En casi todas las encuestas publicadas en estos días, al cumplirse los dos años de gobierno de López Obrador, el rubro de mayor aprobación de su gobierno parece ser el de los llamados programas sociales. Cuando se le presenta a la gente una lista de temas para aprobar o desaprobarlos, los programas sociales llegan en primer lugar. Cuando se indagan los motivos de la aprobación (elevada, sin duda, pero no mayor a la de Calderón o Fox en el mismo momento de sus sexenios), la respuesta tiende a ser, de nuevo, los programas sociales.

¿A que se refiere la gente? En primer término, a los programas propiamente tales. Estos, como es bien sabido, son aquellos que el gobierno actual ha construido en sustitución de los que existían antes. Se trata de Jóvenes construyendo futuro (los ninis), Sembrando vidas (los arbolitos), pensiones o más bien pagos no contributivos para adultos mayores, indígenas y discapacitados, Becas Benito Juárez para preparatorianos, la supuesta gratuidad de los servicios de salud, algunos pagos directos en lugar de guarderías infantiles. En suma, la gente se refiere a un paquete de “apoyos” (eufemismo maravillosamente mexicano para hablar de dinero) nuevos o rediseñados, en lugar de los que existían.

La primera pregunta que surge es si el gasto social total y ejercido por la 4T es superior al de los gobiernos anteriores, tanto en montos absolutos reales, o como proporción del presupuesto y/o del PIB. El cálculo es complicado por muchas razones, pero varios intentos tienden a concluir que la diferencia es mínima, si de verdad se comparan manzanas con manzanas.

Una segunda pregunta se refiere al carácter directo de la entrega. López Obrador alegaría, ante una posible igualdad de montos ejercidos ahora y antes, que hoy el dinero le llega directamente a la gente, sin intermediarios. Eso implicaría que no solo se trata de sumas mayores, sino que están desprovistas de la condicionalidad política o de la naturaleza humillante del esfuerzo anterior. Suponiendo que así fuera en teoría, necesitaríamos saber si la entrega directa realmente existe, o si más bien nos hallamos ante un exhorto, una aspiración o un simple deseo piadoso.

La interrogante entonces se complica. Quienes aprueban a AMLO y que lo justifican por los programas sociales, ¿lo hacen porque consideran que ahora reciben más que antes? ¿Porque la entrega es más directa? ¿Realmente reciben más? En realidad, esta ultima pregunta es la más importante.

En vista de todo lo que sabemos de la ineficacia del gobierno actual, de cómo se recortó el programa de los ninis, de cómo los arbolitos no se sembraron, de cómo las universidades nuevas no existen, de cómo el padrón de beneficiarios no se ha levantado ni a la mitad, ¿la gente está recibiendo más apoyos? ¿O solo cree que los demás si los está recibiendo, y espera recibir los suyos pronto? El único caso más o menos categórico es de las pensiones para adultos mayores, cuyo padrón ya existía. Ellos sí reciben su estipendio y en muchos casos, se trata de un monto mayor que antes.

Todo lo cual nos conduce a la idea del principio. Los mexicanos, ¿aprueban a AMLO porque reciben más recursos a través de los nuevos programas sociales? O más bien, ¿lo califican bien gracias a la idea de los programas sociales, con independencia de su novedad, eficacia, monto o realidad? Algunos dirán que da lo mismo; lo importante es que la gente esté contenta. Otros pensamos que además de engañarla, en caso de ser la idea lo que cuenta, y de tratarse de una idea falsa, el esquema acabará por reventar.

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Artículo originalmente publicado en Nexos. Se reproduce con autorización del autor.

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(El autor, Jorge G. Castañeda, fue Secretario de Relaciones Exteriores de México de 2000 a 2003. Actualmente es profesor de política y estudios sobre América Latina en la Universidad de Nueva York. Entre sus libros: Sólo así: por una agenda ciudadana independiente y Amarres perros. Una autobiografía. Su nuevo libro Estados Unidos: en la intimidad y a la distancia publicado por Debate ya está disponible en Amazon).