Hace unas semanas el automóvil de un amigo fue subido a una grúa en algún lugar de la Ciudad de México. Para evitar la sanción, decidimos sobornar al operador. Mientras esto ocurría, charlamos con él. Siempre escuchamos que quienes piden y aceptan mordidas son unos puercos, unos corruptos, pero después de aquella ocasión, nuestra percepción sobre tal práctica cambió.

El operador nos describió su día. Nos dijo que vivía muy lejos (algún lugar del Estado de México), y que para llegar a su trabajo hacía más de hora y media de camino. Por esta razón su jornada se volvía más extenuante. También nos mencionó que ganaba muy poco, casi nada, y con aire de resignación concluyó: ?Esto me pasa por no haber estudiado?. Nos recomendó hacerlo para no terminar como él. No buscaba compasión ?para nada- ni lucía triste, sólo era un tipo platicador.

¿Cuánto gana un conductor de grúa? ¿5,000 pesos mensuales? ¿Cuenta con prestaciones mayores que las de la ley? Seguramente no. Imagina ser este operador, el cual, por cierto, aseguró ser padre de familia.  ¿Cómo le hace para pagar el agua, la luz, el gas o los útiles de sus hijos? Por ello te pregunto: ¿Pedirías o aceptarías mordidas? Apuesto que sí.

No me mal interpretes: no justifico el dar y el aceptar mordidas; esta práctica es y siempre será corrupta. Quiero decir que antes de juzgar moralmente, piensa y examina la situación. Puede que el operador no haya empleado el dinero que le dimos para los útiles de sus hijos, es más, puede que haya comprado un par de cervezas -lo que quieras-, pero ese dinero fue directo a su bolsillo, no le fue descontado ningún impuesto por alguna institución.

¿Quién es el verdadero malo dentro de esta historia? ¿Nosotros por ofrecer dinero? ¿El operador por aceptarlo? O ¿un Estado que no garantiza bienestar social? El libre mercado es saludable siempre y cuando existan condiciones que aseguren competencia igualitaria. ¿Cuántos más como este operador de grúas existen? ¿Cuántos mexicanos hay con extenuantes jornadas de trabajo y salarios miserables?

 La gente identifica el mal moral con el diablo: un tipo rojo con patas de cabra que gusta pinchar a la gente con su trinche. ¡No hay cosa más estúpida que esta! Cuando no, lo identifica con algo tan lejano como el Tercer Reich, pero si uno presta atención, da cuenta de que quienes administraban los terribles campos de concentración ¡tan sólo seguían órdenes!

 

Así, el mal moral es algo más simple, es no recoger las heces de tu perro o cruzar un semáforo en rojo. En este caso, ¿dónde está lo incorrecto? Sí, en pedir y aceptar un dinero ilegítimo, pero piénsalo dos veces, el tipo está jodido y sólo busca un dinero extra, ¿qué más da? ¿No harías tú lo mismo? En fin, ¿quién es el verdadero malo?

 

Manuel Alberto Apáez Téllez

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