Ricardo Anaya juega para él solo; su narcisismo lo declaró en los relatos emulados del presidente Obrador cuando recorrió los rincones más lejanos del país; sin embargo, a diferencia del mandatario, el Queretano arranca con el pie izquierdo. No ha logrado inspirar esa conexión de un auténtico candidato del pueblo, sino todo lo contrario: su interpretación es hasta cierto punto desdibujada y sin carisma.

Esa chispa que se necesita tiene un elemento en común: la humildad. Ricardo Anaya está muy lejos de ser una alternativa que genere empatía para capitalizar una concurrencia del tamaño que acumuló el presidente Obrador.

A pesar de los disparates— que más bien son un instrumento perfecto para los memes, se apuntó con tres años de anticipación y se les adelantó a muchos panistas que, por lo menos desde hace un tiempo, merecen la candidatura en Acción Nacional o son fuertes aspirantes; sin embargo, la característica de la política en nuestro país nos ha demostrado que aquí no se trata de méritos, sino de conspiraciones, chantajes y acuerdos cupulares de grupos empresariales que cuidan sus intereses y buscan al mejor perfil que los represente.

Aunque nada esté escrito, Ricardo Anaya tiene campo abierto para ir tejiendo componendas y acuerdos políticos y crear las condiciones, lo mismo construir un diseño de imagen mecánica que recorre municipios y localidades para recolectar insatisfacción, inquietudes y un supuesto malestar que vaya señalando las fallas del sistema gubernamental del país.

Tiene tres años para realizarlo; el tiempo suficiente para ir organizando una estructura territorial que puede competirle a Ricardo Monreal o Marcelo Ebrard que creo serán las dos cartas fuertes del presidente Obrador hacia el 2024.

Su única alternativa era elegir el mismo camino que tomó el mandatario Obrador; sabe que si quiere penetrar en las distintas clases debe aparentar ser la competencia del propio Andrés Manuel; comer en el puestito de la carretera; caminar brechas y montes; dialogar con los sectores obreros y campesinos, al igual que con las organizaciones populares. Una tarea difícil para un panista; pero lo menos que puede urdir en su segundo intento es jugarse todas las estrategias posibles. El presidente hace esas funciones de forma natural, el Queretano simula.

Es obvio que si llegara a sellarse la candidatura que, en términos reales parece quimérica, será la última oportunidad que tenga para ser el aspirante presidencial de la oposición y de la derecha. Es cierto que a muchos nos sorprendió y nos tomó desprevenidos su anuncio, pero era cuestión de tiempo para que lo hiciera después de tomarse unas vacaciones de reflexión y pensar cómo darle forma a su proyecto.

Marko Cortés se pronunció a favor de la aspiración, pero este último, dudo mucho que continúe como presidente Nacional del PAN por el descalabro que se les avecina en las elecciones de Junio; habrá fracturas y un reparto de culpas que irán a parar al CEN del panismo. Esa responsabilidad recaerá en el dirigente actual que, de por sí, no es la mejor apuesta del bloque de gobernadores del blanquiazul. 

Ahora, para que Ricardo Anaya sea nuevamente candidato, tienen que cuadrar muchos aspectos; hace dos años era el máximo líder, ahora no; en su camino dejó detractores cuando se adueñó del partido, esos enemigos políticos continúan y le pueden poner muchas piedras en la senda para truncarle su anhelo presidencial.

Ese dominio no es el mismo que antes, y su mensaje puede que no llegue a penetrar tanto como él pretende; además, actualmente existe una desilusión que produjo con el binomio Calderonista; si quiere recibir este apoyo, tendrá que sanar viejas heridas que arrojó su imposición en el 2018.

Mientras tanto gana terreno y construye su propia candidatura. Planea hacerlo desde abajo, con las bases, y al propio estilo del Lopezobradorismo que, en realidad, le queda muy mal el papel; Ricardo Anaya es un tecnócrata y no un hombre de pueblo. En esa faceta se le ve ridículo.