Si bien la lucha que actualmente encabeza Andrés Manuel López Obrador, y que materializa en su totalidad el conflicto poselectoral, constituye un proceso plagado de derechos humanos y políticos consagrados en la ley; no obstante, la coalición Movimiento Progresista ha hecho de los medios de impugnación establecidos por la Ley Electoral una vorágine conformada por sentimientos de odio, resentimiento, amor, pasión; por animales como pollos, gallinas, cerdos, chivos y borregos; y por declaraciones falaces, pruebas contundentes, demandas sin sustento y denuncias sustentadas. Por consiguiente, considero que antes de que las medidas tomadas por el lopezobradorismo para defender el voto se tornen en un espectáculo bufonesco y ramplón, AMLO debe poner fin a esto acto seguido de que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación califique la tan cuestionada elección presidencial. 

Imposible saber cuáles son los motivos de fondo que han llevado a López Obrador a amagar con que una vez emitido el fallo por el TEPJF no aceptará la elección; quizá en su discurso apenas y se dejen vislumbrar sutiles atisbos de esto. Empero entre sus más fervientes – ¿o podríamos llamar fanáticos?– seguidores ya se manifiesta claro y contundente el mensaje: no reconocerán a Enrique Peña Nieto como el próximo Presidente de la República aunque el tribunal electoral lo declare Presidente Electo. Lástima, pues en mi opinión la izquierda electoral, a sabiendas  de que no iba a llegar al primero de julio como favorita, contendió en los comicios federales preparada y lista para darle continuidad a la jornada electoral por la vía jurídica; a diferencia de 2006, que se confió demasiado y que sí hubo un claro fraude electoral. 

Hoy resulta indubitable que Andrés Manuel no es el mismo que el de la campaña presidencial. Así como no es el mismo que ganó la ganó la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal; ni que el que venció a los poderes fácticos cuando éstos pretendieron desaforarlo. Tampoco se parece en lo absoluto al que contendió por la Presidencia en 2006. Más bien resulta similar al que aseguró que “¡Nada de normalidad política mientras no haya democracia en nuestro país!”. Y estos cambios radicales en su discurso y persona generan desconfianza en la ciudadanía, y entre las clases medias en particular. No cabe duda que todo lo que logró el tabasqueño en cuanto a simpatías desde que obtuvo la candidatura contra Marcelo Ebrard, lo ha venido despilfarrando en los últimos días de forma dolorosa para muchos de nosotros que lo apoyamos. 

Sin embargo, aún no todo está perdido. Ya que infiero aún queda una ventana de oportunidad para que AMLO se mantenga como el principal líder y luchador social del país: aceptar el fallo del Tribunal y encabezar una verdadera oposición que encare, pero que al mismo tiempo concilie; que bloqueé lo que a las clases populares pudiese afectar, mas que trabaje en conjunto cuando se trate de reformas que puedan beneficiar a la colectividad y a las mayorías. Claro que todo lo anteriormente mencionado debería llevarse a cabo mediante una izquierda unida, renovada, modernizada y despojada de caudillismos y anacronismos políticos, con un líder moral indiscutible que responda al nombre de Andrés Manuel López Obrador. 

Porque si el ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal opta por volverse a proclamar Presidente Legítimo; o por organizar un nuevo plantón en una de las avenidas principales de la ciudad; o por contender por tercera vez consecutiva por la titularidad del Poder Ejecutivo de la Federación, cavaría su tumba, y lo enterrarían la ignominia, el vilipendio, el escarnio y el vituperio nacional. 

Duele decirlo. Pero creo que es la realidad. 

A crear conciencia.