El día de ayer Ricardo Anaya anunció, a través de sus redes sociales, su vuelta a la vida pública de México. En un vídeo, el panista aparece con mascarilla —en obvia alusión a la terquedad del presidente López Obrador de no portarla— y prosigue con un discurso claro, contundente y que indudablemente provocará halagos, burlas, críticas, diatribas y denostaciones.

El regreso de Anaya, tras dos años de desaparición, suscitará muchos cuestionamientos. Por un lado, recordemos que la trayectoria política fulminante del joven maravilla estuvo marcada por una sangrienta guerra fratricida al interior del PAN entre sus partidarios y los calderonistas, quienes abandonaron el partido y respaldaron la candidatura independiente de Margarita Zavala. Sus detractores le acusaron de haber traicionado los valores democráticos del PAN debido a un supuesto abuso de poder del entonces presidente nacional del partido.

Tras la derrota estrepitosa de la alianza encabezada por Anaya en 2018, con apenas un 22% del total de los sufragios (por debajo de lo alcanzado por la nada carismática Josefina Vázquez Mota en 2012) y la escisión de Acción Nacional, se antoja una tarea difícil que al ex candidato pudiese volver exitosamente a encabezar una alianza electoral. Sin embargo —y aquí conviene poner el acento— la crisis de liderazgos al interior del partido podría representar una ventana de oportunidad para un posible ascenso de Anaya. Con excepción de algún gobernador, quizá como Javier Corral, el PAN adolece de la ausencia de personajes carismáticos que pudiesen representar una opción seria para 2024 o mismo para galvanizar el voto panista y mantener su posición como segunda fuerza política en la Cámara de Diputados.

Anaya ha vuelto con su característica elocuencia y con ese aire de frescura política que dieron forma a su candidatura presidencial. Un hombre culto, con apenas 41 años de edad y un buen dominio del inglés y del francés (¿fortaleza política?) el joven maravilla deberá resarcir las fracturas al interior del PAN, y hacer uso de las habilidades políticas que le permitieron desterrar a la poderosa dupla Calderón-Zavala, alcanzar la candidatura y consolidar aquella alianza antinatura PAN-PRD que escandalizó a panistas de pura cepa.

Por otro lado, el lector recordará que Anaya libró exitosamente la investigación en torno a las sospechas de corrupción que envolvían sus naves industriales en Querétaro, y hasta hoy, ha sabido esquivar los golpes bajos derivados del escándalo Lozoya.

El regreso de Ricardo Anaya a la vida pública de México podría revitalizar a un partido que ha sido incapaz de canalizar la debacle del gobierno de López Obrador. Para ello, el joven maravilla deberá ser competente para presentar la frescura de su discurso contra el envolvente carisma y genialidad comunicativa de AMLO: tarea nada sencilla. ¿Encabezaría Anaya una alianza electoral con el PRI? Si lo hizo con el PRD, ya todo es posible.