belleza.