Muy ad hoc a su priísmo se ha puesto José Narro Robles, a quien algunos mencionan como posible presidenciable. Pide calma ante la reducción apabullante al sector  salud en el presupuesto y exhorta a no cuestionar los trances dolorosos que traerán las sustracciones a la salud de los mexicanos.

Qué dirá la lista de intelectuales progresistas- que tengo por ahí guardada-, algunos muy famosos, que tanto lo apoyaban cuando estaba en la rectoría de la UNAM. A lo largo de dos períodos rectorales que afincaron la presencia -¿dictadura perfecta diría Vargas Llosa?- del mismo grupo priista en la torre más importante de la UNAM, el PRI se afianzaba para utilizar el trampolín de siempre: el salto al gobierno federal. Han sido muchos los beneficiados, pero el que más sacó raja fue Jorge Carpizo, secretario de Gobernación, presidente de la CNDH, embajador en Francia y ministro numerario de la Corte; lo de Narro se veía venir.

Fue honesto cuando dijo al ser nombrado secretario de salud, que había regresado a su casa. Pero ¿se había ido alguna vez o la finta de  oposición mientras gobernó el PAN, le hizo sentirse por primera vez cobijado por un sector muy movible, como son a veces los intelectuales de izquierda, y guardó sus íntimos quereres? A lo largo de su gestión universitaria, se ajustó a esa tesitura.

Muchos por fortuna, no creímos en ese rostro de democracia. El recuerdo de aquellas goyas que gritaba enajenado poco antes o en intermedios, o durante la discusión con los líderes del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) en 1988, no se puede olvidar. El rostro se le descomponía, enrojecía y él de pie, gritaba enardecido en apoyo a un Carpizo cuestionado que había propuesto el gravamen de la enseñanza. En 2013, en España, como un mérito, al referirse a la inversión en las universidades, alegó que era importante que las casas de estudio publicas, fueran sometidas a presupuestos multianuales como algunas obras públicas que tienen ese tipo de programas y no son sometidas a la incertidumbre anual. Ahora, su cambio ha sido drástico, se pone a tono con  su actual papel y exhibe su verdadero traje. Lo importante, ha dicho, es que haya presupuesto, no importa su monto. Hay quienes le han aclarado que el fin no es el presupuesto sino la salud de los mexicanos y que dicho  presupuesto es el medio e instrumento para preservarla. Por lo tanto se debe defender y no doblar las manos. A los ex rectores de la UNAM se les puede aplicar el dicho bíblico de que muchos son los llamados y pocos los escogidos, en este caso por la posteridad. Se recuerda por su gran congruencia a José Barros Sierra, por ejemplo. Pero hay alguien que por fortuna a sus 94 años todavía es un emblema de nuestra cultura general y universitaria y por esa misma congruencia. Nada menos que don Pablo González Casanova, autor del clásico, La democracia en México (Serie Popular ERA 1980 ), en el que desde la perspectiva sociológica, hizo uno de los profundos estudios e investigaciones del poder en México.

El libro que tenemos es la décima segunda edición, de las muchas que se han hecho. Es un trabajo que se mantiene fresco y que todavía perfila desde sus páginas y sus muchos anexos y cuadros, el por qué el poder en México es como es y le hace un gran soslayo a los clásicos de la ilustración francesa y los constituyentes de Filadelfia. Como México no hay dos. Rector de una de las universidades más importantes del mundo, González Casanova lo fue de 1970 a 1972 y en ese breve lapso signó de forma extraordinaria los estudios de la UNAM; creó el CCH y la universidad abierta que se difundió por toda América Latina.

 Ha sido de todo en ese entorno que es el suyo, maestro, investigador, funcionario y  ahora a su edad aún asiste y participa como si fuera una persona común a coloquios y conferencias. A menudo, pese a su modestia, es requerido a subir a participar como acaba de suceder en el coloquio del Cela sobre América Latina, en donde sin estar inscrito terminó dando una cátedra. Es honoris causa por la UNAM, Premio internacional de la UNESCO, por su lucha a favor de los indígenas y  miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua e innumerables cosas más. Un gran hombre que merece un gran homenaje en vida -aún hay tiempo- y que no necesitó nunca del trampolín utilitario que otros han usufructuado.