Nuestro cuentito de los sábados, para regocijo de muchos. Gracias queridos.

Los ladrones

El pequeño Sepp llevaba toda su fortuna en el bolsillo de su pantalón.

Allí había botones, cordones, un lapicero encarnado, un corta plumas y, además, las monedas de níquel y plata que recibía en recompensa por su trabajo. Todas esas cosas las necesitaba él a todas horas y le era preciso, por tanto, tenerlas a mano. Con esas cosas podía también ayudar aquí y allá, y esto era lo más importante para Sepp.

Nuestro amigo no era más que un simple criadito, pero sirviendo y ayudando era un verdadero maestro. No solo sabía esto la gente que lo trataba, sino también los animales.  Amaba a éstos como sus hermanos y ellos lo amaban a él mucho a su vez.

Una mañana echó de menos el buen Sepp tres monedas. Entre ellas una moneda grande de plata, la pieza principal de su fortuna. Las buscó por todos los rincones y no las encontró.

Luego buscó en sus pantalones. En éstos no había ningún agujero. Pero cuando a la mañana siguiente echó de menos otras tres monedas, una sombra cubrió su rostro. ¿Había ladrones en la casa? Le era imposible creerlo y registró de nuevo sus pantalones, con la esperanza de encontrar en ellos un agujero.

Algo había detrás de todo esto, y así decidió Sepp quedarse a vigilar una noche. No le era fácil, en verdad, pues había trabajado durante todo el día, y los ojos se le cerraban, pero sus oídos percibían cualquier rumor.

Hasta media noche todo permaneció en silencio. Entonces el muchacho oyó súbitamente unos ligeros pasitos. Algo crujió junto a su cama. Sobre la silla estaban sus pantalones. Sepp abrió un poco los ojos y,  como la luna iluminaba la habitación, pudo verlo tan claramente.  Un ratoncillo se deslizó en sus pantalones y salió de ellos con una moneda de níquel en su hociquillo.

-¡Alto! - exclamó Sepp-. ¿Qué quieres hacer tú con el dinero?

El ratoncillo se detuvo. Sepp saltó de la cama y levantó al pequeño ladronzuelo en su mano.

-¡Qué ojillos tienes! ¡Y qué suave, como terciopelo, es tu piel! ¡Pero no tiembles así! Por el dinero tiemblas, ¿no es así? No, no; no te haré nada. Entre nosotros, los hombres, el que roba es un ladrón; pero esto tú no lo comprendes. Eres un inocente ratoncillo.  ¡Vete, vete!

El ratoncillo se alejó de ahí ligero, llevándose la moneda consigo.

Sepp se tendió nuevamente en la cama, dispuesto ahora a dormir.  Entonces oyó por segunda vez, un suave crujido. Sepp parpadeó.  La luz de la luna entraba todavía en la estancia y el mocito vio claramente cómo un sapo se deslizaba en sus pantalones y salía de ellos con una moneda en la boca.

-¡Vamos, vamos! ¿También tú? - preguntó Sepp asombrado-. ¿Qué es lo que quieres tú comprar?  ¿Tienes acaso alguna tiendita en el estanque de las ranas? - y rió en voz alta.

Se levantó de la cama y cogió al sapo.

-¡No temas! No te haré nada. Deja que te contemple. - dijo Sepp-. Se dice que tú eres un animal muy feo. No, no,  tienes unos ojos tan bondadosos, como si no pudieras enturbiar el agua. ¡No tiembles!  No tienes por qué asustarte.  Tú no sabes siquiera lo que has hecho. ¡Vuelve a tu hogar!

Dejó al sapo cuidadosamente sobre el suelo,  y el animal se alejó de ahí presto llevándose otra moneda.

De nuevo intentaba dormirse Sepp, cuando se percibió un leve crujido.  Una serpiente se deslizó en sus pantalones y sacó la última moneda que quedaba en ellos.

-¡Eh, eh! - dijo el muchachito -. Ahora me han despojado por completo.  Pero tampoco tú sabes lo que es bueno y malo, y por ello no puedo enojarme contigo. Hermoso eres tú, ¡oh esbelto animalillo! ¡Cuán inteligente miran tus ojos!  ¡Ven, deja que te contemple de cerca!

