No es la primera vez que Televisa incluirá en su programación sesiones educativas. Lo hizo en 1977, durante la huelga del STUNAM, como una de las varias estrategias que utilizó el rector Guillermo Soberón para reventar la huelga. Los huelguistas llamaron a esta acción “esquirolaje electrónico”. Tenían razón, en realidad no tuvo ningún efecto didáctico, sólo se trataba de desacreditar al sindicato universitario. No había planeación alguna en esas clases, se improvisaron, los estudiantes no las veían y nadie aprendió nada.

Han pasado muchos años desde entonces. La educación a distancia es una opción de aprendizaje que se ha trabajado tanto en la teoría como en la práctica. Las mejores experiencias se han dado en la educación superior y en posgrados.

La propia UNAM, quizá después de esa fallida intervención de la televisión abierta, realizó grandes esfuerzos para afinar sus programas de educación abierta en licenciatura y desde la llegada de las tecnologías de la información, los programas de educación a distancia se han extendido.

Las necesidades actuales que impone la pandemia causada por el Covid-19 han llevado a las autoridades educativas a acudir nuevamente a las televisoras para incluir clases por sus frecuencias. No habrá ninguna solución que cuente con el apoyo ni de toda la población ni de todas las filiaciones políticas y menos en un país tan crispado como el nuestro.

Es necesario reconocer que la opción no es desdeñable. La posibilidad de producir materiales educativos se ha puesto al alcance de muchos gracias a los diversos dispositivos tecnológicos, las plataformas y programas que permiten apoyar la enseñanza. Ahora los programas educativos no tendrían por qué ser aburridos. Con un poco de organización es posible apoyar el aprendizaje de la población de educación básica.

La tarea es un reto, porque en la educación básica y en la media superior no hay tanta experiencia en educación a distancia. Tampoco podemos negar que la cobertura se amplía porque los canales que se dedicarán de ocho de la mañana a siete de la noche llegarán a un porcentaje de población mayor de la que tiene acceso a internet. Así, las clases por televisión podrán llegar a las zonas rurales e indígenas, también a la periferia de muchas ciudades desprovistas del servicio de internet.

Todo lo que pueda aprovechar la población escolar será ganancia, pues entre elegir perder un año de educación a perder la vida de mucha población, la opción parece obvia.

También es cierto que las clases por televisión requerirán de mayor participación de los padres de familia, pues una de las premisas en las que descansa el éxito de la educación a distancia es el autodidactismo, el cual no existe en los rangos de edad de preescolar a bachillerato.

Falta ver la calidad del esfuerzo de producción que realizará la Secretaría de Educación Pública, pero si se eligen adecuadamente los contenidos fundamentales puede hacer un trabajo aceptable, que será posible recuperar cuando se regrese a las clases presenciales.

Para quienes vaticinan el fracaso, siempre habrá argumentos y datos que parezcan darles la razón, no hay que olvidar los resultados de las pruebas Pisa y otros instrumentos de evaluación como Enlace. El nivel educativo del país no ha sido ni es el óptimo para ponerlo a prueba. La mal llamada Reforma Educativa fue un estrepitoso fracaso. El modelo por competencias nunca se comprendió. Los maestros no tuvieron oportunidad de mejorar sus habilidades docentes, pues estaban más preocupados por aprender, de memoria, ciertos principios que les permitieran aprobar la evaluación docente y conservar sus empleos. Los docentes más avezados en la teoría educativa que obtuvieron buenos resultados no lo vieron reflejados en sus ingresos, porque eran tantos los candados para obtener el estímulo que era casi lo mismo obtener un resultado destacado que uno mediocre.

Los principios educativos ofrecidos por Phillippe Perrenoud y otros teóricos sobre el modelo por competencias se convirtieron, en la práctica educativa mexicana, en un adefesio terrible al ponerlo en operación para un sistema gigantesco. Hubiera sido suficiente con que los docentes hubiesen tenido un buen acompañamiento en la lectura básica del libro Diez nuevas competencias para enseñar, del sociólogo francés Perrenoud, para intentar modificar la concepción de la tarea docente y quizá se hubiesen conseguido mejores resultados sin el gasto monumental que se hizo para una maltrecha reforma laboral que no consiguió resultados favorables.

Ante el panorama sanitario que vive el país, mi convicción es que debemos darle una oportunidad a la instrucción televisiva, con acompañamiento para los padres de familia, quienes se sienten perdidos porque no saben cómo apoyar a sus hijos. Algo rescataremos de este esfuerzo, pero no será posible si comienzan a operar ya las campañas destinadas a construir el discurso para hacer ver su fracaso.

ramirezmorales.pilar@gmail.com