Aquí otra vez, las redes sociales, los medios hablando del periodista estadounidense de origen mexicano Jorge Ramos. Como sabemos, su caso es el del comunicador que sustituye la noticia para convertirse en ella. El de la vedette que todos observan, admiran y acaso desean, logrando con ello su objetivo, sustraer la atención de la danza y la canción que interpreta con una mala voz.

Semejante a Enrique Diemecke, que cuando dirigía la Orquesta Sinfónica Nacional se convertía en el protagonista del espectáculo y prácticamente se olvidaba la música y el compositor interpretados. Otra cosa fue -para abonar en favor de quienes se dedican a realizar “shows”; que su vida depende en mucho de la teatralidad-, Leonard Bernstein, que combinó “show” con contenido. Un caso vernáculo, Juan José Arreola, que decía de sí ser un actor del pensamiento. Y sus presentaciones públicas eran un verdadero acto teatral en el que brillaban tanto el actor como el contenido de su acto. Entre los comunicadores me parece reconocer el caso de Álvaro Gálvez y Fuentes.

Pero el de Bernstein o Arreola no es el caso de Ramos. He calificado su onanismo periodístico como “objetivo” (con la consideración de que el periodismo objetivo no existe, en todo caso, el veraz), que critica sin proponer y que se hermana con los críticos de “mala leche”, es decir, la oposición usualmente conservadora.

El nuevo espectáculo del periodista de Univisión consistió, siguiendo el patrón de sus interacciones con Trump y Maduro, en provocar a López Obrador en la conferencia de la mañana. El presidente acaso se haya incomodado, pero no cayó en la trampa del periodista que, de paso,  irrespetó a los recién resignados coordinadores para la Guardia Nacional, presentes en la conferencia, y al propio presidente. Acaso se diga que el papel del periodista no es el de observar respeto, tal vez se diga lo contrario. Lo cierto es que quienes elogian la función de los “huevos” (que gustan tanto en México), confunden valor con agresividad. Bien se puede ser cortés y en extremo incisivo.

Ramos habló de temas importantes. Sobre la violencia y el crimen en México, confrontó sus cifras con las del presidente sin contextualizar que este gobierno apenas empieza y está tratando de revertir el horrendo daño heredado de los gobiernos del pasado reciente. Habló en favor del periódico Reforma y las fuentes periodísticas mintiendo al afirmar que López Obrador exigía que estas se revelaran. Los videos muestran lo contrario, que el presidente sugirió que el periódico las diera a conocer para a contribuir a esclarecer el asunto de la filtración parcial de la carta dirigida a la Corona Española, pero que en ningún caso tenía la obligación de hacerlo, si es lo que decidía. Provocó, sin lograrlo, sobre el asunto Trump-México, cuando todos saben con claridad cuál es la postura del gobierno mexicano respecto del presidente de Estados Unidos.  

Francamente no sé si Ramos es honesto y lo pierde su afán protagónico o es un hombre que por el afán de protagonismo se convierte en torpe; en un honesto torpe; o acaso no busque protagonismo, “pero le sale natural”. No lo sé, pero Ramos confirmó la impresión que tengo de él, que es aliado de la oposición conservadora de México. En su favor, para afirmar que López Obrador había mentido en su interacción con el periodista, un participante del twitter me envió “Las afirmaciones no verdaderas de las conferencias de AMLO”, de Luis Estrada (El Universal; 12-04-19), quien plantea que en la semana del 1 al 5 de abril el presidente había dicho 80 “afirmaciones no verdaderas”, 16 por día. Para la oposición tan huérfana y ausente (ausente de razón y de propuestas, no de insultos y calumnias), “grandezas” como las de Ramos o el texto de Estrada les saben a miel, al mejor platillo, el mejor café, el mejor vino, el mejor postre; aunque se trate de gozos efímeros, acaso estériles. Y leemos a Estrada, lo analizamos, ¿y en qué consisten sus planteamientos, “la clasificación de las afirmaciones no verdaderas de AMLO” para enjuiciarlo al relacionarlas con las “mentiras”? En cuatro categorías: PROMESAS, COMPROMISOS, afirmaciones NO FALSEABLES y FALSAS, como esa broma de “me dejo de llamar Andrés Manuel si la mayoría de las escuelas del país no son multigrado” (dato que el propio presidente pidió verificar de inmediato en la conferencia y, en efecto, “perdió” por poco porcentaje porque este tipo de escuelas está un poco por debajo del 50%. ¡La oposición exige en consecuencia que AMLO se quite el nombre!). Es decir, Estrada enjuicia, como Ramos, un proyecto, un programa, un gobierno que apenas comienzan. Bueno sería incorporar en sus análisis el concepto del contexto histórico y la noción de temporalidad.

Pero me quedó otra impresión más fuerte aún sobre el nuevo acto de Ramos. La de su relación con el poder en su drama de provocación. Tres ejemplos recientes de los efectos de su provocación:

1. Donald Trump ordenó sacarlo a patadas en el culo de su conferencia de prensa. Muy mal por el payaso (de Trump, digo).

2. Nicolás Maduro se levantó de su asiento suspendiendo abruptamente el encuentro, dejándole con “un palmo de narices” y confiscando el material de la entrevista y los contenedores del mismo. (Mal por Nicolás, a quien Ramos llama “dictador” frente al que llama presidente, Juan Guaidó; pero acaso no le falte razón, que le devuelvan el instrumental de trabajo y ya está).

3. Andrés Manuel López Obrador lo trató con respetó pero le contestó con firmeza. Muy bien por AMLO y su política de libertad de prensa y democracia en México ratificada hoy durante “El nuevo show de Jorge Ramos en Palacio Nacional”.