No es un secreto que las personas, todas, tendemos a simplificar los aspectos de la realidad que no comprendemos, sea por falta de formación, sea porque las implicaciones inherentes al problema planteado superan en complejidad la fácil asimilación de su naturaleza, alcances y soluciones. Dicho de otra forma, todos debemos confiar en lo que otros nos dicen para darle sentido a ciertos hechos, porque no se puede ser experto en todo. Esto se representa fielmente en las posiciones que están adoptando las personas en el espacio público debido a la pandemia del Covid-19.

Lo primero que hay que señalar es que, en la voz de los verdaderos expertos médicos, no hay demasiada controversia acerca de lo que estamos viviendo y cómo afrontarlo. Es un virus de gripe con alto nivel de contagio, en su mayor parte asintomático, con un nivel de letalidad de un 3% entre los que presentan síntomas siendo más peligroso para los ancianos, los pacientes con enfermedades preexistentes o personas cuyo sistema inmune está deprimido. En ese sentido, no es diferente ni más grave que otras enfermedades que ya están normalizadas en la narrativa cultural, como la bronquitis o la influenza H1N1. Entre las dos, siguen matando aproximadamente 110 mil personas al año, sólo en Estados Unidos, anualmente y desde 2010 que hay estadísticas de esa cepa de influenza.

Aquí es donde empieza la complejidad política y mediática. Al mostrar estas cifras, en los extremos del espectro político se toman, por un lado, como indolencia a los que pueden perder la vida en esta pandemia, y por otro, como argumentos para un conspiracionismo bastardo de quienes no pueden ver más allá de las siguientes elecciones. Pero al final estos son número con otras enfermedades que conviven entre nosotros. Lo que se buscaría es reconocer la realidad sin negarla o exagerarla, pero ese equilibrio es muy difícil de lograr en un mundo interconectado, donde cualquier idea o mentira, por más disparatada que sea, puede difundirse a la velocidad de la banda ancha, sin fronteras.

El problema sanitario está siendo opacado por el económico y el político, puesto que muchos están aprovechando la coyuntura para apostar con la economía de sus países y el miedo de la gente. Es interesante que Donald Trump haya pasado de la negación del problema “infección extranjera” a su exageración (recomendar que se eviten reuniones de más de 10 personas). Esa no es la manera como alguien “acepta la realidad” reconociendo un error. Esa es la dinámica de alguien que cambia su apuesta de un día para otro, porque vio escenarios más rentables desde el punto de vista electoral, no sanitario. Si se magnifica el riesgo y se supera la crisis de manera normal, entonces la actuación del Estado también puede magnificarse. Seguramente el mandatario, luego de pasada la pandemia, la usará como verificación de que necesitan un muro y más xenofobia. Y le votarán por ello, lamentablemente.

Las medidas de distanciamiento social y auto cuarentena han sido señaladas por el gobierno mexicano como inminentes, pero bajo una temporalidad que no amerita su imposición desde ahora. Según el subsecretario de salud, obedece a una curva de previsión de contagio comunitario. La parálisis de todas las actividades no se justifica y tampoco evita que se contagien las personas, ni que se mueran menos, si se siguen los protocolos con los grupos de riesgo. Pero en el espacio público no existe nada de esto. Sólo gente aplaudiendo la paranoia del bananero presidente salvadoreño, que confirma varios casos desde Twitter, o la falta de sentido común de quien ya había pagado su boleto para un festival musical y “ni modo de no ir”, aunque vivan en la misma casa que un abuelo con enfisema. El espíritu del tiempo es radical y superfluo. No ha habido una combinación tan peligrosa desde hace muchas décadas. Ojalá podamos cuidarnos y cuidar a nuestros seres queridos y, al mismo tiempo, dejar de actuar como si esto fuera una película de zombies. Se puede.