En el ritmo cíclico del sistema capitalista, las crisis resultan naturales y según su propio orden, necesarias para corregir las imperfecciones. Desolador, frío e injusto, sí (por algo el sistema neoliberal apesta). El hecho es que para el 2020 ya se veía turbulencia económica y una gran crisis internacional que, gracias a la globalización, no sería exclusiva de un solo país. El COVID19 aceleró el proceso y profundizó los daños, en todos los niveles.

Aceleró todo, hasta el desgaste del gobierno más legítimo de la historia. La primera condena fue económica. Ya de por sí, financiar el Estado de Bienestar ideado por la Cuarta Transformación era algo complejo pero no imposible. Un plan fundamentado en estructuras “circulares” que mantenía conexiones generalizadas pero no erradas iba a flote, como el Programa Jóvenes Construyendo el futuro, de ayuda temporal, capacitación anual y con opción a contratación al “graduarse” como becarios, con apoyo de las empresas.

Un viejo proverbio chino dice que “No planificar es planificar el fracaso” y aún cuando nadie puede guardar una planificación exacta ante una pandemia, siempre vale la pena tener un Plan B.

Sería ingenuo pensar en que alguno de los economistas más talentosos del equipo que acompaña a López Obrador, como Gerardo Esquivel, no tuviera un Plan B. Sería aventurado pensar que sobre la marcha, el equipo menos radical y al mismo tiempo, más cuestionado como Alfonso Romo y sus cercanos, no tuvieran también planes para mantener los vínculos de confianza, que es la clave anti colapso. No es casualidad que en días anteriores, por ejemplo, el presidente haya tenido una reunión virtual con Larry Fink, presidente del fondo BlackRock donde se habría negociado una inversión millonaria al Tren Maya y a Pemex.

Se dice también que Arturo Herrera plantea un plan mucho más meticuloso que un discurso para ayudar a que pequeñas y medianas empresas no desaparezcan (labor que será titánica y que de no hacerse con bisturí, podría significar la depresión más grande de las últimas décadas).

Sin embargo, hay algo peor que la condena económica: la condena moral de la Cuarta Transformación. La crisis siempre desata infiernos que son más insoportables para los sitios que ya ardían. Marzo fue el mes más violento, Tamaulipas tiene más muertes por crimen organizado que por COVID19 y entre muchas adversidades, la tranquilidad de la votación histórica es una trampa.

Es una trampa que la baja en la aceptación no afecte al Presidente. Una trampa hacia el propio Presidente. Con todo y un 60 por ciento de aprobación, el desgaste siempre es amenaza. Preocupa que después del mensaje de ayer, algunos no resistieran el embate en redes de periodistas y activistas simpatizantes al proyecto, que no percibieron empatía al insistir en propaganda informativa de planes y mega proyectos. El asunto es que el informe, trimestral, en sí mismo, es una señal de crisis. La misma fórmula que antes se recetaba ante desencantos, ayer no funcionó.

El despliegue de las promesas cumplidas y los logros no fue suficiente. Se habló mas de la propuesta económicamente viable pero humana y tácticamente arriesgada. ¿Sacrificar a los suyos mediante la extinción de aguinaldos? Puede que una reducción voluntaria a modo de donación por parte del gabinete y sus más cercanos sea lo adecuado. De otra forma, ni es moral ni es constitucional. Los soldados de la administración pública, así como los de la salud, son los que van a sacrificar sus horas por hacer que esto avance. Son a quienes se les debe de cuidar primero. Su ánimo y su lealtad, su motivación para hacer de la Cuarta Transformación una realidad son fundamentales para que el proyecto de gobierno funcione. Así como el Presidente está arropado en las calles, tiene que estarlo en las oficinas.

Es evidente que en crisis, los gastos deben reducirse y si es que no se pretende contraer deuda, la mejor forma de hacerlo es con austeridad aunque suene neoliberal. Pero esa “cobija” presupuestal no puede jalarse a impulso. La fórmula del informe no funcionó porque las condiciones son distintas. Antes, los golpeteos de los personajes carroñeros ansiosos porque se elevara el número de contagios era provocación suficiente para que la voz del presidente y expertos calmara a la opinión pública. Después de todo, esos que le han ladrado nunca tuvieron la estatura moral suficiente para criticar.

Hoy es diferente porque la realidad es la que aplasta. No hay voz ni palabra que calme el miedo inminente a contagiarse y morir, a ser asaltado en casa y violadas, como sucedió a la familia de Ana en Nogales, Sonora; tampoco es sencillo calmar la incertidumbre de eso que no está en manos de nadie: la naturaleza y el avance del virus; no es sencillo pensar en cómo liquidar pronto las deudas contraídas, como despedir al personal que colabora en el funcionamiento de una casa o de una empresa; tampoco existen palabras para sanar la incertidumbre de perder el empleo, la vida, el tiempo. Algo definitivamente sí nos puede salvar: la solidaridad, la empatía, la prudencia, la paciencia y la previsión. Aunque suene romántico, si nos comprometemos a ayudar a los que, cerca de nuestro entorno son menos favorecidos, saldremos adelante. Por eso la Transformación es de conciencias, porque México no es país de un solo hombre ni ese hombre pretende que lo sea. Que un virus y una crisis no sepulte la esperanza ni la necesidad de replantearlo todo. Que sean los más ricos los que paguen, no los soldados del Estado. Que la tentación del individualismo egoísta no le gane a los que tienen. Resistamos.