Viven en la pobreza unos 53 millones de mexicanos, algo así como el 40% de la población. La inmensa mayoría no son ni serán delincuentes. Solo unos cuantas personas en situación de pobreza aprovecharán la oportunidad de, por ejemplo, obtener alguna ganancia saqueando un camión accidentado que deje regados por la carretera bienes de consumo más o menos valiosos. Y sí, por supuesto, en las comunidades establecidas cerca de los ductos de gasolina, son pocos los hombres, pocas las mujeres que toman la decisión —irracional por peligrosa— de llenar bidones con el combustible derramado por la acción de los huachicoleros.

En algún lugar leí que hay 233,000 mexicanos con un patrimonio superior al millón de dólares. Es decir, bastante menos del 1% de la población adulta de nuestro país está en esa categoría. Estoy seguro de que casi todos esos “ricos” —no súper ricos, que conste— son buenas personas, desde luego incapaces de cometer un delito. Solo unos cuantos millonarios defraudan al fisco o estafan al prójimo.

¿Por qué menciono lo anterior? Porque algunas amistades que aprecio y admiro por su inteligencia cuestionaron que en mi artículo de anoche haya hecho referencia solo a las mafias del crimen organizado que, evidentemente, provocaron la terrible tragedia de ayer viernes en Tlahuelilpan, Hidalgo. Con ironía me preguntaron por qué no mencionaba al “pueblo bueno” entre los responsables de lo que pasó.

Creo que ya no es aceptable la burla del “pueblo bueno” con la que tanto se critica al presidente López Obrador en ciertos sectores conservadores de clase media y alta de la sociedad mexicana.

Andrés Manuel tiene razón, la gente es buena. Es decir, la gran mayoría actúa basada en principios. La gente rica y la gente pobre, punto.

¿Que las personas que murieron en Tlahuelilpan estarían vivas si no se hubieran acercado al ducto de gasolina que estalló? Es verdad. Pero hay que entender por qué lo hicieron. Por ignorancia, para empezar: todos los gobiernos han fallado en el tema educativo. Otros por ganas de ganar algo, lo que sea. Estos últimos son los que no entienden que lo peor que pueden hacer para mejorar su situación económica es acercarse al crimen organizado o tratar de beneficiarse de lo que hacen las mafias. Algunos más llegaron al ducto seguramente manipulados. Se les invitó a un show, se les convenció despertando la curiosidad. Los que estallaron los ductos buscaron gente para ponerla en riesgo. El sabotaje necesitaba víctimas, mientras mayor el número, mejor para los huachicoleros que, para oponerse a la estrategia de AMLO de combatir el robo de combustibles, han decidido inclusive recurrir al terrorismo —porque lo de Tlahuelilpan fue un acto terrorista, claro que lo fue, tan bien diseñado que casi se transmite en vivo en los medios de comunicación tradicionales y en las redes sociales.

Pienso que Andrés Manuel no debe cambiar su estrategia, sino ajustarla, sobre todo en lo relacionado con su seguridad personal. Porque la mafia es cabrona. Integrada por capos del narco, líderes sindicales, políticos con poder, gasolineros y algunos grandes empresarios, la mafia del huachicol tratará de defender su negocio ilegal, mucho más rentable que el tráfico de drogas, recurriendo a cualquier acción que dañe a México.

Es todo lo que dije ayer en la noche: que Andrés se cuide más, mucho más. Pero gente muy querida, respetada y admirada se molestó porque no incluí entre los culpables al “pueblo bueno”. Creo que no están analizando correctamente las cosas. Porque el pueblo, rico y pobre, es bueno en su mayoría. Dejémonos ya de ironías bobas que solo dividen a una sociedad que como nunca antes necesita de la unidad de todos para resolver problemas tan graves como el del huachicoleo.