Los Estados Unidos han dado una cátedra política al mundo. Stephen Breyer, juez de la Suprema Corte de Justicia de ese país, expone magníficamente en su libro “Making our democracy work” la relevancia de la cultura de la legalidad que ha imperado a lo largo de la vida democrática de nuestro vecino del norte. El autor refiere a las elecciones de 2000, cuando George W. Bush, luego de una decisión del tribunal, se alza con la presidencia de los E.E.U.U, con un margen de victoria de apenas 500 votos en el estado de Florida, y habiendo perdido el voto popular a nivel nacional. El vicepresidente Al Gore, candidato perdedor, aceptó la decisión de la Corte y fue él mismo quien presidió la sesión del Congreso para ratificar la victoria de Bush.

En el contexto actual, Donald Trump ha sido derrotado en las urnas, en las cortes, en el Colegio Electoral y en los medios de comunicación. Este dictador en ciernes, quien buscó incansablemente subvertir un proceso democrático, ha sido vapuleado. El presidente pasará a la historia como el jefe de Estado que perdió el voto popular en dos ocasiones, ambas cámaras del Congreso y en haber sido conducido en dos ocasiones a juicio político.

Los sucesos en nuestro país vecino han puesto de manifiesto la fortaleza de las instituciones democráticas, y cómo sí que es posible que la ley y la cultura de la legalidad imperen sobre la voluntad unipersonal de un individuo de aferrarse al poder presidencial. Lo ocurrido resultaría -desafortunadamente- inimaginable en un Estado débil carcomido por la demagogia de un líder carismático quien desdeña la ley y que busca alzarse por encima de las instituciones.

El próximo 20 de enero se abrirá un nuevo capítulo en la historia de los Estados Unidos del siglo XXI. El presidente Joe Biden, con el apoyo de las mayorías obtenidas en el Congreso, y con un país deseoso de volver a la normalidad política, tendrá la titánica tarea de reconciliar a una nación fracturada tras cuatro años de demagogia populista, profunda polarización social, un racismo exacerbado y un virus que ha dejado, al día de hoy, cerca de 400 mil fallecidos. De igual manera, deberá gobernar para más 70 millones de estadounidenses que optaron por la continuación del experimento trumpista.

Si bien se antoja poco factible que Donald Trump sea destituido dentro de los días que vienen, los demócratas en la Cámara de Representantes han establecido el precedente que ni siquiera el hombre más poderoso del planeta está eximido de ser llevado frente a la justicia. En este tenor, por primera vez en la historia de los Estados Unidos, el juicio de un expresidente podría continuar una vez que ha abandonado al cargo. Para ello, hoy juristas analizan las vías legales posibles para que la intentona insurreccional no quede impune.

México ha replicado – o intentado reproducir- ejemplos de la democracia estadounidense. Nuestra primera constitución federal de 1824 buscó captar lo mejor de la Constitución de los Estados Unidos, entre ellos, el modelo federal. Ahora, las repúblicas latinoamericanas, principalmente aquellas que adolecen de regímenes cuasi autocráticos, deben mirar, nuevamente, hacia el gigante del norte… aunque nos pese.