El diario Washington Post este lunes retomó una historia entre Donald Trump y cientos de miembros de tribus nativas de Estados Unidos, ello con el fin de recordar la guerra mediática y de agresiones públicas patrocinadas por Trump desde el año de 1993. Desde finales del siglo pasado Trump invirtió aproximadamente un millón de dólares para la creación de anuncios que buscaban crear en la percepción de los neoyorquinos que las tribus nativas de la región estaban ligadas con la mafia, además, dicha campaña los etiquetaba mediáticamente como traficantes de cocaína y por supuesto como criminales. Es evidente la forma en que Trump ha trasladado y adaptado su discurso de odio en contra de los sectores sociales con los que poca empatía sostiene.

No sólo acusó a los nativos de criminales, sino que también aseguró que muchos de ellos eran unos estafadores que lo único que buscaban eran beneficios gubernamentales a través de la conservación de las reservas nativas; no por nada se atrevió a lanzar la puntada de que él mismo estaba seguro de poseer mayor sangre nativa que muchos de los indios norteamericanos. Trump es un hombre de negocios –muchos de ellos fraudulentos o poco prósperos- y como tal busca proteger sus intereses y los de sus allegados; esta retórica de ataque y descalificación no fue por azares del destino, sino por un tema meramente de dinero; basta recordar que en aquellos años se estaba gestando el “boom” de la industria de los casinos específicamente a manos de muchos nativos, de ahí también el crecimiento del cabildeo para dicho sector en el Congreso de Estados Unidos.

A pesar del discurso de odio y ataque contra los nativos, que hoy día se utiliza contra los mexicanos y musulmanes por parte de Donald Trump, en la época de los noventa también realizó innumerables negocios en secreto con muchos nativos que públicamente atacaba; fue el caso de una serie de casinos que operaban bajo el mando de una tribu en California que pactaron con Trump la administración de los mismos. Ello le llevó en parte de Trump a convertirse en uno de los empresarios de la industria del azar más prominentes de la costa oeste; sin embargo, para finales de siglo con las modificaciones legislativas a dicha industria en favor de los nativos, Trump vio severamente amenazado su liderazgo regional y buscó por todos los medios –el cabildeo- salir lo menos afectado.

Incluso fue la propia Comisión Federal de Telecomunicaciones la que investigó las duras declaraciones de Trump al ser consideradas como obscenas, indecentes y llenas de insultos raciales en contra de los nativos americanos. Muchos de los datos y evidencias que el propio Washington Post muestra seguramente serán descalificados por la oficina de prensa de la campaña de Trump, sin embargo, muestran una clara tendencia del candidato de atacar y tratar de destruir todo aquello que no le conviene o le parece despreciable. El discurso de odio únicamente ha cambiado de protagonista, en dos décadas se ha señalado a los nativos, a los migrantes, a los musulmanes y a otras minorías a las que Trump considera que puede humillar.