El año pasado, en ocasión de la presentación de la versión digital del libro: “Tlatelolco es más que un minuto de silencio” (Ediciones Episistemas Educativos, 2019), el Maestro Arturo Santana señaló, a través de un agudo y bien escrito comentario, que estoy obsesionado por el 68. Ahora, en esta oportunidad pública, contesto puntualmente a la respetable opinión de mi estimado colega, docente de la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Querétaro: Sí, efectivamente, tengo una obsesión vital, no sólo por el año de 1968, sino por los demás años… y amor por Tlatelolco.

Así lo expresó en su momento el Maestro Santana, en un texto que tituló “Tlatelolco ´68: Una obsesión inevitable” (1): “Este libro… brota con la premura de quien ronda el acicate de la memoria como una obsesión de identidad, como una punzada ética inevitable…”.

¿Cómo no puede haber una obsesión por Tlatelolco y el 68? Aquí vivimos; aquí crecimos. Aquí hicimos y disfrutamos nuestros primeros años de vida (llegué a este histórico sitio a los 4 y me fui parcialmente de esta tierra a los 28 años de edad). En Tlatelolco hice una parte de la educación preescolar (Jardín de niños “Erasmo Castellanos Quinto”, que después supe que era el nombre de un distinguido maestro normalista); también cursé la Primaria en la “Nicolás Rangel”, (miles de historias pueden escribirse sobre ese singular trayecto formativo). En nuestra querida Escuela Secundaria Diurna “Pedro Díaz”, Número 16, donde hice amistades que han permanecido durante décadas, (lo mismo que con las compañeras y compañeros vecinos de la Primaria), los maestros nos preguntaban por los detalles que habíamos vivido, de niños, durante los sucesos de 1968, tanto en los espacios públicos como en nuestros edificios o departamentos. ¿Qué había pasado entonces? Los estudiantes, chavas y chavos tlatelolcas, deban lecciones de historia local a sus maestras y maestros de Secundaria. Algo inédito, pero así fue. ¿Cómo no puede haber entonces una obsesión por Tlatelolco y el 68?

Aquí jugamos al fútbol por primera vez en nuestras vidas; pero también aprendimos a andar en bici; a nadar en la alberca del club; a escuchar por primera vez “Esta tarde vi llover” de Armando Manzanero; a oír el estreno de la clásica “The Long and Winding Road” de The Beatles; a deleitarnos de las baladas de Leo Dan o de los Ángeles Negros; en 1968, aquí, hicimos nuestras primeras grabaciones de voz, de niños, como si estuviéramos en una sesión de contacto con fantasmas… No podíamos dar crédito: ¡¡¡ un aparato que reproducía nuestras voces y sonrisas !!! Aquí, en fin, vivimos las aventuras de una infancia y una adolescencia con claros y oscuros, pero con la clara conciencia de que éste era y es el lugar que nos marcó de por vida. Con esta experiencia de comunidad nos desarrollamos y nos identificamos; no hay más: con ella hemos viajado intensamente durante todos estos años.

¿Cómo no puede haber una obsesión por Tlatelolco y el 68? Quizá porque sea poco el tiempo que tengamos en esta ocasión (y las demás) para conversar sobre nuestras memorias, nuestro pasado común, nuestras infancias, adolescencias o juventudes… Por eso la necesidad de escribir sobre las diversas experiencias y momentos vividos en Tlatelolco, tierra tan querida para todos los que ahora nos reencontramos.

“Otros tiempos fueron aquellos”, decimos hoy, cuando nos referimos a las épocas en que vivimos y crecimos junto con nuestra ciudad, nuestra patria chica, nuestra gente… porque nos tocó ser testigos de sus primeros años, o quizá décadas de vida.

Tlatelolco, la Unidad Urbana, el Conjunto Habitacional (¿barrio, pueblo, colonia, ciudad dentro de la ciudad?), que ya cumplió más de 50 años, aunque se concibió y nació con una idea moderna por su arquitectura, se edificó en realidad sobre las huellas de otros tiempos: la zona prehispánica (las “ruinas” les decíamos); los monumentos coloniales (la parroquia de Santiago Apóstol); o sobre la obra posrevolucionaria (la “Casa Blanca” o el Tecpan y el mural de Siqueiros), entre otros sitios significativos. Frente a estos testigos históricos crecimos, en ese lugar único que sigue siendo una urbe dentro de la ciudad.

Nuevos bancos, escuelas, comercios, hoteles, centros deportivos, teatros, hospitales, edificios de gobierno (Banobras y la Secretaría de Relaciones Exteriores) entre otros servicios, que fueron creados a la par de la construcción de viviendas, es decir, departamentos pequeños, medianos y grandes, y habitados desde 1964-1965 o años posteriores, por toda esta gran comunidad. Pienso, por todo ello, que Tlatelolco está en la memoria y en el presente: somos entonces la memoria viva de una buena parte del norte de la ciudad. Por eso, hoy conmemoramos y recordamos, con especial nostalgia, nuestro paso por Nonoalco-Tlatelolco que, a lo largo de cuatro décadas, fue y es nuestra casa, ámbito de vida, terruño y cuna.

Olvidar cualquier cosa es, a nuestra edad (la que sea), en estos momentos, lo menos que podemos hacer. El recuerdo no es el ayer, sino aquello que nos da sentido de existencia. Vivimos de los recuerdos, porque los recuerdos nos mantienen vivos. Y los que no están con nosotros, -decimos a veces de manera coloquial o como lugar común-, viven porque siempre los recordamos.

Con el paso del tiempo, sin embargo, no se pueden borrar las imágenes: El club social y deportivo “Antonio Caso”, con su teatro, salón de fiestas y canchas de voli y básquet, allí donde se iniciaron los primeros torneos de fútbol de salón en México. La Plaza de las Tres Culturas, de tan triste e impactante memoria histórica, que fue patio y campo de juego para las y los vecinos. El jardín de Santiago (réplica del de San Marcos), que iba de parque recreativo, a pista de carreras y refugio para los recién enamorados.

Las pistas para andar en bicicletas y patines; los “cuadros” (de juegos infantiles) que a la vez eran canchas de fút, tochito, carreras y beis; donde nos juntábamos lo mismo para “cotorrear” que para hacer posadas, reuniones, asambleas o “echar la chorcha”… ésos fueron, sin duda, nuestros lugares recreativos y de convivencia sana.

Para los que vivimos en la tercera sección de Tlate, desde sus inicios, tenemos la obsesión de no olvidar. Comer en el Río Rita, del edificio Chihuahua; en las “Mil Tortas” del edificio Veracruz o en los antojitos del Rabanito en el Eje Central; salir por un compás a la papelería del Sr. Santiago, del edificio Tamaulipas, o a la “Pimpinela” del Nuevo León; a las paleterías, estéticas, abarrotes (“El Ron Rico”, por ejemplo); el café “Malinalli” (edificio Guanajuato); el jardín de niños “Candy Land” (edificio Querétaro), o la guardería “Rosario Castellanos”, creada para trabajadoras de Relaciones Exteriores. Las cocinas económicas, la recaudería del “3-C”; los pollos rostizados, las farmacias, la panificadora “Acapulco”, la tortillería “Real del Monte”.

Las escuelas que nos marcaron a muchos de nosotros. Las famosas Primarias sobre todo. La mencionada “Nicolás Rangel” y la “Francisco Medina Ascencio”; también los jardines de niños, las Secundarias 16, 83 y 106; la Prevocacional Número 4 (Secundaria Técnica) y la tlatelolca “Voca 7”, del Instituto Politécnico Nacional. Entre muchos otros lugares y trayectorias: entre recuerdos que no pasan de lado y la sensación de dejar un pendiente por no describir todo aquí. Tlatelolco es, en efecto, una obsesión del ser y de la pluma.

Tiene razón el Maestro Arturo Santana cuando afirma: “Ensayos, testimonios, crónicas, entrevistas han surgido... de la necesidad de aliviar esa obsesión por actualizar el nudo vivencial de una memoria sensible al impacto de aquella fecha de 1968. Como una constante histórica en la memoria social de México, el Movimiento Estudiantil de 1968, (que) representa un vértice de ruptura entre el autoritarismo priista y la necesidad de avanzar hacia una plena democratización del país”.

Referencia:

(1) Arturo Santana Sandoval. “Tlatelolco ´68: Una obsesión inevitable” (2019). Reseña que se puede consultar y descargar a través del: blog.episistemaseducativos.com

*Texto que será leído el próximo sábado 25 de enero 2020, durante la presentación del libro del mismo autor de esta columna: “Tlatelolco es más que un minuto de silencio”, que tendrá lugar en el café “Insignia” (edificio “5 de Febrero”, planta baja, Tlatelolco, CDMX), a partir de las 17:30 hrs.

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