Levantó la serpiente del suelo y la acarició.  Un violento temblor recorrió entonces el cuerpo del animalillo.  Se estiró sobre sí mismo y se hizo tan grande como Sepp. Con asombro contempló el muchacho el milagro. A su lado había una hermosa muchacha que le decía:

-¡Te doy las gracias, buen muchacho!

-¿De qué?  - balbuceó Sepp.

-De mi salvación.  ¡Oh, es una triste historia la que yo he de contarte! ¡Acompáñame un rato!

Rápidamente se puso Sepp su ropa,  y la muchacha lo condujo hasta un monte cercano, del que contaba una leyenda que cien años antes, se levantaba ahí un castillo. Sepp no creía lo que veían sus ojos. Allí estaba de nuevo el castillo con sus torres y muros. Airosos gallardetes ondeaban al viento, como si se celebrara en él una gran fiesta. Los portalones estaban abiertos, pero ningún servidor se inclinó ante ellos.  El Palacio estaba completamente vacío.

Los dos jóvenes se sentaron en el gran salón junto al hogar, y la muchacha empezó en voz baja su historia.

-Cien años ha permanecido derruido el castillo.  Durante todo este tiempo ha estado en vigor el maleficio.  Aquí vivía en otros tiempos mi padre.

Era un severo señor y castigaba con dureza.

"Un día le robó la hija de unos caminantes, porque eran míseros,  y la muchacha quería salvar a su madre de perecer de hambre. Era todavía una criatura, y no sabía siquiera que obraba mal. Mi padre sin embargo la hizo encerrar en la torre, llena de ratones, de sapos y de serpientes.  A éstos fue a quejarse la chiquilla de su desgracia.  Los animales, conmovidos, se dirigieron entonces a la bruja del bosque, que preparaba toda clase de hierbas para el cuerpo y la vida, y era dueña de secretos sortilegios.  Cuando ésta oyó de la crueldad cometida con la chiquilla por el señor del castillo,  se puso en camino presurosa y llamó al portal del palacio.

- ¡Deja libre a la niña! -gritó la bruja endurecida.

-¿A la ladrona? ? preguntó mi padre.

-Pasar hambre es amargo - dijo la anciana.

-¡Vete al diablo, bruja! - gritó entonces el señor del castillo.

La bruja del bosque le contempló fijamente y le dijo:

- Así, pues, la libertaré yo misma; ¡pero tu castillo habrá de hundirse juntamente con todos los que toleraron esa crueldad!

Mirándome a mí, única hijita del señor del castillo, me dijo, más o menos estas palabras:

-Aunque a ti no te alcanza ninguna culpa, también tú tienes que expiar juntamente con tu linaje; pero un día podrás librarte de la maldición.

Al señor del castillo le dijo:

-Tú hija habrá de robar encarnada en viles figuras, hasta que encuentre a una persona, a quien ella habrá robado tres veces, que le perdone también por tres veces.  

Solo entonces perderá su poder el maleficio, y tu hija podrá llevar una vida de felicidad en el castillo con su salvador.

Espantoso fue el hundimiento del castillo. Retumbó el trueno y el granizo se abatió sobre él. 

Yo huí como un ratoncillo por el bosque. Cien años han transcurrido desde entonces. Como ratón, como sapo, como serpiente, he robado yo día tras día a las personas, y todas me han maldecido siempre y han tratado de quitarme la vida. El dinero que yo les quitaba lo dejaba en la calle, cuando veía acercarse un niño en cuyos ojos podía leerse el hambre. Esta era mi única alegría; les oía primero gozosamente asustados y gritaban luego de júbilo.

El tiempo me parecía a mí una eternidad. Había perdido yo la esperanza, y sin embargo tenía que seguir robando, todavía, por la maldición de la bruja. 

Entonces te encontré a ti, finalmente, y tú me has salvado, por tu profunda y cariñosa bondad".

En silencio había escuchado Sepp a la hermosa muchacha. Ahora la miró a los ojos, y le pareció como si ya de siempre la hubiera conocido y amado.

La muchacha le tomó de la mano y le enseñó todo el castillo.  Todo estaba tal como hacía cien años y la cámara del tesoro estaban llenas las arcas. Así pudieron celebrar sus esponsales y,  con los bienes que un día reunieran y conservaran la avaricia y la crueldad, pudieron hacer muchas obras de bondad y amor.

Esta fue su felicidad y la alegría de su vida.

A.K. adaptación 

Divagante @deliha25