En el dilema del prisionero, Emilio Lozoya es el mejor ejemplo de que nada es para siempre y que tampoco los silencios son eternos. Nadie tiene el poder más grande para traicionar que aquellos involucrados en las mafias, estafas y desvíos. Se dice para romper la cadena, hay que tirar de la parte más débil y lo que para todas las mafias, desde la italiana hasta la de los Zetas implica “lealtad”, para la clase política de aparador tiene un precio.

El precio de Lozoya fue la promesa de libertad y de impunidad después de que tarde o temprano, se revelara el verdadero hampa del país. Aunque la tentación es grande, la justicia le llegará con todo y las revelaciones que hoy hace. La talla de revelaciones que hace el integrante del círculo rojo peñanietista no son pequeñas y explican las extraordinarias condiciones en las que fue trasladado. No sólo es un objetivo de trasnacionales que van quedando al desnudo, lo es de esos que antes fueron sus amigos, esos a los que ahora está dispuesto a delatar. Aquello a lo que tanto se resistieron personajes como José Antonio Meade o el propio Luis Videgaray. Nuevamente: las cuerdas se rompen por la parte más débil.

El que se deja vender y comprar por millones; el de la clase que subasta la democracia y dispone de leyes e instituciones como productos de mercado. Esos que secuestraban los espacios para la toma de decisiones disfrazando con elegantes títulos académicos extranjeros lo que en realidad, fueron cínicas negociaciones redondas entre grandes empresas y pequeños políticos.

Como la corrupción no tiene fronteras, la noticia es que la brasileña Odebrecht pagó 4 millones de dólares usados para la campaña presidencial de Peña Nieto, una inversión pequeñísima ante las cantidades millonarias que la reforma energética daría a los involucrados y por supuesto, una cantidad en nada comparada con las propinas que les dejaron a los enanos morales de Ricardo Anaya, cuyas revelaciones aseguran que fueron apenas 6.8 millones de pesos -una cantidad mucho menor al tamaño de la corruptela pero igual de grande e indignante ante la raquítica realidad del mexicano promedio que gana menos de 3 mil pesos en salario mínimo.

Sumando los sobornos que Lozoya dio a panistas, según las filtraciones de lo revelado, 52 millones 380 mil pesos es la cantidad que legisladores de Acción Nacional recibieron durante el lapso de 2013 a marzo de 2014, cuando la reforma energética fue aprobada.

No fueron únicamente los ex senadores Ernesto Cordero, Salvador Vega, los ahora gobernadores Francisco Domínguez, de Querétaro y Cabeza de Vaca, de Tamaulipas. Se trata de toda una clase política encumbrada en la podredumbre que hoy no tiene la más mínima legitimidad para criticar absolutamente nada a este gobierno.

Y eso es lo más fuerte: diario, decenas de comentaristas y políticos rancios, aunque sean jóvenes, critican a diestra y siniestra la Cuarta Transformación. Unos más, particularmente los días 1 de julio cuando se conmemora el triunfo de López Obrador, siguen enredados en el trauma sobre si era mejor Meade o Anaya, si el error fue postularlos por el PRI o por el PAN, sobre los frentes amplios y las “BOAS” sin entender que esos líderes corruptos encumbrados en Comités Ejecutivos Nacionales que ovacionaron la mediocridad, fueron los que encausaron la crisis que hoy vivimos.

Aún peor: los que ayer dispusieron se los espacios públicos vendiendo sus votos y voluntades, son los mismos que siguen orquestando boicots millonarios pensando en que su dinero podrá seguir comprando a las democracia. Ante la indecencia probada y la podredumbre generalizada de una clase política auto exiliada, tiene que quedar algo bien claro: no habrá digna oposición mientras no haya una clase política digna.

La transformación implica una significación de la vida pública y solo hay dos caminos para quienes hoy se encuentran en los espacios de gobierno y representación: o dignifican la vida pública y destruyen la idea de los empresarios voraces que todo quieren comprar, o se dejan contaminar del viejo sistema que se construyó a base de prebendas, favores y corruptelas.

Los que detentan el poder económico tienen que entender que a la política mexicana, ya le perdieron el precio. Si eso no les queda claro, en 12 o 18 años esta historia se repetirá cambiando los nombres. No hay polarización. Hay sentido común y ciegos dramatizando ante lo que ayer callaron, pareciendo que insisten en no querer ver. Nadie gana. Pierde México.