El 22 de septiembre de 1919 llegaba Enrico Caruso (1873-1921) a la Ciudad de México en tren desde Nueva York. Toda una celebridad como tenor, como cantante, como grabador de discos desde 1902, estupendo dibujante y que había incluso filmado una película silente (My cousin; Edward José director, 1918). Nació y murió a los 48 años en la bella ciudad de Nápoles al sur de Italia, víctima de una pleuresía pulmonar pero también del descuido. Pues habiendo sido tratado exitosamente en Nueva York, decidió ir a Italia cuando aún estaba en recuperación; allá recaería para no levantarse más.

Caruso fue contratado en México para cantar una combinación impresionante de ocho óperas en un mes: L’elisir d’amore, de Gaetano Donizetti (septiembre 29); Un ballo in maschera, de Giuseppe Verdi (octubre 2 y 12); Carmen, de Georges Bizet (octubre 5); Samson et Dalila, de Camille Saint-Saëns (octubre 9 y 19); Marta, de Friedrich von Flotow (octubre 16); Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo (octubre 23); Aída, de Verdi (octubre 26); y Manon Lescaut, de Giacomo Puccini (octubre 30), más un concierto de despedida -astucia del tenor y los empresarios-, cantando los actos más aplaudidos de Elixir de amor, Marta y Payasos. Un total de once funciones en los escenarios de los teatros Arbeu y Esperanza Iris y la Plaza El Toreo, ubicada en lo que hoy es la Colonia Condesa.

En 1919 reinaba una aparente calma bajo el régimen carrancista. La tradición de la ópera venía de lejos, desde principios del siglo XIX. No se detuvo y, al contrario, se fomentó durante el Imperio de Maximiliano y Carlota (financiaron, por ejemplo, la ópera Ildegonda, del compositor mexicano Melesio Morales en 1866). Manuel Payno retrata, en uno de los capítulos de Los bandidos de Río Frío, una curiosa y aun cómica escena sobre una compañía de ópera italiana asaltada por los bandoleros que quedan impactados por el canto, el vestuario y la bisutería de las víctimas.

El 21 de octubre de 1919 Caruso fue llevado a conocer el Teatro del Palacio del Palacio de Bellas Artes aún en construcción y probó la voz, acto que he considerado como una simbólica y ya mítica pre inauguración a la oficial de septiembre de 1934, con La verdad sospechosa, de Juan Ruíz de Alarcón. He escrito sobre el tema: https://heraldodemexico.com.mx/artes/el-dia-que-caruso-piso-bellas-artes/, y recién ha sido publicado mi libro De Caruso a Juan Gabriel. Una mirada de la cultura en México; UJAT/Laberinto Ediciones/El caballo y la colina, 2019. Y para recordar ese centenario inusual, he dudado entre compartir un video de su más celebrada aria, “Vesti la giubba”, de la ópera Paglicci, de Ruggiero Leoncavallo, y la linda canción “Addio mia bella Napoli” de Teodoro Cottrau. Me inclino ahora por la segunda, festiva, porque no es un adiós a la vida sino uno para regresar a la patria que se ama (aunque allí, como Enrico Caruso, se regrese a morir):