A lo largo de los últimos cinco meses, la estrategia del gobierno federal para enfrentar la pandemia de covid19 ha sido un fracaso, que se puede medir objetivamente en la incapacidad exhibida por la Secretaría de Salud para cumplir los dos objetivos fundamentales de su tarea: prevenir los contagios, los cuales, dentro de pocos días llegarán a 450 mil, y detener el número de víctimas mortales, que rondan las 50 mil.

¿Cómo es que pasamos de un escenario que consideró que el nuevo coronavirus era una enfermedad “emergente” que generaría, si acaso, 12 mil fallecimientos en el país, y llegamos a una situación bastante más parecida al descontrol total, como la que vivimos con el avance de la pandemia en estos días?.

Buena parte de la respuesta se encuentra en lo que ahora ya es historia, y que ocurrió el 11 de marzo pasado. Ese día ocurrieron dos hechos muy claros que marcaron el derrotero (palabra nunca mejor aplicada) de la estrategia gubernamental para hacer frente al SARS-Cov2, la enfermedad que ha trastocado no sólo las relaciones personales y familiares, sino las relaciones internacionales y la economía del mundo.

“Esta pandemia es lo más parecido a un asteroide que golpea la tierra en términos de una amenaza común”, dijo Richard Fontaine, director ejecutivo del Centro para una Nueva Seguridad Americana en Washington. Congruente con esa visión, que entonces a algunos les parecía catastrofista, ese miércoles, el director de la Organización Mundial de la Salud, el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró que el coronavirus Covid-19 pasó de ser una epidemia a una pandemia.

Pero en México, las cosas desde entonces se veían distintas. Pasó casi inadvertido, pero en Palacio Nacional, a la misma hora que la OMS advertía sobre la amenaza de una catástrofe sanitaria a todo el mundo, el presidente hablaba de sus temas, como la venta del avión presidencial, y a pregunta expresa, se limitó a decir que por suerte no había casos, que se iba a actuar con mucha responsabilidad y expresó por primera vez su reiterada oposición al cubrebocas, alegando un solo motivo: lo impuso el gobierno de Felipe Calderón durante la pandemia de influenza AH1N1 en 2008.

“Estamos actuando con mucha responsabilidad, no vamos a cometer el error que se cometió en el gobierno… ¿se acuerdan que nos pusieron a todos…? no podíamos hablar y, bueno, eso no”, dijo para marcar estilo y destino a la lucha contra la pandemia. Pero no termina ahí la historia. Ese mismo día, el doctor Hugo López Gatell, a tono con la posición presidencial y a pesar de que se supone que él es el experto, contribuyó de forma irresponsable, desde su papel de “experto” a la minimización del problema.

De hecho ese fue el problema: un mal diagnóstico. O un diagnóstico con base al prejuicio presidencial. Para López Gatell, ese día en que la OMS declaraba la pandemia de covid19 en el mundo, la enfermedad “ha cobrado mucha notoriedad porque es una enfermedad emergente, pero la proporción de grave es la proporción de muertes, y son semejantes o incluso menores a la influenza, no se necesitan hospitales especializados”.

Mientras que China y todos los países de Europa realizaban confinamientos, cancelaban vuelos y reuniones masivas, en México se optaba por el “no va a pasar nada”, al “abrácense” y al “no es necesario cancelar conciertos”, a lo que siguió otros desplantes incomprensibles, lo mismo en contra del cubrebocas, que tiene una implicación verdaderamente criminal a estas alturas, que el uso de “remedios” para el covid como el recomendado por la secretaria de Gobernación (los ya famosos nanocítricos) o las estampas religiosas presidenciales para “protegernos” de cualquier enfermedad.

La forma irresponsable y francamente inepta de actuar ante la que es la peor enfermedad a la que se ha enfrentado el mundo en los últimos 100 años, se puede medir también con los constantes cambios de las “proyecciones” de contagios y de muertes que iba a generar el nuevo coronavirus en el país. En cualquier otra parte del mundo, que un funcionario presuntamente “experto” haya dicho que no se necesitaban hospitales especializados, ameritaba un despido fulminante. Pero López Gatell se ha empoderado al grado de convertirse en un personaje que en su obsesión de ser infalible, pese a que los contagios y las muertes se han desbordado sin control, confronta a gobernadores y genera diferencias con estados en tiempos en los que se necesita coordinación y unidad interinstitucional.

No ha sido suficiente que se haya equivocado frente al minusvalorar la pandemia; no ha bastado que a principios de mayo, dijera que sólo iba a haber 12 mil muertos y que cambiara la versión luego a 30 mil, a 35 mil y que ante diputados federales hablara el 4 de junio que “la catástrofe” sería si se registraran 60 mil decesos. Hoy estamos a 10 mil casos para llegar a esa cifra y organismos internacionales pronostican que llegaremos a 90 mil en octubre.

Todas las proyecciones de López Gatell han fallado, pasando por los anuncios de “picos” y de “curva domadas” que han expuesto la imagen presidencial porque las comenzó a proyectar desde abril, cuando apenas iniciaban los contagios que se han acelerado en las ultimas semanas. Entre el 1 y el 30 de julio, se registraron 190 mil 091 nuevos contagios y 18 mil 237 decesos. Eso significa que la pandemia tiene una fuerza de contagio de 6,333 casos diarios, y que mata mexicanos a una velocidad de 607 fallecimientos cada 24 horas. Para un funcionario que decía que el covid19 era como una influenza, que no se necesitaba hospitales, es una vergüenza. Lo peor, una gente así, ni siquiera piensa en renunciar. El presidente debería cesarlo porque no ha sido el mejor de sus consejeros y al contrario, ha llevado a su gobierno a cometer errores que ya costaron decenas de miles de vidas que pudieron evitarse.