La debilidad, la miseria, la ignorancia y el fatalismo, cuando se combinan e inmiscuyen, suelen devenir en fundamentalismo religioso vulgar y trastornado. Prueba de ello el grupo religioso conflictivo y delirante de la población Nueva Jerusalén, Turicato, Michoacán. 

Manipulados y esgrimidos por un fanático desvariado y problemático que se hace llamar Martín de Tours, feligreses humildes y maleducadas han llevado su obsesión por Dios al grado de demoler y quemar escuelas públicas en la pueblo donde habitan. 

Las hordas de encandilados religiosos se oponen a la educación pública; la consideran opuesta a sus intereses y creencias. 

Cabe señalar que el artículo tercero de nuestra Constitución Política, en su fracción primera, establece que la “educación será laica y, por tanto, se mantendrá ajena a cualquier doctrina religiosa”. 

Dicho esto, resulta indubitable reconocer el punto donde anida aquello que impulsa la “lucha” de esta organización, o más bien secta católica: rechazan cualquier modelo educativo que no adoctrine y le lave el cerebro a los niños con patrañas y mentiras relacionadas con la religión. 

Seguramente el hombre que los lidera, el que se denomina a sí mismo “obispo” o “elegido de Dios”, consciente está que ya no quedan de esos hombres cuyo grito de guerra era “¡mochos al paredón!”; y a resultas de esto último combate a la única arma que existe en la actualidad para combatir a la Cruz: la educación.

 A crear conciencia.