Llegar desde cualquier punto de la ciudad y emerger en poniente norte de la estación del metro Hidalgo y, ante la ocupación de vendedores ambulantes, con esfuerzo avistar la iglesia de San Hipólito y San Casiano, bautizada por los creyentes como “San Juditas” (de hecho, un lugar para la devoción, la práctica y el comercio del gigante santo de yeso, Judas Tadeo). Caminar hacia la calle Héroes y obligadamente doblar a la derecha. Adentrarse por ese trecho con aire antiguo y aun “popular”. Una arquitectura que combina edificaciones “modernas” –es decir, “de nuestro tiempo”- bastante maltrechas y descuidadas, con expresiones extraordinarias del arte edificador antiguo.

De inmediato, por la acera izquierda se cruza junto a los límites del impresionante Panteón de San Fernando conectado al Templo y al Jardín del mismo nombre (en honor a Fernando III de León y de Castilla, San Fernando Rey). Por la acera derecha se encuentra poco después a la Escuela Primaria Belisario Domínguez, un vívido y bello trozo arquitectónico que José Vasconcelos convirtiera en centro cultural educativo en junio de 1923, revistiéndolo, al tiempo, de murales majestuosos de Carlos Mérida y Emilio Amero, y que entre 1951 y 1971 recubrirían o complementarían los estudiantes de La Esmeralda (Diana Briuolo Destéfano, “Todo un símbolo: La Escuela Belisario Domínguez”; Revistas UNAM, No. 3-4). Sin duda, esta cimentación de “tipo poblano”, Vasconcelos dixit, amerita un exhaustivo estudio.

Y se llega al fin a la deslumbrante casa (1893-97), al palacete del célebre realizador del Ángel de la Independencia y director de la Academia de San Carlos, el arquitecto Antonio Rivas Mercado, padre de la también “tristemente célebre” Antonieta Valeria Rivas Mercado Castellanos. Calle Héroes No. 45, Colonia Guerrero; antes Bellavista, antes Cuepopan, arcaico barrio prehispánico de capital importancia (otra casa creada por él, en Londres No. 6, Colonia Juárez, hoy Museo de Cera de la Ciudad; también el Teatro Juárez, de Guanajuato). Al trasponer el portón de acceso a la residencia, se procede al registro individualizado para la visita guiada. Y cuando se sale de esta, de espaldas a la casa recién visitada, se está ante las múltiples posibilidades de la bella ciudad abierta. Por mencionar un par, andar los pasos hacia la derecha hasta alcanzar -no sin observar vestigios de residencias que no dejan de tener su atractivo-, el Eje Uno Norte, donde se halla el Mercado Martínez de la Torre (Rafael, un personaje más que interesante) y, a contra esquina, la Parroquia del Inmaculado Corazón de María. Se puede girar allí a la izquierda sobre el Eje y decidir una caminata mayor hacia el poniente, cruzar la Avenida de los Insurgentes y adentrarse a esa otra joya arquitectónica que es el Kiosco Morisco de Santa María la Ribera. O se puede retornar los pasos sobre Héroes hasta la Calzada México Tacuba. Y de ahí se podría ir por la derecha al pensar un trazo hoy inexistente en términos de la belleza (pero posible imaginarlo y aun desearlo) que iría desde el Templo Mayor hasta Tacuba, donde yacen los vestigios de dos o tres ahuehuetes de “la noche triste”. De no elegir esta ruta, la mejor opción es recorrer un poco sobre Reforma, pero en vez de continuar derecho hasta Chapultepec o girar a la izquierda sobre Avenida Juárez para conquistar el Zócalo, encaminarse por la avenida central a Bucareli, como mirando a Coyoacán, e ingresar al también célebre Café La Habana a elucubrar razones o sinrazones políticas y/o literarias…

Pero ya dentro de la casa ideada y construida por Rivas Mercado, con los accesorios auditivos individuales propiamente activados, el público es situado en uno de los salones, la sala acaso, donde se hace una magnífica introducción a la visita a cargo del guía y escritor, Sergio Almazán.

El recorrido inicia abandonando el salón inicial. Se sale de la casa y se desciende por la escalera doble debida a la altura de la residencia que se levanta sobre un primer-piso-sótano. En el sentido de las manecillas del reloj, el guía va narrando de manera espléndida los detalles y estilos arquitectónicos, las desgracias padecidas por la edificación durante los años. Inundaciones, temblores, declives, robos, pérdidas, invasiones u “ocupaciones”; abandono. Después de ingresar y salir del amplio y un tanto laberíntico sótano, se prosigue haciendo paradas necesarias ante los detalles y las preguntas que surgen al paso del recorrido; se termina al fin por rodear el palacete, “Una mezcla de elementos muy distintos en perfecta armonía: columnas dóricas, siete tipos de cantera, unas escaleras árabes, balaustradas renacentistas, piedra, ladrillo, maderas antiquísimas, más de 50 000 piezas de mosaicos encáusticos (recubiertos con cera), adornos góticos”; todo a placer del constructor (Carolina Peralta, “Caprichos del Porfiriato”; Revista Gatopardo, 13-03-18).

Ya de nuevo al frente, se ascienden las escaleras dobles, idealmente en el sentido original en que fueron concebidas: los hombres por un lado y las mujeres por otro. Se accede por la puerta central, se recorren los salones, las recámaras, el estudio, etcétera. Continúa el segundo piso hasta llegar a la terraza, donde Antonio Rivas Mercado pintaba y enseñaba pintura. Y es que desde este espacio abierto se tenía y aún conserva la mirada privilegiada a una gran área del centro de la ciudad (espacio-taller acaso visitado por Diego Rivera, discípulo a quien Rivas procuraría una beca europea –que genera el cubismo del pintor- para después ser traicionado por el muralista; así es la vida humana). En este punto, en la apacible belleza que todavía observa este espacio, se da por concluido el recorrido un domingo de verano de 2019. Suceden más preguntas, curiosidades y bromas que proporcionan riqueza a la ya de por sí aguda y amena guía histórica, arquitectónica y estilística de Almazán que da ubicuidad y característica a la zona -e incluso a la calle Héroes-, desde tiempos prehispánicos hasta el presente, pasando por la Colonia y los siglos XIX y XX.

Es hora de marchar en tanto que en el salón inicial se prepara otro grupo. Al descender las escaleras, la gente se extiende por el hoy pedregoso jardín frontal de la casa en perspectiva diagonal en relación a la calle Héroes –estilo del palacete-, pero que en su mejor época probablemente tuvo lindos y abundantes brotes vegetales. A un costado, la caballeriza en reconstrucción después del devastador temblor de septiembre de 2017. Y de verdad, no es un lugar común decir en este caso que vale la pena; se valora el hecho estético e histórico de su rescate, reconstrucción y vivificación. Ya a la despedida, se conversa un poco, se hacen tomas fotográficas y de video. Se traspasa el portón y se abandona la residencia heredada por Antonieta quien, después de ser mecenas del arte y enamorarse, un día se daría un tiro dentro de la Catedral de Notre Dame, en París, con el revólver propiedad del “Ulises Criollo”.

Y al salir, de espaldas a la casa recién visitada, se está ante las múltiples posibilidades de la bella ciudad abierta…

P.d. La Casa Rivas Mercado es administrada por la Fundación Conmemoraciones. Leticia Vázquez es la Coordinadora de Visitas Guiadas. Sergio Almazán es cronista de la ciudad, escritor y participante en varios medios de comunicación. Las visitas guiadas son sábados y domingos. En este sitio se pueden consultar los horarios e información sobre la Casa www.casarivasmercado.com