El pasado lunes el INEGI presentó los números al cierre del mes de noviembre de la industria de la construcción, en los que destaca un retroceso de -23.8% respecto al mismo mes del 2019, ratificando con ello que el sector pasa por uno de los peores momentos de su historia, arrastrando dos años de una tendencia negativa, que se ha visto agudizada por el impacto de la pandemia.

A nadie sorprende este resultado dadas las reducciones a los presupuestos federales, los retrasos en las inversiones en obra pública, la sobreregulacion que enfrentan los constructores privados, la desconfianza de los grandes inversionistas -nacionales y extranjeros-, y la concentración de los esfuerzos y recursos en los grandes megaproyectos del gobierno federal, algunos de los cuales, para acabar de agravar la situación, son administrados y ejecutados por el ejercito.

No hay que darle vueltas; la industria de la construcción está pasando aceite... Con algunos destellos de buenos resultados en la vivienda y en la construcción de parques industriales, que no alcanzan para compensar el desastre que enfrenta el sector en cuatro importantísimos frentes; la inversión y captación de la misma, la producción, la rentabilidad del inventario inmobiliario y, consecuentemente, el empleo.

Es precisamente este último punto el que debiera tener haciendo cadenas de oración a las autoridades, porque siendo la construcción una de las actividades que más empleos genera a nivel nacional, su colapso pone contra las cuerdas a millones de familias, que dependen de las cerca de 40 ramas de la economía que intervienen en su cadena de valor y que tienen operaciones en muchas regiones del país.

Y hay que decir que la reactivación del sector no se ve fácil, considerando que pareciera que no existen ni interés, ni disposición del gobierno en lo que respecta a incrementar y ejecutar inversiones públicas en infraestructura, tampoco se nota voluntad de los gobiernos locales en lo que respecta a quitar las camisas de fuerza de la sobreregulacion, y sobra incertidumbre en lo que se refiere a reapertura de negocios cerrados y la consecuente gradual recuperación de la economía, lo que limita las capacidades de rentabilidad de activos inmobiliarios como pudieran ser oficinas, centros comerciales e inmuebles del sector turismo.

El escenario no es alentador... Menos si consideramos que la caída se está midiendo respecto a un año que había sido muy malo y que no se ve forma de revertir la compleja situación que define ese desempeño.

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Empresas Constructoras que presentó el INEGI (instituto Nacional de Estadística y Geografía) apenas este lunes, al comparar noviembre del 2020 con noviembre del 2019 se percibe una caída de -23.8% en lo que respecta al valor de la producción generando por empresas constructoras.

Y por supuesto, ante este resultado no sorprende que comparando los mismos meses se hubieran registrado caídas de -19.2 y -18.1%, en lo que respecta, respectivamente, a personal ocupado y horas trabajadas.

Tampoco sorprende que al comparar el mes de noviembre del 2020 con el mes inmediato anterior (octubre del2020) se haya registrado una caída de -0.4% una caída marginal, sí, pero caída al fin y al cabo, y que ese hubiera sido el segundo mes consecutivo reportando retrocesos marginales, después de que durante los cinco meses anteriores, en el periodo mayo-septiembre, se hubieran reportando incrementos igualmente marginales.

Y pues ni modo... Siendo optimistas se puede decir que a mediados del año pasado se frenó la caída del sector, aunque esto sea respecto a los números de un 2019 bastante malito, y que el escenario de recuperación está atorado, lo que se percibe con total claridad en un gráfico con evidente y marcada forma de “L”, que refleja una caída monumental y siete meses ya sin caer, pero manteniendo el estancamiento.

Podemos sintetizar diciendo que la industria de la construcción está en estado de coma y que cualquier expectativa de recuperación en materia de economía y empleo pasa necesariamente por la aduana de este importante sector, y que si ahí los números siguen siendo malos y las condiciones adversas, se ve muy difícil el escenario de un proceso acelerado de reactivación.

Toca a las autoridades crear condiciones que permitan encender los motores de la construcción...Ello implica, sobre todo, definir y ejercer inversiones en obra pública, fortalecer coordinación con gobiernos locales y organismos relacionados, a fin de reducir las increíblemente absurdas trabas costos regulatorios, y mandar señales de confianza a los empresarios del sector y a sus inversionistas.

Fácil no está... Pero el primer requisito es entender por qué es tan importante hacerlo... Y arremangarse las mangas y ensuciar los zapatos para garantizar las condiciones necesarias para que la construcción puede cumplir con el papel que le corresponde como motor de la reactivación.

* Horacio Urbano es fundador de Centro Urbano, think tank especializado en temas de desarrollo urbano, sector inmobiliario y vivienda.

@horacio_urbano