Concentrados en el Castillo de Chapultepec después de la derrota del Imperio y los conservadores, Benito Juárez y su gabinete -compuesto por Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias e Ignacio Mejía-, inician en la mañana del 15 de julio de 1867 el desfile triunfal hacia el Zócalo de la ciudad. El carruaje landó abierto avanza sobre la Calzada de Chapultepec y gira a la izquierda sobre el Paseo Nuevo Bucareli. Más adelante las autoridades de la ciudad lo saludan y entregan al presidente un laurel de oro y a la vez él hace ofrendas florales en el Altar a la Patria. La comitiva se dirige sobre lo que hoy es Avenida Juárez, continúa por lo que es hoy Avenida Madero y entre vítores y flores atraviesa un gran arco triunfal que conduce a la Plaza de la Constitución. En el mástil central de la Plaza, Juárez iza la bandera nacional.

En el presente, la pianista Silvia Navarrete ejecuta de manera vigorosa y entusiasta la Marcha Triunfal México Libre, de un autor anónimo del s. XIX, dedicada al presidente de la república Benito Pablo Juárez García. Concluye así, el domingo 14 de julio de 2019, la puesta escénica para la celebración del 162 aniversario de la entrada triunfal de Juárez a Palacio Nacional: México Libre: El Primer Día de la República, dirigida por Eduardo Ruiz Saviñón en el Antiguo Palacio del Arzobispado.

Una buena concepción y representación del evento histórico y sus antecedentes – la llegada de los emperadores, la figura de Ignacio Zaragoza, la batalla de Puebla, el peregrinar de Juárez, la ejecución de Maximiliano, la derrota de la traición de los conservadores, la marcha triunfal hacia la Ciudad de México como capital de la República y la entrada a Palacio-, a manera de Conferencia-Concierto, con música en torno a Juárez y su tiempo que tiene como participantes a Vicente Quirarte, como autor y lector de los textos; Silvia Navarrete, como intérprete al piano; Rosario Mena, soprano; Elena de Haro, actriz; y Gabriel Pingarrón, actor. 

Alrededor de 200 personas aplaudieron con entusiasmo al final del evento y aun los números musicales y algunas lecturas, sobre todo de De Haro, que tuvo una emotiva y excelente actuación. No me pareció así Pingarrón, aunque hace un buen desempeño, no tuvo el vigor suficiente ni variedad en el registro vocal que llega a ser cansino, monocorde y aun cascado, para representar sus distintas intervenciones. Mena cantó con facilidad, sin esfuerzo, expresando bien la letra de las canciones “Dios salve a la Nación”, de María Garfias (1812-1873), la versión republicana de “La paloma”, de Sebastián Yradier (1809-1865), y “Adiós mamá Carlota”, de Vicente Rivapalacio (1832-1896; autor de la letra, ¿también del acompañamiento?), pero con cierta debilidad en el registro alto de estas canciones; hace falta allí solidez vocal, un poco más de ensayo quizá. En el caso de Quirarte, es plausible la autoría del texto general, la colección de materiales a leer y acaso la concepción del proyecto, pero sería mejor que permaneciera como autor no como ejecutante de la narración (convendría mejor un actor), a menos que se tome algunas cápsulas de ánimo marca Juan José Arreola o Ricardo Garibay cuando menos. Navarrete tuvo un inicio titubeante, rígido, tenso con Adelante, Marcha Patriótica, de Luis Hahn (1812-1873; en memoria de Ignacio Zaragoza y Francisco Zarco), pero a pocos fue tomando confianza y ánimo. De sus solos, aparte de la marcha triunfal arriba referida, destacó la Marcha fúnebre, de Franz Liszt (1811-1896), en homenaje y memoria de Maximiliano de México, interpretación que sonó mejor incluso que en su versión discográfica; y para mi gusto y regocijo la mejor interpretación fue “Mírame mis ojos”, adagio de Melesio Morales (1838-1908; en memoria de su pequeña hija muerta a los cuatro años), que muestra al espléndido compositor que fue, al grado de que recibiera el mecenazgo de Maximiliano a instancias de Carlota (que lo recibió en audiencia), para el estreno en el Teatro Imperial de su ópera  Ildegonda, en 1866, que sería la primera de un mexicano en ser estrenada en Europa. Siempre ha quedado una buena impresión de Maximiliano y Carlota, que llegaron incluso a ser mejores mexicanos que los conservadores que los usaron; lástima de sacrificio.

La duración fue de una hora y media; demasiado. Un espectáculo de este tipo no tendría que durar más de una hora, acaso una hora y diez. A menos que algún talentoso compositor haga de este concepto una composición original dividida en dos actos, ¿por qué no? (por ejemplo, mi amigo el compositor Manuel Cuevas estrenó en 2010 la ópera El emplazamiento de la patria, sobre eventos de José María Morelos –a quien Quirarte ve como un héroe estético frente a Juárez, que califica como un héroe ético-, que valdría la pena reponer). De entrada, se podría prescindir de uno o dos textos introductorios, pues ya vienen impresos en el programa y el buen espectador tendría que leer antes de iniciar la representación. Se podrían acortar algunas canciones o piezas que se reiteran o en su defecto acortar textos de la narración histórica, para encontrar balance, y eliminar sin duda la segunda pieza de Liszt tocada por Navarrete, Soneto 104 de Petrarca; muy bella pero innecesaria en el contexto de esta escenificación. Y sobre todo, que Ruiz Saviñón imprima mayor dinámica, agilidad. Tal vez falten ensayos que podrían fructificar cuando se represente de nuevo, me informan, el 17 de septiembre en la Sala Ollin Yolitztli.

Pasado el  15 de julio de 1867, intenso día de festejos y fuertes emociones (que incluyó una comida popular y otra que le ofreciera el joven general Porfirio Díaz –que incubaba ya la ambición- y otros jefes al presidente en el Colegio Nacional de Minas; la registra el periódico El Siglo Diez y Nueve: “Sería imposible enumerar los brindis que allí se pronunciaron… las más notables de esas alocuciones, fueron sin duda la del Presidente y la del ciudadano Lerdo de Tejada, Ministro de Relaciones… Habló de la necesidad imperiosa de castigar a los traidores con la equidad que exige la paz de la República; del deber en que se halla el Gobierno de hacer comprender a los trastornadores del orden que hay leyes en el país y dijo que la obra de la pacificación es fácil, siempre que tenga por fundamento la justicia”; en Memoria política de México, de Doralicia Carmona), pasado el 15, al día siguiente, el 16, Juárez da a conocer un Manifiesto a la Nación que contiene la célebre frase: “Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”.

P.d. Para quienes quieran, “Mírame mis ojos”, el adagio de Morales interpretado por Silvia Navarrete: