El Frente Nacional Anti AMLO (FRENAA) es un legítimo movimiento de protesta que busca manifestar el rechazo de una parte de la población mexicana ante el fracaso del gobierno del presidente López Obrador. No obstante su alta aprobación en los sondeos de opinión, el presidente ha sido incapaz de articular políticas de gobierno para atender los temas más acuciantes que aquejan al país, desde economía y seguridad hasta la atención de víctimas de crímenes dolosos.

Por su parte, el presidente nacional de Morena, Alfonso Ramírez Cuéllar, descalificó a los participantes del movimiento con apelativos difamadores e impertinentes tales como fascistas y reaccionarios, quienes —según expresó— buscaban romper la estabilidad política que vive el país.

Las expresiones de Ramírez Cuéllar revelan lo que caracteriza a una buena mayoría de los miembros de su partido: una profunda intolerancia a la disensión. Por un lado, el morenista parece desconocer la historia del siglo XX y el significado histórico del fascismo, pues lo utiliza ignorantemente como un descalificativo clásico de la izquierda a los regímenes totalitarios de derecha de la pasada centuria. Y por el otro, emplea peyorativamente el término de reacción como la respuesta de la derecha conservadora ante los embates de lo que para el líder morenista representa la izquierda progresista. Vale destacar que la ideología política que abraza Ramírez no es de izquierda, y mucho menos, progresista. (Nomás eche el lector un repaso a la vida de la ministra Ruth Bader Ginsburg y compruebe por sí mismo lo que es el auténtico progresismo)

La desafortunada intervención tuitera de Ramírez Cuéllar le desnuda como un miembro del grupo más radical e intolerante del partido gobernante. El propio presidente López Obrador, quien no ceja en su empeño de utilizar mediáticamente el término conservador para denostar a sus detractores —pues para él es un descalificativo— ha reiterado el respeto de su gobierno a los movimientos de protestas en la Ciudad de México.

El objetivo último de FRENAA es la renuncia de López Obrador. Si bien el propósito es legítimo si se inscribe en un movimiento pacífico y respetuoso de la ley y de la civilidad, se antoja inviable en el marco de una democracia representativa, y con un jefe de Estado que ganó los comicios con mayoría absoluta, y quien goza —aún— de altos índices de popularidad.

El movimiento opositor puede fracasar, pero los descalificativos malintencionados del presidente nacional de Morena pintan de cuerpo entero a la nueva izquierda rancia mexicana, cuyos valores trastocan la libertad de expresión, promueven la polarización social y juegan mañosamente con conceptos de la historia del siglo XX.