Con la historia de su lado, Porfirio Muñoz Ledo decidió irse por la puerta de atrás, con la vergüenza a cuestas de quien es sorprendido en el hurto. Quienes lo conocemos, no compramos baratijas. Porfirio ha sido un gran demócrata en la oposición y un tirano en el ejercicio del poder político.

Sin la voluntad del Presidente y por encima del parlamento, sin el consenso de su partido, sólo con la ambición de someter los acontecimientos políticos del país a su historia personal, Porfirio intentó, infructuosamente, convertir su enésima derrota en una capitulación heroica.

“Se puede tener el poder y no pasar a la historia; y se puede pasar a la historia sin tener el poder”, dijo Muñoz Ledo en medio de la euforia de su retirada. Aquéllos que hemos sido sus correligionarios en alguno de los partidos políticos en los que ha militado, sabemos que Porfirio hubiera entregado toda su historia política a cambio de detentar el poder, todo el poder, de manera absoluta.

Hay otras historias que contar. Hace apenas a hace tres semanas, durante la reunión plenaria del PT, Porfirio no tuvo recato en desnudar su vocación anti democrática al pronunciarse por un “Sufragio efectivo, Sí reelección”.

Con el último capítulo que ha escrito en la Cámara de Diputados, Muñoz Ledo terminó por dar forma a lo que será su epitafio político: “aquí yace el héroe que nunca ganó una batalla, lo que intentó una y otra vez cambiando de bando”.

La pasión de Porfirio por el poder sólo es comparable con su inteligencia. Militó y utilizó a diferentes partidos pero nunca cambió de ideología. Porfirio siempre ha sido la prioridad de Porfirio.

Sólo así se explica su nacimiento en el PRI y su largo periplo ideológico para conservar privilegios, que lo llevó incluso a una candidatura presidencial; no importaba si tenía que liberarse de la izquierda para someterse a la frivolidad de un gobierno de alternancia o volver al redil del fraterno adversario reclamando derechos de sangre.

Porfirio no declinó a la Presidencia de la Mesa Directiva porque así lo haya querido. Se fue porque así se lo ordenaron desde Palacio Nacional.

Si en verdad creyera en los principios que dice defender, hubiera actuado desde el inicio de la crisis que él mismo generó -y en la que tuvo a la diputada Dolores Padierna como patiño-, como un demócrata, aceptando las condiciones de gobierno que el Congreso se había impuesto a sí mismo. Supuso estar por encima del resto, incluso de López Obrador.

Su arrogancia fue mayor que su sensatez. El moderno Nerón fue obligado a apaciguar el fuego que él mismo había provocado. Por eso Porfirio Muñoz Ledo está muy lejos de ser la víctima en este capítulo de la historia del Congreso. Si acaso lo fue, entonces fue el victimario de sí mismo.

Los diputados de Morena no han logrado entender a Porfirio. Así, mientras ellos aplaudían eufóricos y se entregaban al culto del ángel caído, él los miraba con desdén, pensando seguramente que se trataba de una conmiseración política, lo que avivó su furia interior.

Tampoco quiso entender que el reconocimiento de los coordinadores parlamentarios de la oposición de San Lázaro -PRI, PAN, MC y PRD-, era ante todo, un acto de cortesía política en el que, con enorme generosidad, celebraron su decisión de declinar en su propósito de buscar la reelección como presidente de nuestra mesa directiva.

Pero en medio de su dolor interno, Porfirio correspondió a unos y otros con una mentada de madre parlamentaria. Sin duda su inteligencia sólo es comparable con su ingratitud; la historia lo recordará por sus ideas, pero sobre todo por sus traiciones.

En efecto, Porfirio fracasó en su última traición.