La actitud ética del político de nuestro siglo debe llevarlo a deslindarse de su familia y de sus actos. Sin erradicar la herencia de poder e impunidad, no se puede construir una ciudadanía igualitaria para todas las personas.

Aunque en la historia de México hay excepciones, la regla parece ser clara y contundente: el poder político en México ha sido cuestión de herencia familiar hasta la fecha.

Esto no es un asunto exclusivo del sistema político mexicano, pero sí un problema que genera desigualdad en los mecanismos de sucesión del poder.

Es, por consecuencia, una de las causas que generan desigualdad social y económica.

La dinámica se replica en otros ámbitos de la vida pública ―como la producción artística, intelectual, de entretenimiento, etc.― y la vida privada ―el mejor ejemplo es el sector empresarial. El poder político o económico es sujeto a herencia familiar.

Hay literatura académica que sostiene que la familia es uno de los espacios sociales donde se perfilan acuerdos y se distribuyen responsabilidades de acuerdo con objetivos. A diferencia de las camarillas o grupos políticos, las familias tienden a cohesionar más eficazmente la voluntad de sus miembros porque promueven mediante alianzas estratégicas que el espacio político sea cerrado.

Estos espacios políticos cerrados se vuelven aún más herméticos a través de otras instituciones perpetuadoras de la desigualdad, como la educación superior, a la cual no tienen acceso la mayoría de los mexicanos. Para comprobar que el sistema político mexicano sigue siendo sujeto de las estructuras familiares de unos cuantos grupos de personas, basta con señalar a los últimos dos presidentes de México.

A Peña Nieto lo respaldaron ambos lados de su familia. Alfredo del Mazo González ―padre del actual gobernador del Estado de México― era su tío. Otro de sus tíos es Arturo Montiel Rojas. Ambos personajes fueron, como Peña Nieto, gobernadores del Estado de México. Hablamos del famoso grupo Atlacomulco.

Felipe Calderón Hinojosa es hijo de Luis Calderón Vega, uno de los fundadores del Partido Acción Nacional. Del matrimonio de Luis con María del Carmen Hinojosa salieron tres hijos políticos: Felipe, ex presidente de México; Luisa María, ex senadora plurinominal, y Juan Luis, ex diputado federal.

Entendiendo esta realidad estructural, podemos darnos cuenta por qué suena tan extraño que un presidente de México se deslinde abiertamente de su familia y las acciones que cometan, incluso sus hermanos. Así lo hizo Andrés Manuel desde el día uno de su presidencia.

En un video publicado en redes sociales, se muestra que un hermano del presidente ―Pío López― recibe dinero del entonces consultor, David León. El presidente afirmó que los videos presentados por Carlos Loret de Mola corresponden a donaciones hechas para solventar los gastos del Movimiento Regeneración Nacional. David León declaró en sus redes sociales que el hecho tiene aproximadamente cinco años de haber sucedido.

León Romero iba a ser el encargado de instalar y coordinar la agencia de distribución de medicamentos y equipo médico en la Secretaría de Salud del gobierno de México. Anunció que en tanto no se aclare el hecho, se abstendrá de tomar posesión del cargo.

Cuando tomó protesta ante el Congreso de la Unión, el presidente lo advirtió: nadie en su familia está amparado por el poder público y Andrés Manuel solamente responde por su hijo Jesús Ernesto, menor de edad.

Hoy, en su conferencia mañanera, Andrés Manuel refrendó su compromiso ético y recomendó a los implicados en el escándalo no ampararse y declarar a las autoridades. Pidió que el presentador de Latinus interpusiera una demanda ante las autoridades para facilitar la justicia respecto al caso. Recordó que desde siempre ha sostenido que "si un familiar comete un delito debe ser juzgado. Sea mi hijo, mi esposa, mis hermanos, mis amigos, quien sea. Se acabó la impunidad".

Lo que hace Andrés Manuel es propio de su ideario personal y de su congruencia política y personal, pero también de su biografía. Andrés Manuel es un político hijo del pueblo, no de familia rica o poderosa. Él más que nadie en la clase política mexicana entiende el daño que se le hace a la colectividad cuando se deja el aparato del Estado a merced de las alianzas de clanes familiares, que abarcan los sectores poderosos en la vida privada y pública.

Andrés Manuel pudo buscar aprovechar su posición para insertar a su familia a las estructuras de poder, pero esto hubiera terminado con el propósito del movimiento que encabeza: transformar la vida pública de México. El deslinde puede resultar difícil de creer en un sistema político como el nuestro: jerárquico, presidencialista, autoritario y de familias.

Pero el presidente de México ha buscado romper con este esquema de la política. Su lucha es también cultural. La actitud ética de deslindarse de su familia va a contracorriente de toda la clase política, y como todo gesto fundacional, encuentra resistencias en la cultura del pasado.

Al gesto de ruptura familiar del presidente, la opinión pública debería responder replicando el acto en sentido inverso. Es decir, si el presidente se deslinda de su familia y elige no protegerla, nosotros deberíamos deslindar a la familia del presidente del presidente mismo y juzgar a las personas por separado. Deslindar al político de la familia solo es posible porque el político, Andrés Manuel, dio el primer paso, el del ejemplo. Hacerlo es necesario para romper con la tradición hegemónica de heredar el poder y excluir a los ciudadanos del ejercicio pleno del poder.