Ayer, un padre de familia caminaba con su hijo, casi un bebé, por el parque de una de las colonias más exclusivas de San Pedro Garza García, Nuevo León, considerado entre los municipios más ricos de México. Un amigo pasaba en su coche de lujo. Lo estacionó para saludar. Charlaron unos cuantos minutos. Al despedirse, antes de subir a su automóvil, el segundo le dijo al primero: “Ten cuidado, ya no juegues con tu niño por aquí. En este lugar han sido secuestrados ya varios hombres. Solo en San Pedro hay entre 30 y 40 secuestros diarios”.
Tengo que viajar a Guadalajara. Llamé a ciertas personas que conozco y que en esa ciudad de Jalisco residen para invitarles un café. Hay algunos temas pendientes que tratar. Me dijeron: “Si puedes, no vengas. En Guadalajara todo está peor que en Monterrey. Matan, secuestran, bloquean las calles a diario. Vivimos un infierno”.
Conozco a una pareja que, por la inseguridad, dejó Ciudad Juárez, Chihuahua y ubicó su residencia en el Distrito Federal. En la zona, de grandes corporativos y edificios habitacionales más o menos costosos, de Santa Fe. Ellos me han dicho: “Ya no aguantamos. Estamos viendo la forma de irnos al extranjero. A diario escuchamos balaceras, como en Juárez”.
Hace un par de meses volé del Distrito Federal a la ciudad fronteriza de Matamoros, Tamaulipas. Tomé un taxi para que me llevara a la Isla del Padre, en Texas. Al pasar por unos hoteles el taxista me dijo: “Vea para arriba, en el edificio. Hasta allá llegan las balas cuando hay enfrentamientos”. De regreso, el vuelo se suspendió. Conseguí lugar en un avión que partía a las seis de la mañana, pero desde Reynosa, ciudad ubicada a una hora de Matamoros. Aunque ya era noche, decidí tomar un taxi que me llevara. Antes, reservé un hotel. Ningún taxista se atrevió a llevarme. “En la noche matan y secuestran”, me dijeron. Intenté rentar un coche. Imposible hacerlo: “A esta hora se lo van a quitar en la carretera”. Un taxista accedió a transportarme a la mañana siguiente, en su automóvil particular, “porque los mañosos se mueven en taxis y no nos vayan a confundir”. Como iba a ser imposible llegar al vuelo que salía de Reynosa, el taxista sin su taxi me llevó al aeropuerto de Monterrey.
Un banquero me contaba que visita clientes en Sinaloa. Hace viajes especiales si va a Culiacán y si va a Mazatlán. No se atreve, “porque es imposible circular en esas carreteras ni de día ni de noche”, en la misma visita viajar en automóvil, “ni siquiera blindado”, por la carretera que une las dos ciudades. Eso sí, si no es muy tarde, “y con mucho miedo”, se atreve a ir a alguna población sinaloense al norte Culiacán en coche, “pero solo si es urgente”.
¿Viajar a Acapulco? Nadie lo recomienda. “Es peligrosísimo”, dicen todos.
¿Visitar la Riviera Nayarit? “Lo puedes hacer, pero por ningún motivo salgas del hotel en la noche”.
¿Son 50 mil los muertos de la estúpida, perdida, absurda guerra de Calderón? No lo sé. Quizá sean más, muchos más.
Leí hace rato la columna de Pablo Hiriart en la que narra un peligroso viaje que hizo con el reportero español Alberto Peláez para cubrir una guerra en Libia. Apuesto a que ninguno de los dos, sin protección del ejército o de la marina armada de México, recorrería de noche algunas carreteras de Tamaulipas para tomar fotografías. Los reto. Ellos son buenos periodistas y no dudo de la valentía de ambos. Pero lo que no se puede, como dicen por ahí, es imposible.
En un país como el nuestro, que se metió a lo tonto en una guerra que no se iba a ganar, se entiende que la gente tenga miedo.
La psicosis en Neza, el pánico en Iztapalapa son fenómenos perfectamente comprensibles.
Lo que no se puede entender es por qué los políticos, los periodistas y los fanáticos de izquierda y derecha insisten en negar que algo, desde luego muy grave, pasa en la República Mexicana, ya no solo en Reynosa, Matamoros, Monterrey y Ciudad Juárez, sino también en la Ciudad de México (Distrito Federal y Edomex por igual).
Unos dicen que la psicosis en Neza e Iztapalapa es un invento de los priistas al servicio de Peña Nieto que quieren asustar a la gente para que no acuda el domingo próximo al mitin de Andrés Manuel López Obrador en el Zócalo.
Otros aseguran que el miedo en Neza e Iztapalapa lo difunden los enemigos de Peña Nieto y de uno de sus principales aliados, Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México. De lo que se trata, según esta versión, es de complicar el arranque de la Presidencia priista.
Eso sí, según los gobernantes del Estado de México y del Distrito Federal, los señores Eruviel Ávila y Marcelo Ebrard, no pasa nada. Todo es paz, progreso armonía. Los ciudadanos, desde luego, se burlan de ellos.
Y en opinión de los periodistas serios estamos solo ante rumores que difunden unos cuantos chiflados (no muchos, por lo que no hay que descalificarlas) en las redes sociales de internet Twitter y Facebook.
Pero la gente en Neza está asustada. Y los habitantes de Iztapalapa también. Algo han visto, han escuchado, mucho es lo que saben. No viven como Ebrard en hogares de lujo, rodeados de guaruras, viajando siempre en coches blindados y soñando con glorias internacionales. Son personas indefensas, de a pié, empleados a los que nadie protege, comerciantes mil veces extorsionados.
¿Que no pasa nada? ¿Que son trucos para que AMLO no llene el Zócalo? ¿Que los adversarios de Peña Nieto le quieren complicar la existencia? ¿Que el DF y el Edomex son los lugares más seguros del mundo?
Por favor, ya sean serios.