Contra todo pronóstico, el 1 de julio de 2018, las elecciones para senador por Nuevo León las ganó Samuel García. Venció a la pesada maquinaria local del PRI, al enquistado PAN y al aquel entonces desestructurado Morena.

Antes de su campaña, El Norte (del grupo Reforma) creyó desbancar a Samuel, difundiendo un video donde salía borracho, succionando doce popotes de un martini. Luego creyó avergonzarlo con una nota donde aparecía el “senatore” electo, celebrando su victoria electoral mientras tomaba del pico de una botella de Moët Chandon. Dicen que ganó a pesar de eso. ¿Y si ganó entre otras cosa por eso? Fácil pensar que cualquiera puede llegar a una curul festejando en una “party”, explicando con simplicidad el aumento de la gasolina y dirigiéndose como su “raza” a la Generación Z.

Pero lo de Samuel en redes sociales no es exhibicionismo sino reality show, telerrealidad, espectáculo de lo real; comparte en vivo los asuntos de la Cámara de Senadores, sin guión ni chícharo en la oreja, publica todos los días infinidad de instastories de 15 segundos, transmisiones en tiempo real; sube el reto viral 5/11 que consiste en levantarse a las 5 de la mañana y dormirse a las 11 de la noche, captando constantemente atención de audiencias en una ilusión colectiva de asomarse en su vida personal. En el caso hipotético de que Samuel subiera los cien stories por día que te permite la app Instagram y suponiendo que esos cien completaran los 15 segundos, apenas sumarían, en su totalidad, no más de 25 minutos en la vida cotidiana de Samuel. 

Es la estrategia política (para bien y para mal) del Millennial; recursos que los políticos tradicionales rechazarían de entrada porque solo usan Facebook e Instagram para decir “buen día”, “buenas noches” y “feliz día del padre”. En Samuel imperan las salidas de tono, los bailes arriesgados a la orilla del abismo, la exposición sin tapujos al posible ridículo, el afán de notoriedad solapado en una supuesta autenticidad, la infinita levedad del ser para generar más vistas, más followers, más likes. 

En la telerrealidad que construyen algunos chavos metidos a la política (vía redes sociales con miles de seguidores), sus metidas de pata nunca son definitivas, sus excesos no son tropiezos, los errores solo son conatos, los pecados siempre son veniales. Samuel te comparte no lo que hace, sino lo que quiere que veas. Como en las series de Netflix, el destino es líquido y todo cambia, fluye, nada permanece.

Empolvadas quedan las arcaicas ruedas de prensa, los boletines, los spots con pelotón de maquillistas, los estrategas de campaña y “creadores de contenido”, que vendían a precio oro lo que en Facebook y Twitter es gratuito. ¿Le alcanzará a Samuel su estrategia de talk show para ser gobernador de Nuevo León? Quién sabe, pero no habrá de ganarle un candidato tradicional, con discursos ceremoniosos leídos en papel y actos masivos con acarreados y lonches regalados a la salida.