Llega uno a cierta edad en la que se le empiezan a morir los más cercanos.

La mazorca se desgaja muy cerquita y la muerte como que nos achica el horizonte.

Les platico: cuando alguien se nos muere sin pedir permiso -y ¿quién lo pide?- el adiós se anida en la garganta y, vuelto un nudo, aprisiona las palabras de tal forma que ni con fianza salen libres.

Cómo hubiera querido tener la frialdad que dicen tuvo aquél Calígula, de preguntarle al senador romano que se moría de a poquito: “¿Qué se siente, dime, qué se siente?”

Pero no lo hice porque viéndola morirse ahí a mi lado, aunque se lo hubiera preguntado no me hubiera contestado, pues de este mundo en su barca ella había ya zarpado.

Más sí la hubo cuando -sentados a la mesa los hermanos- planeamos lo que haríamos en ésta inusual etapa de protocolos abreviados a los que deben sujetarse tanto los que se van, como los que nos quedamos.

Nunca había estado en un sepelio de los míos, porque había querido guardar su recuerdo de cuando eran vivos, pero ahora me tocó vivir este y tuve mis motivos.

Adiviné que se moría porque vi cómo su respiración cada vez más rápida y cortita se volvía, que muy apenas a su vida sostenía.

Y entonces, devolviéndole el entrañable amor con que sus manos tantas veces me envolvieron siendo niño y aún ya grande, acaricié sus cabellos vueltos grises y otros blancos y le susurré al oído cuánto la quería.

Y al hacerlo, en su existencia que se iba, vi reflejada la mía que ahí seguía y las palabras que en mi mente más aparecían, fueron “gracias, viejita, por durante tantos años hacerme compañía”.

“La vida sigue”, oí que alguien me decía y sí, pero pensé que respondía: “también la vida se nos va y aquí nos tiene la muerte, queriendo ilusamente alejarnos más de ella cada día, cuando en realidad no hacemos otra cosa que acercárnosle y por eso, hay que darle con todo a cada Sol que nos salga en el camino.

No me oía, pero yo le dije mientras dormía en ese sueño del que nunca más despertaría, que todas las promesas que antes no cumplía, ahora a cabalidad las cumpliría.

Y fue el momento ese como una confesión, pues apenas lo anterior yo le decía, el Dios de Spinoza ahí me redimía.

La tuve para mí y a solas por dos horas y de pronto me escuché diciéndole: “te esmeraste mucho intentando ser sutil al decirme tantas cosas, pero por suerte, no sé captar las indirectas, así que, dímelo ahora en el lenguaje del corazón que no ocupa las palabras. Dime, viejita, dime”, y cerrando mis ojos junto a los de ella, entendí:

La abundancia de precauciones aminora la intensidad de nuestra vida.

Aventúrate, y sin dejar de cuidarte, arriésgate.

El camino que más debe llamarte la atención, es el desconocido.

Abraza a tu trabajo, pero más a quien te ama.

Cuida lo que tienes, pero más a quien te tiene.

Ve por todos los que puedas, pero inclúyete tú en ellos.

Firmeza en ti, más no dureza.

 

CAJÓN DE SASTRE

A mi mamá, a mis hermanos y a mí, la vida nos salvó. La misma que hoy de ella, ya se despidió.

En realidad se le acabó desde aquella vez que me miró y sus ojos no se detuvieron en los míos como tantas veces lo hicieron buscando refugio y yo en los de ella.

Que los padres tengan el Alzheimer y se borren sus recuerdos, es casi natural en esta vida de tantos incurables como ese y otros más que a la ciencia le hacen muecas.

Pero que un hijo no tenga al “alemán” y aún así a sus padres borre por su propia voluntad, es todo menos cosa natural.

El hijo sufre al darse cuenta de que por más que quiera en sus adentros, la mamá, estando viva, ha dejado de reconocerlo.

Pero el padre que recordando a sus hijos en cada soplo de su vida, no los ve, siente que la vida que antes lo salvó, hoy de él a su suerte lo dejó.

Nada irreverente, hoy mi Gaby con su abrazo bien que me salvó.

placido.garza@gmail.com

PLÁCIDO GARZA. Nominado a los Premios 2019 “Maria Moors Cabot” de la Universidad de Columbia de NY; “SIP, Sociedad Interamericana de Prensa” y “Nacional de Periodismo”. Es miembro de los Consejos de Administración de varias corporaciones. Exporta información a empresas y gobiernos de varios países. Escribe diariamente su columna “IRREVERENTE” para prensa y TV en más de 40 medios nacionales y extranjeros. Maestro en el ITESM, la U-ERRE y universidades extranjeras, de distinguidos comunicadores. Como montañista, ha conquistado las cumbres más altas de América.