Sobre las espaldas del personal de salud, desde los interinatos pasando por las residencias médicas, el personal de enfermería, asistentes, camilleros y hasta llegar a doctoras y doctores, el nivel de estrés, presión, frustración y afectaciones a la salud mental ha llegado al grado del de una guerra armada.
María Isela es enfermera del ISSSTE. Solía vivir en un multifamiliar con sus padres y hermanos, pero la pandemia le arrebató a la mayoría. Ella habría llevado el virus a inicios del mes de junio. La madre de 74 y el padre de 75 no duraron ni dos semanas internados, sus otros dos hermanos corrieron casi la misma suerte. Sólo uno sobrevivió al coronavirus y terminando la cuarentena, Isela tuvo que volver como si nada hubiese pasado. Tal vez, si en el país existieran licencias laborales para sobrepasar el luto, ni ella ni Esmeralda, enfermera de Médica Sur que perdió a su hija de 25 y a su hermano, habrían tenido que volver de inmediato a sus labores. Pero en el sector salud, lo que hace falta son manos especializadas y nadie les preguntó si como sus familiares, querían correr de este mundo y dejar de vivir. Ambas lo intentaron. Ambas mujeres. Ambas sin éxito volvieron a sus labores habituales, sin platicar en lo más mínimo con las autoridades de las unidades en que laboran.
¿Quién cuida a quienes nos cuidan?
Un grupo de médicos de Oslo y Bélgica, integrantes del Instituto de Salud Pública de Noruega realizaron un artículo científico llamado “The mental health impact of the covid-19 pandemic on healthcare workers, and interventions to help them”.
En el documento avalado por el Centro para Estudios sobre Violencia y estrés traumático junto con la División de Estudios Clínicos sobre Neurociencia se explica cómo es que la exposición prolongada a la crisis de salud afecta de manera irreversible a quienes han manejado directamente a los pacientes. El daño es mayor para el personal que trabaja en las fronteras, para quienes tienen un manejo más constante con pacientes, como enfermeras o residentes y para las naciones con mayores tasas de letalidad como China y Estados Unidos.
Superar el millón de casos confirmados de COVID-19 significa algo además de muerte: estrés laboral y exceso en la carga de trabajo. Durante los últimos meses, la tendencia de suicidio en el personal de salud se disparó a un 600% según HealthCare Center. La afirmación también la ha hecho la UNAM. En todo el mundo, por confinamiento o por exceso de carga, hay personas buscando acabar con su vida.
Desde 2018, el Programa de Psiquiatría, Harlem Hospital Center, Nueva York, en Medscape Medical News ya advertía que la tasa de suicidio entre médicos es de 28 a 40 por cada 100.000 personas, más del doble que la población general.
Soledad y silencioso, así manejan el impacto
Según el IPN, el factor fundamental para el suicidio es el contacto con el dolor. Uno de los factores de mayor estrés para el personal de salud mexicano es la falta de instrumentos para lograr atención a quienes se encuentran con problemas respiratorios, siguiendo el miedo a contagiarse y contagiar a otros. Los problemas psicosomáticos que han tenido, les han hecho sentir que portan el virus. Según el mismo estudio, las terapias psicológicas no bastan para atender el impacto a la salud mental.
Siete estudios han cuestionado directamente al personal de salud sobre las estrategias y alternativas para ayudarles a manejar el estrés y tan sólo el 14% accede a terapia, aún cuando sea gratuita. El nivel de interés entre el personal médico para acceder a los servicios de salud mental, paradójicamente, es muy bajo. La mayoría prefiere manejarlo en soledad, con amistades o familia. Un 19% dijo que la información en internet podía ayudar.
El factor género también se hace notar, pues dentro de los estudios que hace Yin and Zeng directamente a enfermeras, además de las preocupaciones anteriores, ellas piensan en la estabilidad emocional de sus familia. Aunque las mujeres, según vario estudios que se citan en el artículo, tienen menor tendencia al suicidio son las que manejan un mayor nivel de ansiedad, estrés y depresión.
Es urgente abandonar la política de las condecoraciones y aspirar a la política del descanso, de las licencias por luto y las terapias alternativas. De poco sirven las medallas para un personal con hartazgo, que sobrevive en la devastación mental de la incertidumbre.
¿Cómo cuidamos a quienes nos cuidan?