La versión mediática auspiciada por la cancillería es que en la batalla entre Marcelo Ebrard y Martha Bárcena, el secretario de Relaciones Exteriores derrotó a la embajadora creando el contexto que la empujó a jubilarse con anticipación y dejar vacante la representación mexicana en Washington a fin de poder ocuparla con alguno de sus válidos, el director para América del Norte, Roberto Velasco.

Nada más alejado de la verdad y de risa loca, según lo narran inquilinos de la sede del poder ejecutivo federal.

Como dicen los clásicos, fuentes de Palacio Nacional cuentan una versión diferente que pone en entredicho la creencia generalizada –y aquí hemos sostenido– que Marcelo Ebrard es el civil más influyente e inamovible del gobierno.

Tendría que ver con el insospechado desconocimiento del canciller de lo que ocurría en una de las áreas más importantes de su feudo y cómo lo resolvería el Presidente.

Lo desconocía todo. Los acontecimientos fueron una cascada de sorpresas que lo dejaron sin capacidad de maniobra y sacudirían la cancillería.

Ignoraba que Bárcena decidió unilateralmente jubilarse, que López Obrador la distinguiría designándola embajadora eminente y, más aún, que el mandatario se sacaría de la manga a Esteban Moctezuma para representar a México en Washington.

A partir de esto difícilmente se puede hablar de Bárcena como derrotada y de Marcelo como triunfador, pero además obliga a replantearse la imagen que todos tenemos en el sentido que el secretario de Relaciones Exteriores es, por su condición de bombero del que López Obrador echa mano para apagar todos los fuegos, el personaje mejor posicionado del gabinete, incluso sobre la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum.

Esta versión, confiada al reportero en niveles insospechables de la Cuarta Transformación, parte del supuesto que el Presidente no está del todo a gusto con el manejo de la cancillería y considera que la relación con Estados Unidos es en un campo minado porque, como en la pandemia hace con Hugo López-Gatell, se conduce confiando en la asesoría de su experto.

En Relaciones Exteriores me dirán que sólo se trata de grilla y buscarán intención oculta en esta información, pero no hay tal. Se ajusta a lo que los iniciados en el mundo interior de López Obrador platican en Palacio Nacional. Ni una palabra más.

En cualquier caso, vale la pena preguntarse por qué razones el Presidente ocultaría a su secretario de Relaciones Exteriores que la embajadora se jubilaría con anticipación y la declararía eminente sin esperar a que Ebrard se lo propusiera. Pero también ¿por qué no le confió que el nuevo embajador será Moctezuma?

¿Por qué el secretismo ante el colaborador non que lo exhibe como el único derrotado?

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(Artículo originalmente publicado en Impacto. Se reproduce aquí con autorización del autor).